Movimiento de los Focolares
«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12, 34).

«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12, 34).

El evangelista Lucas refiere esta enseñanza de Jesús y nos lo muestra con sus discípulos camino de Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección. Por el camino se dirige a ellos llamándolos «pequeño rebaño»[1], y les confía lo que tiene en el corazón, las disposiciones profundas de su ánimo. Entre estas, el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y la vigilancia interior, el esperar activamente el Reino de Dios.

En los versículos anteriores, Jesús los anima a desprenderse de todo, hasta de la vida, y a no angustiarse por las necesidades materiales, porque el Padre sabe lo que necesitan. En lugar de eso los invita a buscar el Reino de Dios y los alienta a acumular «un tesoro inagotable en los cielos»[2]. Ciertamente, no es que Jesús exhorte a la pasividad ante las cosas terrenas, a una conducta irresponsable en el trabajo; lo que quiere es quitarnos la ansiedad, la inquietud, el miedo.

«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón»

Aquí, «corazón» se refiere al centro unificador de la persona, que da sentido a todo lo que vive; es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular. En general indica las intenciones verdaderas, lo que uno piensa, cree y quiere realmente. El «tesoro» es lo que para nosotros tiene más valor, es decir, nuestra prioridad, lo que creemos que da seguridad al presente y al futuro.

Afirma el papa Francisco: «Hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Solo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas».[3] Pero en lo más íntimo de toda mujer y de todo hombre hay una búsqueda apremiante de esa felicidad verdadera que no defrauda y que ningún bien material puede saciar.

Escribía Chiara Lubich: «Sí, existe lo que buscas; hay en tu corazón un anhelo infinito e inmortal; una esperanza que no muere; una fe que traspasa las tinieblas de la muerte y es luz para aquellos que creen: ¡no en vano esperas y crees! ¡No en vano! Tú esperas y crees para Amar».[4]

«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón»

Esta Palabra nos invita a hacer un examen de conciencia: ¿cuál es mi tesoro, lo que más me importa? Este puede adquirir diversos matices, como el estatus económico, pero también la fama, el éxito, el poder. La experiencia nos dice que hace falta volver continuamente a la vida verdadera, la que no pasa, la vida radical y exigente del amor evangélico:

«Para un cristiano no basta con ser bueno, misericordioso, humilde, manso, paciente… Debe tener por los hermanos la caridad que nos enseñó Jesús. […] Porque la caridad no es estar dispuesto a dar la vida. Es dar la vida»[5].

A cada prójimo que se nos cruza durante el día (en la familia, en el trabajo, por todas partes) debemos amarlo con esta medida. Y así vivimos sin pensar en nosotros, sino pensando en los demás, viviendo los demás, y experimentamos una libertad verdadera.

Augusto Parody Reyes y el equipo de la Palabra de vida


[1] Lc 12, 32
[2] Lc 12,33
[3] Cf. Papa Francisco, carta encíclica DILEXIT NOS n° 218.
[4] Cf. C. Lubich «Existe lo que buscas». Carta de Junio de 1944: El primer amor. Cartas de los inicios (1943-1949), Ciudad Nueva, Madrid 2011, p. 54.
[5] Cf. C. Lubich conexión telefónica 6-12-1984: Juntos en camino, Ciudad Nueva, Buenos Aires 1988, pp. 48-49.

Foto: © Valéria Rodrigues – Pixabay

¿Dónde está mi corazón?

¿Dónde está mi corazón?

El «Corazón» es el núcleo más íntimo y auténtico, el centro unificador de la persona, es el que da sentido a todo lo que se vive, lugar de deseos y opciones vitales que guían la existencia; es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular. Normalmente indica las verdaderas intenciones, lo que realmente se piensa, se cree y se quiere.

Esta idea nos invita a preguntarnos: ¿cuál es la realidad que más me importa? ¿Dónde pongo mi esperanza, mis energías, mi vida, mi corazón? La respuesta puede asumir diversos matices, como el amor, el don, la relación con los demás, pero también el estatus económico, la fama, el éxito, el poder, o las propias seguridades.

La verdadera libertad parte ante todo del corazón. Los bienes exclusivamente materiales, del mismo modo que se acumulan pueden también desvanecerse por los vaivenes de la vida. El desapego de ellos puede ayudar a vivir el trabajo y el esfuerzo cotidiano para con la sociedad, con un compromiso más transparente superando la ansiedad, la inquietud y el miedo al mañana.

«Hoy —afirma el papa Francisco— todo se compra y se paga, y parece que el mismo sentido de la dignidad depende de cosas que se obtienen con el poder del dinero. Se nos empuja solo a acumular, consumir y distraernos, prisioneros de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas». [1]

La experiencia nos dice que es necesario volver continuamente a la vida verdadera, que es la mejor “inversión” por la que comprometerse. No pensando en nosotros mismos, sino en los demás, experimentando así una verdadera libertad.

Nos lo recuerda el filósofo y humanista Erich Fromm cuando afirma que «Dar es la máxima expresión de la potencia. En el acto mismo de dar, experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder. Esta experiencia de mayor vitalidad y potencia me llena de alegría».[2]

Interroguémonos ante cada acción: ¿cuál es el motivo que me empuja a hacer así? Y si vemos que tenemos que reorientar la intención, hagámoslo con decisión. Veremos que nuestro corazón se libera de ataduras y condicionamientos.


[1]Papa Francesco “Dilexit Nos” no. 218
[2]Erick Fromm «El Arte de amar» (1956)

Foto: © Alejandra-Ezquerro-Unsplash