Abr 29, 2025 | Sociale, Testimonianze di Vita, Vite vissute
Aceptar el cambio
Como “distribuidor de tareas”, en diez años había logrado, en colaboración con nuestro párroco, formar el consejo pastoral parroquial y el grupo de sacristanes. A medida que pasaba el tiempo, me di cuenta de que mi papel se estaba redimensionando. Muchas personas, antes menos activas, se han ofrecido a asumir diversos roles y yo he decidido hacerme a un lado para darles espacio. Al principio acepté con calma mi papel más marginal. Pero más tarde, al sentirme excluida, comprendí lo fácil que es apegarse a los propios roles, pero también lo importante que es saber soltar. A veces, el Señor nos invita a dar un paso atrás para prepararnos para algo nuevo. No es fácil, porque implica aceptar el cambio y confiar. Hoy, aunque me siento un poco al margen, sigo disponible para dar mi contribución si me lo piden. Estoy convencida de que cada servicio, incluso el más pequeño, tiene un valor y que cada etapa de la vida es una oportunidad para crecer en la fe y en el amor a los demás.
(Luciana – Italia)
Dios me ve
A veces, cuando vivía en Bruselas, me tocaba ir a misa a la iglesia del Colegio de San Miguel. Para llegar allí, había que recorrer largos pasillos con una interminable serie de aulas a ambos lados. Sobre la puerta de cada uno, había un cartel que decía: Dios te ve. Era una advertencia a los muchachos que reflejaba un pensamiento del pasado, expresado en negativo: “No cometan pecados porque, aunque los hombres no te vean, Dios los ve”. En cambio, para mí, quizás porque nací en otra época o porque creo en su amor, resonaba de manera positiva: “No tengo que hacer el bien delante de los hombres para que me vean, para escuchar decir que bueno eres, o que me den las gracias, sino para vivir en la presencia de Dios”. En el Evangelio de Mateo 23, 1-12, Jesús, dirigiéndose a los escribas y fariseos que aman ostentar, los invita a no dejarse llamar “maestros”, sino a tener una sola preocupación: actuar bajo la mirada de Dios que lee los corazones. Ahora bien, esto es lo que me gusta: Dios me ve, como dicen los carteles en el colegio; Dios lee los corazones y eso debería ser suficiente para mí.
(G.F.- Bélgica)
Dar el primer paso
Debido a un problema de herencia, el silencio se había impuesto entre mi madre y su hermana. Hacía mucho tiempo que no se veían y la brecha que había surgido solo seguía ensanchándose, sobre todo porque vivíamos en la ciudad y mi tía en un pueblo de montaña bastante lejano. Así continuó hasta el día en que tomé valor, provocada por la Palabra de Jesús: «Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y luego vuelve y presenta tu ofrenda». Buscando el momento oportuno, abordé el tema con mi madre y logré convencerla de que me acompañara a casa de mi tía. Estuvimos bastante silenciosas durante el viaje. Yo no hacía más que rezar para que todo saliera bien. En realidad, las cosas sucedieron de la manera más sencilla: tomada por sorpresa, la tía nos recibió con los brazos abiertos. Pero, era necesario que diéramos el primer paso.
(A.G. – Italia)
Maria Grazia Berretta
(tomado de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año X – n.1 marzo-abril 2025)
©Fotos: Gerson Rodriguez – Pixabay
Abr 26, 2025 | Chiesa, Spiritualità, Testimonianze di Vita
Un Papa que soñó y que nos hizo soñar… ¿soñar qué? Él mismo lo dijo una vez: que «la Iglesia es el Evangelio». No en el sentido de que el Evangelio sea propiedad exclusiva de la Iglesia; sino en el sentido de que Jesús de Nazaret, aquél que fue crucificado fuera del campamento como si fuera un maldito, en cambio Dios Abba lo resucitó de entre los muertos. Y como Hijo primogénito entre muchos hermanos y hermanas, continúa –aquí y ahora– a través de aquellos que se reconocen en su nombre, llevando la buena noticia del Reino de Dios, que ha llegado y está llegando… para todos; empezando por los «últimos», a los que el Evangelio alcanza y, por ello, son a los ojos de Dios: los «primeros». En verdad y no por un modo de decir. Este es el Evangelio que la Iglesia anuncia y contribuye a hacer la historia, en la medida en que se deja transformar por el Evangelio. Como sucedió, desde el principio, con Pedro y Juan cuando, subiendo al templo, se encontraron en la puerta llamada «Hermosa» con el hombre lisiado de nacimiento. Juntos fijaron su mirada en él, que a su vez los miró a los ojos. Y Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, ¡levántate y anda!».
