«No es fácil contarles lo que estamos viviendo en mi región, en Congo, donde un conflicto permanente destruye el país.
Conocí el ideal de la unidad cuando todavía era una gen3 estaba feliz de pertenecer a una comunidad que vive el Evangelio. Después, creciendo, cuando entré en la universidad encontré otro mundo. Vi personas que se mataban debido a diferencias tribales y étnicas. Corrupción, contrabando, mentiras y muchos otros males en el tejido de la vida cotidiana.
Cuando me gradué, encontré trabajo en una organización no gubernamental que trabaja por los derechos de las mujeres congolesas, especialmente por las que han sufrido abusos sexuales. Por eso viajé a muchas regiones. Me encontré ante la miseria de tanta gente, a pesar de que Congo es un país bellísimo y rico de importantes recursos naturales.
Veía crecer un clima de general resignación. Se oía decir: “Este país ya está muerto, no vale la pena ocuparse de él…”.
A principios del 2012, algo nuevo se encendió en mí. Leí un texto de Chiara Lubich en donde nos invitaba a no contentarnos con las pequeñas alegrías, a apuntar a lo alto. Advertí que, para mí, quería decir trabajar por el cambio de mi país.
Fue así que hicimos nacer un Movimiento de movilización juvenil en la ciudad y empezamos a difundir información, nuestros análisis y reflexiones sobre la situación, proyectos para reaccionar juntos. Denunciamos la altísima tasa de desocupación juvenil. Después, mientras se acercaba el aniversario de la independencia de Congo, imprimimos volantes denunciando los problemas del presente: la crisis de la justicia, la gravísima desocupación y la paradoja entre los grandes recursos del país y la pobreza de la mayoría.
La noche de la vigilia, mientras todavía estábamos distribuyendo los volantes, algunos policías me tuvieron detenida una semana. Para no dejarme sola, enseguida otros dos jóvenes que estaban conmigo se hicieron arrestar, y, después de algunos días otros dos. Pasé por decenas de interrogatorios. Sentía que la amenaza de muerte o de condena se acercaba cada vez más. Lo que me sostuvo en esos momentos terribles fue la unidad que me unía a las gen de mi ciudad y a los jóvenes que me sostenían con su solidaridad.
Una gen se acercaba todos los días al lugar donde me tenían prisionera y me gritaba que todos me apoyaban. Y después, pensando que Jesús, incluso en la cruz, no había dejado de ser Amor, seguí amando concretamente, preparando la comida para los otros detenidos y también para los guardias.
Con muchos jóvenes comprometidos en este movimiento comparto la Palabra de vida. Lo más importante que he entendido es que para realizar un verdadero cambio, la fuerza proviene del amor. Actuar con amor, sin violencia, significa actuar del lado de Dios.
¿Qué queremos? Nuestra finalidad no es oponernos a un grupo político, sino luchar para construir un Congo de los ciudadanos, conscientes de sus derechos y de sus deberes, para sostener a nuevos líderes que trabajen por la justicia. ¿Y cuáles son los primeros resultados? Hoy el Movimiento existe, es conocido en nuestra región y en otros puntos del país; hemos emprendido más de 50 iniciativas y obtenido algunas respuestas concretas. Y todavía estamos vivos, a pesar de las amenazas y los tentativos de instrumentalización.
En nuestra ciudad somos el primer grupo de jóvenes que, respetando las leyes del país, osa denunciar, sostener, asumir una posición ante tantos problemas, como el de las sanciones a los militares implicados en crímenes y extorsiones. Estoy convencida de que está creciendo una generación cada vez más numerosa de congoleses que vuelve a tener confianza y se compromete con el país». (M.M. – Congo)
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