31 Ago 2015 | Sin categorizar
La decisión del papa Francisco de dedicar una “Jornada de oración mundial por el cuidado de la Creación” es una acción que tiene un timbre decididamente ecuménico. Él no sólo considera que la actual crisis ecológica es una de las urgencias más candentes de nuestra época, sino que ha querido subrayar la impostergable exigencia de actuar –en el ámbito de la ecología, así como ante otros desafíos que interpelan a la humanidad- y no más de modo fragmentado y aislado sino “juntos”. La idea de la “Jornada de oración” la había comentado el Ortodoxo Ioannis de Pergamo, cuando intervino en la presentación de la Encíclica Laudato sí en el pasado mes de junio. Y para subrayar ese valor agregado a la oración que es el “si consenserint” (si piden juntos) del Evangelio, en la carta con la cual instituye la “Jornada” (6.8.15), el Papa exhorta: «Compartiendo con el amado hermano el Patriarca Ecuménico Bartolomé las preocupaciones por el futuro de la Creación, y acogiendo la sugerencia de su representante, el Metropolita Ioannis…». Como si dijera: no es importante saber a quién se le ocurrió la idea. ¡Siempre se puede aprender unos de otros! Y para resaltar el concepto, hacia el final del documento, el Papa le solicita al Cardenal Koch, presidente del Dicasterio por la Unidad de los cristianos, «que se ocupe de la coordinación con iniciativas similares que serán emprendidas por el Consejo Ecuménico de las Iglesias». De hecho, el Consejo Ecuménico (CEC) dedica al período que va del 1º de septiembre (primer día del año litúrgico en la tradición ortodoxa) al 4 de octubre (día de San Francisco de Asís en la tradición católica), al lema “El tiempo para la creación”, con iniciativas por el ambientalismo y su interrelación con la justicia y la paz. Es significativa la elección del Papa de querer celebrar la “Jornada” el 1º de septiembre de cada año, la misma fecha que eligieron los hermanos ortodoxos y día del comienzo del “tiempo” que le dedica el CEC. Como también es significativo su augurio de que se unan también otras iglesias y comunidades eclesiales, convirtiéndola así en una ocasión proficua para «testimoniar nuestra creciente comunión». Esta “Jornada” ofrece «la preciosa oportunidad de renovar la adhesión personal a la vocación de cada uno de custodiar la Creación, elevando a Dios el agradecimiento por la obra maravillosa que Él nos confió para que la cuidemos», y justamente porque está destinada a involucrar a los cristianos pertenecientes a varias denominaciones pero que se expresen con una sola voz, se convierte en un ulterior paso concreto para dar al mundo un mensaje cristiano común. La pasión por la Creación caracteriza el compromiso de los Focolares, que con su red internacional EcoOne, ofrece a todos los que trabajan en el campo ambiental un espacio de diálogo ya sea a nivel de pensamiento como de iniciativas concretas. También es significativo el compromiso del Movimiento en el campo ecuménico, sobre todo en las áreas donde la concentración de personas pertenecientes a iglesias de diferentes denominaciones es más elevada. Por lo tanto, para los Focolares, la “Jornada” representa una magnífica cita planetaria, providencial, que reunirá en oración a todos sus miembros para implorar de Dios el cuidado de la Casa que aloja a la gran Familia Humana. Pero también para encontrar, junto a personas de buena voluntad, de cualquier credo o convicción, nuevas estrategias y nuevas respuestas, en el tema del ambiente, y, a partir de éste, a la realización de un mundo más unido.
