May 10, 2011 | Focolare Worldwide

Liliana Cosi
“Un cisne italiano ha conquistado la URSS”, de este modo, titulaba un diario italiano su debut en Moscú en el lejano 1965. ¿Cómo fue?
Me encontraba en Moscú, haciendo el segundo año de prácticas en el Teatro Bolscioi, hacía poco que se habían abierto los históricos cambios culturales entre la Scala de Milán y el Bolscioi de Moscú y yo estudiaba bajo la guía de Irina Tichomimova. Se le ocurrió enseñarme la parte de la primera bailarina del Lago de los Cisnes. Para mí, fue una experiencia novísima y durísima –era muy exigente, literalmente, ‘esculpía’ cada paso mío, cada gesto- pero ¡ahí estuve!.
Acercándose el debut (creo que ella estaba más emocionada que yo) me dice: “¡Ahora olvídate de todo lo que te he dicho y baila con tu alma italiana!”. Pocos minutos antes de entrar en escena, aún en el camerino, me toma la cabeza entre las manos y me hace tres signos de la cruz en la frente, ella no sabía si yo era creyente, no llevaba ningún signo que lo indicara.

Liliana Cosi y Rudolf Nureyev
El ideal de Chiara Lubich –que había conocido hacia poco- me había enseñado que el amor a Dios se vive, no se expone. El día después en el diario soviético Isvietzia, reseñando el evento escribían que mi modo de bailar estaba lleno de ‘espiritualidad’. ¡Me dijeron que aquella palabra no había sido nunca impresa en aquel diario! Aquel debut marcó el inicio de mi carrera.
En aquella época, ¿se encontraba sola en Moscú?
No. Además del grupo de bailarinas italianas que vivían en el internado de la Escuela del Bolscioi del cual yo era responsable, estaba conmigo Valeria Ronchetti –Vale- una de las primeras compañeras de Chiara, que vino a Moscú justo para acompañarme. Es difícil decir con palabras lo que fueron aquellos meses para mí: un radical cambio de mentalidad que influyó en toda mi vida, profesional, espiritual, humana, hasta hoy.

En Moscú con Valeria Ronchetti
Quizá puedo decir una frase de Vale que he transcrito en un diario de entonces: “No debes bailar por Jesús, sino debe ser Jesús en ti, el que baila”.
¿Has vuelto a Rusia desde entonces?
He vuelto regularmente hasta el 1989, invitada por el gobierno soviético para muchas giras no sólo en Rusia, sino en las capitales de toda la Unión Soviética, con más de 130 espectáculos, y tres veces como miembro del jurado en los concursos internacionales de ballet en Moscú.
La experiencia en Rusia ¿Qué le ha aportado?
Desde un punto de vista estrictamente profesional me ha dado mucho. En aquella época, había maestros y artistas de altísimo nivel, aún hoy cuando enseño, cuando corrijo los bailarines de nuestra Compañía o de la Escuela, tengo delante sus ejemplos. Para mi vida, me ha enseñado que en todas partes se puede vivir el Evangelio y que esta vida, fascina incluso a quien no lo conoce.
May 5, 2011 | Focolare Worldwide

