«Queridísimos gen:
Quizás queráis saber una palabra que sea aquella; una palabra que exprese todo, que reasuma la verdad, que os ofrezca una receta de ella para una vida verdadera.
Es lo que yo también estoy meditando en estos días.
Bien, gen, me he convencido de que no hay camino más seguro para eso, para llegar a la vida perfecta, que el del dolor abrazado por amor.
Y así lo han pensado todos los Santos, de todos los siglos.
El hecho es que cada uno ha querido seguir a Jesús y Él ha hablado claramente: «El que quiera venir detrás de mí que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mc. 8, 34).
«…Tome su cruz».
Cada uno para seguir a Jesús, el Perfecto, no tiene que hacer otra cosa que acoger en su corazón la propia cruz, los propios dolores.
Todos los tenemos. Pues bien: levantémonos por la mañana con el corazón cambiado. Lo sabemos: el dolor tratamos de alejarlo, de no hacerle caso, de olvidarlo. Así ha hecho el hombre. Pero el cristiano no hace así. Él, siendo seguidor de Cristo, sabe que el dolor es precioso, que hay que aceptarlo como hizo Jesús con su cruz, y lo abraza con todo el empuje de su corazón.
¿Cuál será el resultado? ¿Cuál será el fruto?
Alcanzaremos así todas las virtudes: la paciencia, la pureza, la mansedumbre, la pobreza, la templanza y así sucesivamente.
Y, con todas las virtudes, la perfección, la vida verdadera.
¿Estáis de acuerdo?
Todo hombre que quiere alcanzar una meta, debe someterse a fatigas, a sacrificios, a esfuerzos.
Nuestra meta es Jesús.
Para seguirlo es necesario amar el dolor.
Chao gen, con mi mayor deseo que sepáis ser dignos de Él.»
Chiara Lubich
(De “gen”, octubre – noviembre 1979: editorial)
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