28 Ago 2015 | Palabra de vida, Sin categorizar
Esta es una de esas palabras del Evangelio que requieren ser vividas enseguida, en forma inmediata. Es tan clara, límpida ¡y exigente!, que no necesita muchos comentarios. Sin embargo, para captar la fuerza que encierra será útil situarla en su contexto. Jesús está respondiendo a un escriba –un estudioso de la Biblia– que le preguntó cuál es el mandamiento más grande. Era una cuestión abierta, puesto que en las Sagradas Escrituras se habían identificado 613 preceptos que hay que observar. Uno de los grandes maestros que habían vivido unos años antes, Shammay, se había negado a indicar el mandamiento supremo. Sin embargo otros, como hará luego Jesús, se orientaban ya a poner en el centro el amor. Por ejemplo, el rabino Hillel afirmaba: «No hagas al prójimo lo que te resulta odioso a ti; ésta es toda la ley. El resto es sólo comentario»[1]. Jesús no sólo adopta la enseñanza sobre la centralidad del amor, sino que aúna en un único mandamiento el amor a Dios (Dt 6, 4) y el amor al prójimo (cf. Lv 19, 18). Y la respuesta que da al escriba que lo interpela dice así: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Esta segunda parte del único mandamiento es expresión de la primera parte, el amor a Dios. A Dios le importa tanto cualquier criatura suya que, para darle alegría, para demostrarle con hechos el amor que tenemos por Él, no hay modo mejor que ser la expresión de su amor para con todos. Igual que los padres se alegran cuando ven que sus hijos se llevan bien, se ayudan y están unidos, Dios –que es para nosotros como un padre y una madre– también se alegra cuando ve que amamos al prójimo como a nosotros mismos, contribuyendo así a la unidad de la familia humana. Ya los profetas llevaban siglos explicando al pueblo de Israel que Dios quiere amor, y no sacrificios ni holocaustos (cf. Os 6, 6). El propio Jesús se remite a su enseñanza cuando afirma: «Vayan, aprendan lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificios”» (Mt 9, 13). Pues ¿cómo podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos al hermano, a quien vemos? (cf. 1 Jn 4, 20). Lo amamos, le servimos, lo honramos en la medida en que amamos, servimos y honramos a cada persona, amiga o desconocida, de nuestro pueblo o de otros pueblos, sobre todo a los «pequeños», a los más necesitados. Es una invitación que dirige a los cristianos de todos los tiempos para transformar el culto en vida, salir de las iglesias –donde hemos adorado, amado y alabado a Dios– e ir hacia los demás, y así poner en práctica lo que hemos aprendido en la oración y en la comunión con Dios. «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». ¿Cómo vivir entonces este mandamiento del Señor? Recordemos ante todo que forma parte de un binomio inseparable que incluye el amor a Dios. Hace falta dedicar tiempo a conocer lo que es el amor y cómo hay que amar, y para ello hay que favorecer momentos de oración, de «contemplación», de diálogo con Él: lo aprendemos de Dios, que es Amor. No le robamos tiempo al prójimo cuando estamos con Dios; al contrario, nos preparamos para amar de un modo cada vez más generoso y apropiado. Al mismo tiempo, cuando volvemos a estar con Dios después de haber amado a los demás, nuestra oración es más auténtica, más verdadera, y se puebla de todas las personas con las que hemos estado y que llevamos de nuevo a Él. Además, para amar al prójimo como a uno mismo hay que conocerlo como se conoce uno a sí mismo. Deberíamos llegar a amar como el otro quiere que lo amen, y no como a mí me gustaría amarlo. Ahora que nuestras sociedades son cada vez más multiculturales debido a la presencia de personas procedentes de mundos muy distintos, el desafío es aún más grande. Quien va a un país nuevo debe conocer sus tradiciones y sus valores; sólo así puede entender y amar a sus ciudadanos. Y lo mismo quien recibe a nuevos inmigrantes, en muchos casos desorientados, que se enfrentan a un nuevo idioma, a los problemas de inserción. La diversidad está presente dentro de la familia misma, en el trabajo o en la comunidad de vecinos, aunque estén formados por personas de la misma cultura. ¿Acaso no nos gustaría encontrarnos con alguien dispuesto a dedicar su tiempo a escucharnos, a ayudarnos a preparar un examen, a encontrar un puesto de trabajo, a reformar la casa? Pues quizá el otro tenga necesidades similares. Hay que saber intuirlas, prestarle atención, escucharlo sinceramente, ponernos en su lugar. También cuenta la calidad del amor. En su célebre himno a la caridad, el apóstol Pablo enumera algunas de sus características que no vendrá mal recordar: es paciente, quiere el bien del otro, no es envidioso, no adopta aires de superioridad, considera al otro más importante que a sí mismo, no falta al respeto, no busca su propio interés, no se irrita, no recuerda el mal recibido, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (cf. 1 Co 13, 4-7). ¡Cuántas ocasiones y cuántos matices para vivir!: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» Y por último podemos recordar que esta norma de la existencia humana sustenta la famosa «regla de oro», que encontramos en todas las religiones y el pensamiento de los grandes maestros de la cultura «laica». Hindúes y musulmanes, budistas y creyentes de religiones tradicionales, cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad podríamos buscar en los orígenes de nuestra tradición cultural o de nuestro credo religioso análogas invitaciones a amar al prójimo y ayudarnos a vivirlas juntos. Debemos trabajar juntos para crear una nueva mentalidad que valore al otro, que inculque el respeto a la persona, proteja a las minorías, atienda a los sujetos más débiles, que no centre la atención en los intereses propios sino que ponga en el primer lugar los del otro. Si todos fuésemos de verdad conscientes de que tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos hasta no hacer al otro lo que no quisiéramos que nos hiciesen a nosotros y que deberíamos hacer al otro lo que quisiéramos que el otro nos hiciese, cesarían las guerras, se acabaría la corrupción, la fraternidad universal ya no sería una utopía y la civilización del amor pronto se haría realidad.
