Movimiento de los Focolares

La aventura de la unidad/Construyendo la Obra de María

Ene 19, 2014

La “Obra de María”, otro nombre del Movimiento de los Focolares. Recordamos, en su 70° aniversario, cómo el Espíritu Santo fue desarrollando la Obra a partir de la adhesión a Dios de Chiara Lubich y del primer grupo que la siguió.

El 7 de diciembre de 1943 se considera la fecha de nacimiento del Movimiento de los Focolares, porque ese día, con un voto perpetuo de castidad, Chiara Lubich se “casó con Dios”.

Pero la Fundadora de los Focolares también ha afirmado que una fecha de inicio podría ser su viaje, ocurrido en octubre de 1939, a Loreto, donde se custodia, según la tradición, la casa de Nazaret. La atmósfera de la familia que vivía en esa casita fue, para Chiara, un “llamado”: repetir en el silencio, como en la familia de Nazaret, el más grande misterio de la historia, la vida de Dios entre los hombres.

A partir de ese momento todo fue siempre un estupendo descubrimiento. Pero ella no fue la única en sorprenderse: con ella Natalia Dallapiccola, Giosi Guella, Marilen Holzhauser, Graziella De Luca, Vale y Angelella Ronchetti, Dori Zamboni, Gis y Ginetta Calliari, Silvana Veronesi, Lia Brunet, Palmira Frizzera, Bruna Tomasi… y, algunos años después:  Marco Tecilla, Aldo Stedile, Antonio Petrilli, Enzo M. Fondi, Pasquale Foresi, Giulio Marchesi, Piero Pasolini, Oreste Basso, Vittorio Sabbione… los primeros entre muchos que compondrán el escuadrón que Chiara previó en Loretoproféticamente, cuando intuyó que otros la seguirían. Los caminos que condujeron a las primeras y los primeros a emprender el camino abierto por Chiara, – ahora que en el Movimiento se han definido sus estructuras – , evidencian que cada uno de ellos era necesario para el proyecto de Dios, para el carisma que estaba “encarnándose”. No podía ser de otra forma en un carisma cuya característica es la unidad, expresión de la vida trinitaria. Personas de las más variadas profesiones guiadas poruna misma voz que, en el amor recíproco, ponían al servicio de los demás sus talentos que florecían  por el amor que circulaba entre ellos.

Después de setenta años, el desarrollo del Movimiento de los Focolares parece explicar la afirmación de Gregorio Magno, cuando dice que la Sagrada Escritura “crece con quien la lee” y “al igual que el mundo, la Escritura no fue creada de una vez para siempre: el Espíritu la ‘crea’ todavía hoy, se puede decir, cada día, cada vez que la ‘abre’. Por una relación maravillosa Él la ‘dilata’ en la medida que se dilata la inteligencia de quien la acoge” (*). Y en el caso del Movimiento ha sido la comunicación sobre la forma en que cada uno vivía el Evangelio lo  que nutría la comprensión de las mismas palabras de Jesús. Palabra vivida y comunicada, una práctica que trazará una línea ascética y colectiva.

La vida vivida por Chiara y por muchos que con ella acogieron y acogen la Palabra, en esta época de fundamentales transformaciones culturales, demuestra cuál es su tarea: “… participar de los designios de Dios sobre la humanidad, trazar sobre la multitud un bordado de luz y, al mismo tiempo, compartir con el prójimo la deshonra, el hambre, los golpes, las breves alegrías. Porque hoy, más que nunca, el atractivo es vivir la más alta contemplación y permanecer mezclados entre todos, hombre junto al hombre”.

Los primeros compañeros de Chiara experimentaron lo que el Concilio Vaticano II expresará posteriormente con respecto a la Iglesia: “[El Espíritu Santo] con la fuerza del Evangelio la rejuvenece, la renueva continuamente y la conduce a la perfecta unión con su Esposo” (LG,4).

* Guido I. Gargano, Il libro, la parola e la vita,  La exegesis bíblica de Gregorio Magno, Ediciones San Paolo, 2013

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