Son alrededor de 150 mil las personas llegadas de muchas partes a la última audiencia general de Benedicto XVI. En el clima se advierte la importancia de una jornada histórica y, quizás, no sólo para la Iglesia católica. Se siente una emoción contenida, en sintonía con la humilde grandeza del anciano Papa.
Benedicto XVI se ve visiblemente conmovido delante de la multitud que lo rodea con inmenso calor. Habla con la espontaneidad del corazón: «Les agradezco y veo la Iglesia viva y debemos decir gracias al Señor por el buen tiempo que nos regala en medio del invierno». Define a la Iglesia como «una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. El Evangelio purifica y renueva».
La suya es una comunión, abierta y transparente, de lo que está viviendo. «Di este paso con la plena conciencia de su gravedad y también novedad, pero con profunda serenidad. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de hacer elecciones difíciles, dolorosas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no de sí mismos». Y afirma con voz segura: «No abandono la cruz, permanezco en una forma nueva ante el Señor Crucificado».
María Voce, presidente de los Focolares, comenta espontáneamente la última audiencia pública de Benedicto XVI, en la que participó con algunos centenares de adherentes al Movimiento.
«Fue un momento de profunda comunión con el Papa Benedicto: parecía que nos llevaba con él a la cima de la montaña, donde Dios lo llama ahora, y nos hacía ver la Iglesia desde esa altura, un pueblo unido, familia de Dios, cuerpo vivo». «Mientras repetía el anuncio de su decisión, advertimos que la misma no lo lleva lejos, sino todo lo contrario, lo hace más cercano a todos nosotros, a cada uno de nosotros, personalmente diría». «A mi lado, además de Giancarlo Faletti, estaban Fray Alois de Taizé con un hermano suyo, Kiko Argüello del Camino Neocatecumenal y otros representantes de Movimientos. Cuando pasó delante de nosotros, nos reconoció y nos saludó con visible afecto».
Todavía en una entrevista publicada en Ciudad Nueva, responde a estas preguntas:
¿Qué lección piensas que debe recoger el Movimiento de los Focolares?
«Me impresionó mucho el pasaje de su discurso en el que, refiriéndose a la Iglesia, Benedicto XVI dijo que era “renovada y purificada por la vida del Evangelio”. Advertí fuertemente que se trataba de un llamado a esa vida del Evangelio que realmente nos hace nuevos, en todo momento. Me pareció claro que no tenemos que tratar de mejorar quien sabe qué cosa, sino volver a la vida del Evangelio íntegra, auténtica, “con coherencia”, como el Papa mismo precisó. Coherente con la fe que hemos recibido y que profesamos. Además debemos estar cerca del Papa, subir la montaña y rezar con Él. Con su misma confianza en Jesús que conduce a la Iglesia, con el mismo optimismo sereno que nos ha demostrado».
¿Cuáles palabras te tocaron más el corazón?
«La referencia a la Iglesia como familia, quizás porque también Chiara Lubich, antes de dejar esta tierra, nos había recomendado que “fuéramos una familia”. Por eso me pareció que se trataba de la misma voz que, desde dos puntos, venía a recomendarnos la misma perspectiva. Es decir la de Cristo que, viniendo a la Tierra, quiso constituirse su familia, la Iglesia. Como Él la ve, y no como la vemos nosotros hombres acostumbrados a analizarla y juzgarla. La Iglesia en su deber ser: su cuerpo, su esposa, su familia».
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