Para realizar su “laboratorio” los Chicos por un mundo unido” de la región italiana de Emilia Romagna este año fueron a Tierra Santa. Unieron el recorrido espiritual a una profunda experiencia de compartición con coetáneos que viven en esas tierras. Varios momentos significativos: la gruta de la Natividad, un trekking en el desiero de Judea, la visita al Sepulcro, un chapuzón en el Mar Muerto, la renovación de las promesas bautismales en el río Jordán, un excursión en barco por el lago de Tiberíades. Hasta aquí, sin embargo, no es más que un viaje o, como muchos dijeron, una peregrinación, por Tierra Santa tras los pasos de Jesús, recorriendo la vida de Aquel que dio sentido a nuestra vida de cristianos. Pero si luego añadimos una tarde en el orfanato Crèche de Belén, un encuentro con el obispo auxiliar Kamal Bathish del patriarcado de Jerusalén y un intercambio de experiencias con chicos y jóvenes del lugar que adhieren al Movimiento de los Focolares, todo esto se vuelve entonces el Laboratorio de los Chicos por un mundo unido de Emilia Romagna, que se llevó a cabo del 23 al 30 de julio en Tierra Santa. Los protagonistas son 45 chicos y animadores, un grupo deseoso de conocer más de cerca los lugares que son el centro de su fe cristiana. Este grupo ha hecho muchas experiencias, a partir de la JMJ de hace tres años en Polonia, luego una visita a la localidad de Amatrice, ciudad de la región italiana de los Abruzos destruida en 2016 por un violento terremoto, para donar una pequeña suma de dinero a los jóvenes del lugar, luego dos laboratorios con las bandas internacionales Gen Verde y Gen Rosso, además de numerosas actitividades ecológicas y de otro tipo, acciones en favor del proyecto Hambre Cero y una recolección de dinero para comprar baterías para aparatos acústicos para chicos sordomudos de Bielorrusia. Después de estas actividades nació el deseo de hacer una experiencia espiritual más profunda y los chicos no se acobardaron. “Caminar en el desierto –dice Giacomo– fue muy fuerte; los animadores nos propusieron quedarnos en silencio y experimentar lo que es tener un momento de diálogo personal e íntimo con Jesús, pero admito que después de un rato ese silencio me dio miedo porque en nuestra sociedad no estamos acostumbrados a ello”. Una experiencia típica es la vida en común, se comparte todo, desde el cansancio hasta lo que pasa por tu alma y si uno en el grupo tiene algún problema enseguida se percibe. “Dentro de algunos días –comenta Chiara– ya no recordaré ni el calor ni el cansancio para subir a pie el monte Tabor, ni la fiebre que tuve justo cuando teníamos que ir al orfanato, experiencia que para mí era muy importante concretar… recordaré, eso sí, para siempre este viaje porque lo hice con ésta que es mi familia por excelencia. Sí, suelo viajar también con mi familia natural, pero no es lo mismo. Los amigos de los Focolares para mí son una verdadera familia, muy especial”.
Como en todas las circunstancias no faltaron momentos de tensión u otros en los que el cansancio se llevó las de ganar, sin embargo “cuando oímos las experiencias de los chicos palestinos –comenta Giosuè– nuestra perpectiva cambió. Nosotros no sabemos qué es ser una minoría por motivos religiosos. No sabemos lo que es la vida de todos los días con un muro que divide Israel de Palestina. Todas estas cosas me hicieron reflexionar mucho”. “Conocer a los niños de la Crèche –sostiene Annamaria– me abrió los ojos. Si pienso en mi vida, ha sido toda un gran regalo”. Los siete días del viaje volaron, volvimos a Italia y más allá de las tantas palabras nos ha quedado impresa en el corazón de cada uno esta experiencia que sintetiza muy bien el gran misterio de dolor-amor que encuentra su plenitud en la Resurrección. Ese sepulcro vacío grita fuertemente un Aleluya.
Tiziana Nicastro
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