El Evangelio de Jesús y la misión de la Iglesia. Entregarse para levantarse y caminar. Así nos piensa el Padre, así nos quiere y nos acompaña. Jorge Maria Bergoglio ¬con toda la fuerza y la fragilidad de su humanidad, que nos hizo sentirlo hermano– entregó por esto su vida y su servicio como Obispo de Roma. Desde aquella primera aparición en la logia central de San Pedro, cuando se inclinó pidiendo que el Pueblo de Dios invocara una bendición para él, hasta la última, el Domingo de Pascua, cuando con voz débil impartió la bendición de Cristo resucitado, descendiendo luego a la plaza para cruzar su mirada con la de la gente. Su sueño era el de una Iglesia “pobre y de los pobres”. En el espíritu del Vaticano II, que llamó a la Iglesia a volver a su único modelo, Jesús: que “se despojó de sí mismo, haciéndose siervo”.
El nombre que eligió: Francisco, ya dice el alma de lo que quiso hacer, y ante todo ser: un testigo del Evangelio «sine glossa», es decir, sin excusas ni acomodaciones. Porque el Evangelio no es un adorno, ni un parche, ni un analgésico: es anuncio de la verdad y la vida, de alegría, de justicia, de paz y de fraternidad. He aquí el programa de reforma de la Iglesia en Evangelii gaudium, y he aquí los manifiestos de un nuevo humanismo planetario en Laudato sí y Fratelli tutti. He aquí el Jubileo de la misericordia y he aquí el Jubileo de la esperanza. He aquí el documento sobre la fraternidad universal firmado en Abu Dhabi con el gran Imán de Al Ahzar, y he aquí las innumerables ocasiones de encuentro vividas con miembros de diferentes credos y convicciones. He aquí la incansable labor en defensa de los descartados, de los emigrantes, de las víctimas de abusos. He aquí el rechazo categórico de la guerra.
Francisco tenía muy claro que no basta hacer que el Evangelio vuelva a hablar con toda su carga subversiva, en el complejo e incluso contradictorio areópago de nuestro tiempo. Hace falta algo más: porque no solo nos encontramos en una época de cambios, sino que estamos en medio de un cambio de época. Hay que observar con una mirada nueva. Aquella con la que Jesús nos miró y nos mira, desde el Padre. La mirada que, con acentos tiernos y sentidos, describe en su testamento espiritual y teológico, la encíclica Dilexit nos. Es la mirada –sencilla y radical– de amar al prójimo como a sí mismo y de amarse los unos a los otros en una reciprocidad libre, gratuita, hospitalaria, abierta a todos, todos, todos. El proceso sinodal en el que la Iglesia católica ha sido convocada –y, por su parte, todas las demás Iglesias–, muestra el camino a recorrer en este nuestro tercer milenio: más allá de una figura de Iglesia clerical, jerárquica, al masculino… Un camino nuevo porque antiguo como el Evangelio. Un camino nada fácil, costoso y lleno de obstáculos. Pero una gran profecía, confiada a nuestra creativa y tenaz responsabilidad.
¡Gracias Francisco! Tu cuerpo descansará ahora junto a Ella que, como madre, te acompañó paso a paso, en tu santo viaje. Tú, con Ella, desde el seno de Dios, acompáñanos ahora a todos nosotros, en el camino que nos espera.
Piero Coda
Foto: © CSC Audiovisivi