«Gracias a mi trabajo como diplomático, con mi familia aprendimos a reconocer la riqueza de una humanidad más amplia, a amar a la patria del otro como la propia, a amar a Dios en la persona de nacionalidad y cultura distintas de la nuestra. Muchos me preguntan si es posible vivir como cristiano en un ambiente que te lleva a estar en contacto con la riqueza, pero también con el sufrimiento de la humanidad más variada. Es mi desafío cotidiano. En mi trabajo trato de inspirarme en el ideal de la fraternidad que propone Chiara Lubich. Hay un escrito suyo sobre la diplomacia, que me guía. Dice entre otras cosas: “Hacerse uno con el prójimo, en el total olvido de sí, que vive quien se acuerda del otro, del prójimo, sin percatarse ni buscarlo. Esta es la diplomacia de la caridad (…). La diplomacia divina (…) motivada por el bien del otro y libre de toda sombra de egoísmo”. Y continúa: “Si la actividad de todo diplomático está motivada por la caridad hacia el otro Estado tanto como hacia su patria, será iluminado hasta el punto que Dios lo ayudará a establecer y mantener relaciones entre los Estados así como deben ser entre las personas”. Siento que esta afirmación es muy verdadera y concreta y la he podido experimentar en muchas ocasiones. Por ejemplo, mientras veía las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos, se me ocurrió mandarle a mi colega homólogo, un mensaje de celular y le escribí: “Tu país presenta toda su belleza”. Él enseguida me respondió: “Gracias”. Con ese sencillo gesto expresé todo mi aprecio por su país.
A veces el trabajo se transforma en una verdadera lucha. Recuerdo que cuando a mi país le tocó la presidencia de la Unión Europea, yo estaba encargado de presidir un grupo de trabajo al que se le propuso la adopción de un “Programa Diplomático Europeo”. Se trataba de un programa de formación para jóvenes en servicio en las sedes diplomáticas de los países miembros. Tenía un fuerte apoyo por parte de algunos países y fuerte resistencia por parte de otros. El programa preveía la inclusión de un idioma dejando de lado (les parece?) otros idiomas, que también habrían podido ser tomados en consideración. En esa situación a mí me tocaba buscar una solución. Hablé con los representantes de cada país, escuchando a fondo las motivaciones de cada uno. Como presidente, quería actuar al servicio de todos. Me fui convenciendo de que era más ventajoso para todos tener un programa de formación común, y que sería más útil tener contemporáneamente dos idiomas oficiales, cosa que no impedía la realización del programa. Hice mi propuesta que fue aprobada por todos y el Programa Diplomático Europeo hoy es una realidad consolidada. Desarrollo mi misión en un país disgregado, dividido, con reconocidos problemas desde todo punto de vista. En estos tiempos, lucho por amar concretamente a las personas, vivir las divisiones, no evadirlas, amar al hombre y a la mujer sin Dios y dar testimonio de Él allí donde se lo desconoce. Ser con mi vida un puente para unir. Aunque para ser “puentes” no es necesario ser embajadores. Si amamos al otro podemos hacerlo todo. San Agustín nos lo recuerda y el testimonio de Chiara Lubich y de todos nosotros que queremos vivir su mismo ideal de unidad en el mundo, son la prueba más tangible».
Escuchar atentamente, hablar intencionalmente
Escuchar atentamente, hablar intencionalmente
0 comentarios