El 31 de octubre los cristianos evangélicos alemanes y los protestantes de todo el mundo celebran el ‘Día de la Reforma’. En 1517 se recuerda el inicio de la Reforma, cuando, según la tradición, Lutero pegó 95 tesis en el portón de la iglesia del castillo de Wittenberg (Alemania). Son muchas las celebraciones litúrgicas, las lecturas bíblicas, los conciertos musicales que tienen lugar ese día. En cambio en Suiza se celebra el primer domingo de noviembre.
El 27 de octubre de 2002, Chiara Lubich fue invitada a hablar en la Catedral reformada de S. Pierre en Ginebra, cuna de la Reforma protestante de Calvino, introducida por el entonces presidente de la Iglesia protestante de Ginebra, el pastor Joël Stroudinsk: «Dentro de algunos días las distintas corrientes del protestantismo festejarán la Reforma. Más allá de lo que constituye su especificidad, la misma es compartida por otras confesiones cristianas, representadas aquí en su diversidad, esta mañana. Es la pasión del Evangelio. La voluntad de inscribir la fuerza de una palabra que transforma el mundo en la propia existencia y en lo cotidiano, en sus múltiples aspectos sociales, económicos, políticos. Es el reto que la señora Chiara Lubich… ha puesto de relieve. Es con un espíritu de agradecimiento y de comunión que la acogemos esta mañana en este lugar».

Chiara Lubich – S.Pierre (27.10.2002)
Delante de la catedral repleta con más de 1500 personas, Chiara empieza su discurso con estas palabras: «El 3 de noviembre próximo se celebrará aquí en Ginebra el aniversario de la Reforma, una fiesta religiosa que auguro que sea rica de los mejores dones espirituales para todos los cristianos de las Iglesias Reformadas, mis amadísimos hermanos y hermanas. Ese día, por lo tanto, resonará fuerte una palabra: “reforma”. Reforma, una expresión del deseo de renovación, de cambio, casi de renacimiento. Una palabra especial, atractiva, que significa vida, más vida. Una palabra que también puede suscitar una pregunta: ¿El sustantivo “reforma”, el adjetivo “reformada”, valen únicamente para la Iglesia que tiene su sede central en Ginebra? ¿O son palabras aplicables en cierta forma a todas las Iglesias? Es más ¿no son palabras típicas de la Iglesia de siempre?».
Prosigue Chiara: «El decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II dice: “La Iglesia peregrina es llamada por Cristo a una reforma continua, en cuanto como institución humana y terrena, siempre tiene esa necesidad de ella”([1]). Y, si observamos bien la historia de la Iglesia, en especial el período en el que los cristianos estábamos todavía unidos, vemos que Jesús, con el Espíritu Santo siempre ha pensado, querido, orientado a Su Esposa hacia una continua reforma, solicitándo una constante renovación. Por tal motivo manda a la tierra, cada tanto, dones, carismas del Espíritu Santo que han suscitado corrientes espirituales nuevas o nuevas Familias religiosas. Y con ellas, a través de hombres y mujeres, ha ofrecido nuevamente el espectáculo de una vida evangélica totalitaria y radical».
Y concluye: «Queridísimos hermanos y hermanas, lo hemos entendido: el tiempo presente exige a cada uno de nosotros amor, exige unidad, comunión, solidaridad. Llama también a las Iglesias a recomponer la unidad lacerada desde hace siglos. Es ésta la reforma de las reformas que el Cielo nos exige; es el primer paso, necesario, hacia la fraternidad universal con todos los demás: hombres y mujeres del mundo. El mundo de hecho creerá si nosotros estaremos unidos. Lo dijo Jesús: “Que todos sean uno (…) para que el mundo crea” (cfr. Jn. 17,21). ¡Dios lo quiere! ¡Créanme! Y lo repite y lo grita con las circunstancias presentes que permite. Que Él nos de la gracia, si no de ver todo esto realizado, al menos de prepararlo[2]
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