(da sinistra) Anna Fratta y Barbara Schejbal con Juan Pablo II
«Recuerdo el primer encuentro, en los años 60, con el entonces cardenal Wojtila, cuando fuimos a presentarnos. El Movimiento de los focolares en Polonia estaba comenzando. Me impresionó su humanidad, su capacidad de escucha, el respeto hacia cada uno, que te hacía sentir enseguida a gusto. Nos escuchó con mucho interés, recogido en un silencio profundo. Se intuía que estaba impresionado por la grandeza del carisma que estaba en la base del Movimiento. Nos animó a ir adelante: “La gracia para llevar adelante el Movimiento la tienen ustedes, el carisma les ha sido dado a ustedes, no les pongo al lado un sacerdote. Nosotros podríamos estropearlo todo. Hagan, vivan y luego, me cuentan…”. Para entender el significado de estas palabras, que expresaban su confianza en el carisma de Chiara Lubich, es necesario pensar que en Polonia, entonces, todo estaba guiado por la Iglesia Institucional: como cabeza de cada grupo había siempre un sacerdote. Y esta confianza no disminuyó nunca. Nos ha seguido siempre con estima, respeto y amor. Permanece aún vivo en mí el último encuentro con él, en septiembre de 1978, poco antes que fuera elegido Papa. Vino a vernos a la tarde. Teníamos un encuentro con algunas familias, en un convento de monjas. Eran los tiempos del régimen comunista y el Movimiento tenía que moverse con prudencia en la ‘clandestinidad’. El Cardenal estaba visiblemente cansado pero quería estar entre nosotros. Estaba impresionado por la atmósfera, por las experiencias que algunas parejas contaron, tanto que en un momento dice, entre otras cosas: “Ustedes han puesto en el centro el hombre con su dignidad. Su carisma tienen las raíces en el Evangelio. Aquí se siente que el Espíritu Santo actúa…”
Cuando estaba aún en Cracovia, Karol Wojtila conocía a Chiara Lubich sólo a través de sus escritos. Enseguida después de su elección quiso encontrarla. En aquel día, me encontraba en Italia y recibo una llamada de teléfono: era el secretario del Papa, Stanislao Dziwisc, que yo conocía muy bien. Me dice que el S. Padre nos invita a su misa, a Chiara y a mí, al día siguiente a las 7. Aquella mañana salimos prontísimo, Chiara, Eli Folonari y yo, emocionadas, se entiende Cuando llegamos estaban aún los andamios para el cónclave, y tuvimos que dar una larga vuelta para llegar al apartamento del Papa. Tengo aún en el alma aquella Misa, en la pequeña capilla privada del Papa. Había un recogimiento, una atmósfera particular, una presencia de Dios. Estábamos nosotras tres, el Papa con don Stanislao, y dos o tres monjas polacas.
Después de la Misa, el Santo Padre saludó a Chiara. Recuerdo aún con qué respeto, que estima y que amor se dirigió a ella. La pidió que le consiguiera un mapa donde estuvieran señalados los lugares donde estamos: “Así, dice, ¡sé dónde apoyarme!”. Fue el inicio de una amistad, de una unidad siempre más fuerte entre dos personas llamadas por Dios para hacer obras grandes, dos personas a las que Dios dio dos dones para la Iglesia y para la humanidad entera” De Anna Fratta
May 3, 2011 | Focolare Worldwide
Son las diez y media cuando bajo de la escalera mecánica del metro de la Estación Central. Abajo de las escaleras hay un hombre que está ondeando un pedazo de papel. Pero todos tienen prisa y no le hacen caso.
Me detengo. Le hago señas para que me siga. Vamos a la plataforma. Descubro que va en mi misma dirección. Con él están su esposa, dos hijas y un hijo. No están acostumbrados a las bandas móviles y la mujer casi se cae. Cuando descubro que sólo Sabri, el hijo de 10 años, habla sueco, decido acompañarlos hasta el final.
Pero no es tan fácil, porque cuando bajamos en la estación terminal saca otros papeles… El primero de la estación era para el metro, después tiene otro papel con la dirección del Consejo para la migración que está cinco estaciones atrás. Volvemos allí. En la estación del metro pregunto si pueden pagar el autobús. Todavía otro papel, una carta y un boleto electrónico para el tren. Nada de dinero. La carta explica que su destino no es el servicio de migración, sino una oficina legal que está del otro lado de la ciudad.
Ya tengo media hora de atraso para la reunión. Llamo a la oficina legal. Decidimos que tienen que tomar un taxi porque después seguramente la oficina legal va a rembolsar el importe. El taxi es demasiado pequeño para llevarnos a todos, así que me despido. Cinco personas agradecidas me saludan cordialmente.
Me quedo sorprendido, cuando algunos amigos me dicen que fui muy gentil. Llegué incluso a pagar el taxi… Ciertamente, tuve que superarme para hacer todo el viaje con ellos, perdí buena parte de la clase que habría tenido, y no estoy seguro que me devuelvan el dinero. ¿Pero no me habría sentido feliz de haber sido ayudado si me hubiese sucedido algo similar en un país extranjero? La alegría que sentí después, y cada vez que lo cuento, es un regalo más grande.
Patrick – Suecia
Fuente: www.focolare.se