Fabio Ciardi
[1] Talmud de Babilonia, Shabat 31a.
24 Ago 2015 | Sin categorizar
Miles de personas “se encuentran” con las esculturas del artista de Abruzo (Italia), quien desde hace ya muchos años recicla material del deshecho y lo usa en sus creaciones, poniéndose así en sintonía con la “Laudato sí” del papa Francisco.
Pero Roberto Cipollone, cuyo nombre artístico es Ciro, además de acoger a los visitantes crea auténticos talleres para grandes y pequeños con el fin de transmitirles una nueva forma de ver y sentir el mundo, entrando en contacto con la materia que trabajan y modelan juntos: “es una forma de ver límpida y sencilla, en contacto con una belleza sin oropeles”, afirma el artista con ese estilo típico suyo. En Loppiano, además de la ‘Bottega’ que es su taller creativo, hay una exposición permanente que es obra de Sergio Pandolfi. Además durante todo el mes de agosto Ciro está exponiendo en el monasterio de Camaldoli: unas cuarenta obras, en su mayoría sobre temas sacros. La exposición se montó en una pequeña iglesia románica, dentro del monasterio que está dedicada al Espíritu Santo. “Estas obras y el románico combinan muy bien, traje obras en piedra arenisca y en madera, a las que la esencialidad de la arquitectura románica les permite ‘vivir”.

La exposición de Ciro en Camaldoli
Son muchos los visitantes del Monasterio de Camaldoli que, en el silencio del monasterio y de la naturaleza que lo rodea, pueden de cierta forma no sólo admirar y deleitarse con las obras, sino incluso rezar. Pero no todo termina aquí. Este verano 2015 Ciro preparó la escenografía para un espectáculo teatral que se presentará en Perugia en el extraordinario marco de la Rocca Paulina. El espectáculo –que narra un conocido acontecimiento de la Perugia del XVII siglo- se presentará del 21 de agosto al 13 de septiembre durante los fines de semana. Galería fotográfica
15 Ago 2015 | Sin categorizar

Ave Cerquetti, ‘Mater Christi’ – Roma, 1971
Entre las muchas palabras que el Padre pronunció en su Creación hubo una muy singular. Más objeto de intuición que de intelecto, más sombra suave y tibia que esplendor de sol divino, casi una nubecita diligente y blanca que atenúa y adapta los rayos de sol a la capacidad visual del hombre. Estaba en los planes de la Providencia que el Verbo se hiciera carne, que una palabra, la Palabra, fuera escrita en la tierra en carne y sangre y esa palabra necesitaba de un fondo. Las armonías celestiales anhelaban, por amor a nosotros, transferir su concierto único y solo, bajo nuestras tiendas: pero necesitaban de un silencio. El protagonista de la humanidad que daba sentido a los siglos pasados e iluminaba y convocaba detrás de sí a los siglos futuros, debía hacer su aparición en el escenario del mundo, pero tenía necesidad de una pantalla blanca que le pusiera de relieve. El proyecto más grande que el Amor-Dios pudiera imaginar, tenía que desarrollarse majestuoso y divino y todos los colores de las virtudes tenían que encontrarse en orden y preparados en un corazón para servirlo. Esta sombra admirable que contiene al sol y ante él se retira y en él se reencuentra; ese fondo blanco inmenso casi como un abismo, que contiene la Palabra que es Cristo y en él se pierde, la luz en la Luz; ese altísimo silencio que ya no calla porque en él cantan las armonías divinas del Verbo y en él se vuelve nota de las notas, casi el “la” del eterno canto del Paraíso; ese escenario majestuoso y bello como la naturaleza, síntesis de la belleza profunda del Creador en el universo, pequeño universo del Hijo de Dios, que ya no observa porque cede su parte y su interés a quien tenía que venir y ha venido, al que tenía que hacer y ha hecho; ese arco iris de virtudes que dice “paz” al mundo entero porque al mundo le ha dado la Paz; esa criatura imaginada en los abismos misteriosos de la Trinidad y a nosotros dada, era María. De ella no se habla, de ella se canta. En ella no se piensa, a ella se la invoca. No es objeto de estudio, sino de poesía. Los más grandes genios del universo han puesto el pincel y la pluma a su servicio. Si Jesús encarna al Verbo, al Logos, la Luz, la Razón, Ella es la personificación del Arte, de la Belleza, del Amor. Obra maestra del Creador, María, Por quien el Espíritu Santo ha echado mano a toda su inventiva, ha volcado muchas de sus inspiraciones. ¡Hermosa María! De ella nunca se dirá lo suficiente. (Publicado en María transparencia de Dios, Ciudad Nueva, Buenos Aires 2003, pág 9) Fuente: Centro Chiara Lubich