El que ama no excluye
El que ama no excluye
El que ama no excluye
En el Antiguo Testamento, los pastores contaban las ovejas al volver de los campos, dispuestos a buscar a la que se hubiese perdido. Incluso se internaban en el desierto de noche con tal de encontrar a las ovejas descarriadas.
Esta parábola es una historia de pérdida y hallazgo que pone en el primer plano el amor del pastor. Este se da cuenta de que falta una oveja, la busca, la encuentra y se la carga a hombros porque está debilitada y asustada, quizá herida, y no es capaz de seguir al pastor por sí sola. Es él quien la lleva a resguardo y, por último, lleno de alegría, invita a sus vecinos a celebrarlo con él.
«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido».
Los temas recurrentes de este relato podemos resumirlos en tres verbos: perderse, encontrar y celebrar.
Perderse. La buena noticia es que el Señor va a buscar a quien se extravía. Muchas veces nos perdemos en los desiertos cercanos, o en los que nos vemos obligados a vivir, o en los que nos refugiamos; son los desiertos del abandono, de la marginación, de la pobreza, de las incomprensiones, de la falta de unidad. El Pastor nos busca también allí, y aunque lo perdamos de vista, él nos encontrará siempre.
Encontrar. Intentemos imaginarnos la escena de la afanosa búsqueda por parte del pastor en el desierto. Es una imagen que impacta por su fuerza expresiva. Podemos entender la alegría tanto del pastor como de la oveja. El encuentro entre ambos devuelve a la oveja la sensación de seguridad por haberse librado del peligro. Por tanto, el encontrar es un acto de misericordia divina.
Celebrar. Él reúne a sus amigos para celebrarlo, porque quiere compartir su alegría, tal como ocurre en las otras dos parábolas que siguen a esta, la de la moneda perdida y la del padre misericordioso [1]. Jesús quiere que entendamos la importancia de participar de la alegría con todos y nos inmuniza contra la tentación de juzgar al otro. Todos somos personas encontradas.
«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido».
Esta Palabra de vida es una invitación a ser agradecidos por la misericordia que Dios tiene con todos nosotros personalmente. El hecho de alegrarnos, de gozar juntos, nos presenta una imagen de la unidad donde no hay contraposición entre justos y pecadores, sino que los unos participamos en la alegría de los otros.
Escribe Chiara Lubich: «Es una invitación a comprender el corazón de Dios, a creer en su amor. Inclinados como estamos a calcular y a medir, a veces creemos que el amor de Dios por nosotros también podría llegar a cansarse […] La lógica de Dios no es como la nuestra. Dios nos espera siempre; es más, le damos una inmensa alegría cada vez que volvemos a Él, aunque se tratase de un número infinito de veces»[2].
«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido».
A veces podemos ser nosotros los pastores, los que cuidamos unos de otros y vamos con amor a buscar a quienes se han alejado de nosotros, de nuestra amistad, de nuestra comunidad; a buscar a los marginados, a quienes están perdidos, a los pequeños, aquellos que las pruebas de la vida han apartado a los márgenes de nuestra sociedad.
Nos cuenta una educadora: «Había varios alumnos que venían a clase esporádicamente. Durante mis horas libres solía ir por el mercado que está al lado de la escuela, esperando encontrarlos en ese lugar, porque me había enterado de que trabajaban allí para sacarse un dinero. Un día por fin los vi, y ellos se quedaron asombrados de que hubiese ido personalmente a buscarlos, y les impactó ver lo importantes que eran para toda la comunidad educativa. Desde entonces empezaron a venir regularmente a clase y fue en verdad una fiesta para todos».
Patrizia Mazzola y el Team de la Palabra de Vida
Foto: © billow926-unsplash
[1] Cf. Lc 15,8 e 15,11
[2] C. LUBICH, Palabra de vida de septiembre de 1986: Palabras de Vida/1 (1943-1990) (ed. F. Ciardi), Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 387-388.
«Había varios alumnos que asistían a clase esporádicamente –explica una maestra–. Durante mis horas libres solía ir por el mercado que está al lado de la escuela, esperando encontrarlos en ese lugar, porque me había enterado de que trabajaban allí para sacarse un dinero. Un día por fin los vi, y ellos se quedaron asombrados de que hubiese ido personalmente a buscarlos y les impactó ver lo importantes que eran para toda la comunidad educativa. Desde entonces empezaron a venir regularmente a clase y fue realmente una fiesta para todos.»
Este hecho expresa el valor irrenunciable de cada ser humano. Nos habla de acogida incondicional, de una esperanza que no se rinde y de una alegría compartida cuando se recupera la dignidad al reintegrarse en la comunidad como alguien único e insustituible.
Hay momentos en la vida en que no todos podemos seguir el mismo ritmo. Nuestra propia fragilidad, o la de los demás, nos impide caminar siempre al lado de quienes nos acompañan. Las causas pueden ser muchas: cansancio, confusión, sufrimiento… Pero precisamente ahí se activa una forma de amor profundamente humana y radicalmente comunitaria: es el amor atento que sabe detenerse a mirar a quien ya no puede seguir el paso, que se hace cercano y no abandona. Es un amor que, como una madre o un padre con sus hijos, recoge, protege y acompaña. Es un amor paciente que mira al otro con comprensión, respeto y confianza. Se trata de llevar los pesos los unos de los otros, no como un deber, sino como una opción de amor lúcida y libre que se compromete a caminar más lentamente, si es necesario, para mantener viva y unida la comunidad familiar y/o social.
Este tipo de amor —el que se preocupa, el que busca, el que incluye— no distingue entre buenos y malos, entre “dignos” e “indignos”. Nos recuerda que todos, en algún momento, podemos estar perdidos, y que la alegría colectiva del reencuentro es más fuerte que cualquier juicio o separación.
Esta idea es una invitación a ver al otro no por lo que ha hecho, sino por el hecho de que es único y digno de ser amado. Nos invita a vivir la ética del “cuidar”, sin dejar atrás ni abandonar a nadie, restableciendo así vínculos rotos y celebrando juntos el haber contribuido a hacer el mundo un poco más humano.
Martin Buber, filósofo judío, al reflexionar sobre la relación profunda entre las personas como lugar de verdad, afirma que la autenticidad no se encuentra en lo que hacemos en soledad, sino en el encuentro con el otro, sobre todo cuando se da con respeto y gratuidad.
Foto: © Sabine van Erp en Pixabay
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LA IDEA DEL MES, es elaborada por el «Centro para el diálogo con personas de convicciones no religiosas» del Movimiento de los Focolares. Se trata de una iniciativa nacida en 2014 en Uruguay para compartir con amigos no creyentes los valores de la Palabra de Vida que es la frase de la Escritura que los miembros del Movimiento se esfuerzan por poner en práctica en su vida cotidiana. Actualmente LA IDEA DEL MES es traducida a 12 idiomas y se distribuye en más de 25 países, con adaptaciones del texto según las diferentes sensibilidades culturales. www. dialogue4unity.focolare.org
Dar al amor el primer lugar
Hacer de cada obstáculo un trampolín