Movimiento de los Focolares

Con María

May 18, 2018

La fiesta de Pentecostés celebra la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos, con María, en el Cenáculo. Giordani nos hace reflexionar sobre la presencia de María en la Iglesia naciente y también hace referencia a la fiesta, recientemente proclamada por el Papa, de María madre de la Iglesia, el 21 de mayo.

«Al no estar más Jesús en la tierra, María convive con la Iglesia, en donde Jesús continúa. Externamente no se presenta como madre de Jesús, quien desapareció de la vista; se presenta como madre de Juan, que representa la figura del discípulo. Y así María está en el vientre de la Iglesia, en el Cenáculo. Allí, en el monte de los olivos, donde tuvo lugar la ascensión, ella se une al grupo de los apóstoles y de los discípulos, y de las pías mujeres. Y allí los apóstoles «perseveraban concordes en la oración, junto con las mujeres, y con María, la madre de Jesús» (Hch, 1, 14). La primera Iglesia – dice san Lucas – conformaba «un solo corazón y un alma sola» y «no había ningún indigente»; había un solo comedor. ¿Por qué había tanta comunión, al punto que hacía de todos uno? Porque estaba María y por lo tanto el Espíritu Santo. Se realizaba por lo tanto  el ideal del Hijo y reinaba allí el Padre. Había venido su Reino: estaba el Padre nuestro de los cielos y el pan nuestro de cada día. Se repetía el Magníficat y se realizaba la diakonia, el servicio. La función de María –función de amor, y por lo tanto de Espíritu Santo- era, y es unificar, reuniendo bienes celestes y terrestres y así contribuir a suscitar el cuerpo místico de Cristo; colaborando así a generar a Jesús en el mundo; unificando y acomunando almas en Él, según el orden de la Sabiduría. Es el modelo de quien debe ser la madre en la casa cristiana: un corazón que unifica, una mente que vivifica (…) volviendo a encender, día tras día, la atmósfera del focolar, donde todos se sienten uno, células de un único cuerpo. Consciente de esta misión, que es participación en la obra de Cristo, la mujer –asociada más que cualquier otra criatura a la obra de la creación- se dirige más fácilmente al Creador, y más tiernamente se confía a María, mientras que sobre su ejemplo ella confiere a la intimidad de la ama de casa una pureza virginal con calor materno, siendo copia de la Virgen Madre. María en el Cenáculo representaba a Jesús y por lo tanto significaba la dignidad más alta, que sostenía espiritualmente la preminencia jurídica de Pedro. Pero con su apoyo aparecía como el alma ensimismada con la Iglesia, que hace suya, la vive como fruto bendito de su vientre, perdida en ella, escondida, verdadera esclava del Señor. Y es éste el sentimiento con el que deben vivir la Iglesia, en la Iglesia, con la Iglesia, todos los fieles, también los laicos para quienes de ese modo la Iglesia no se presentará como algo extraño, sino que les resultará propia, vida propia, centro de su santidad. No es necesario hablar o vestirse con hábitos especiales; es necesario vivir la santidad. Y el primer fruto será la unidad. María inspira «las distintas formas del apostolado de los laicos… A las almas deseosas de vivir más abiertamente y más enteramente la doctrina de Jesús, a aquellas que arden por el deseo de darla a conocer a los demás, en especial a sus compañeros de trabajo, a quienes quieren devolver el orden de la justicia y de la caridad en los institutos sociales y llevar al orden temporal de la sociedad un centelleo de armonía perfecta que une los hijos de Dios, María obtiene la gracia del apostolado, ella pone en Sus labios las palabras que convencen sin irritar…» (Pio XII). María la reformadora social, modelo de apostolado que convence; símbolo de caridad, fuente de justicia, a quien no pocos movimientos laicos miran para contribuir a constituir la unidad, testamento ideal de Jesús, en un orden mariano de las cosas, preparatorio de la ciudad de Dios en la tierra; y de la que ya fue vista por los santos como la ciudad de Dios.» Igino Giordani, Maria modello perfetto, Città Nuova, Roma, 1967 2012, pp.150-152.

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