Diversidad que enamora
Una noche, Toni, mi esposo, dijo algo que me hizo sentir al borde de un abismo: no me había dado cuenta de que guardaba dentro de sí tantas incomprensiones e incluso rencor. Pensaba: «¿Cómo?, ¿Él tenía todo esto sin resolver y nunca me lo habia contado?». Me sentía decepcionada. Nos esforzábamos en vivir un matrimonio cristiano, siempre había apreciado su transparencia, en cambio esta vez… En ocasión de las vacaciones, Toni me propuso pasar algunos días en la casa de su familia. Aunque la idea no me atraía (era mucho más necesario estar juntos nosotros dos solos), acepté. De todas formas nos pusimos de acuerdo para sacar a toda costa un tiempo también para nosotros, para volver a empezar, para volver a encontrar una comunión. Así, mientras mis suegros cuidaban a los niños, salimos. Yo tenía un poco de temor por lo que podía salir a flote. Entramos en un local bonito, tomamos algo y luego, primero él y después yo, nos abrimos con total confianza. Hacía tiempo que esto no sucedía: cada uno trató de olvidar su propio punto de vista, para acoger al otro. Nos entendimos, nos volvimos a elegir recíprocamente, una vez más nos descubrimos distintos, sí, pero de esa diversidad que nos había enamorado.
G. P.- Italia
Campo de refugiados
Soy musulmán, vengo de Afganistán. En Holanda presenté una solicitud de asilo para mí, mi esposa y nuestros dos hijos. Durante casi tres años vivimos en una pequeña habitación en un campo de refugiados. De vez en cuando iba a la ciudad en busca de amigos. En vano. Nosotros tenemos un dicho: «Si quieres orar, busca una mezquita. Si no la encuentras, entonces ve a una iglesia porque ambas son lugares de oración». A lado del mercado había una iglesia. Entré y allí conocí a una familia y a través de ellos a otros cristianos. Ya no nos sentimos solos. De ellos aprendimos a poner en práctica el amor, empezando en el campo de refugiados, un lugar de miseria, problemas, heridas. Nosotros mismos acudíamos periódicamente a un psiquiatra especializado en traumas de guerra. Pero cuando encontramos a estos nuevos amigos dejamos las sesiones psicoterapéuticas. Para mi trabajo de escritor y traductor me habían regalado una máquina de escribir electrónica, que a su vez regalé a un periodista que estaba en mi país. Después de una semana, un amigo me trajo una computadora… El amor se puede vivir en todas partes.
G. M. – Holanda
Juguetes
Aunque tengo sólo siete años, puedo hacer algo para que el mundo sea más bueno. Por ejemplo, cuando alguien me regala unas monedas, las comparto con los pobres y mi corazón se siente feliz. Pensando en los niños que no tienen ni siquiera un juguete, busqué entre los que tenía yo, los arreglé bien y los puse en una caja para ellos. No es tan fácil dar mis cosas, pero la idea de que ellos se alegrarían, me alegró a mí también. Estaba precisamente terminando de preparar la caja cuando mi abuela me llamó por teléfono. Me decía que una prima me había dejado unos juguetes que ya no utilizaba. Me puse a saltar de la felicidad. Para mí era la respuesta de Dios.
J. E. – Brasil
0 comentarios