«Desde el año 1994 realizo mi servicio en la Pastoral Penitenciaria de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba, que incluye la ciudad de Guantánamo. Junto con otros voluntarios asisto a los presos/as y a sus familiares, pues ellos son los más pobres entre los pobres. Cuando conocí la espiritualidad de la unidad, en el 2007, fue como si un rayo de luz penetrara dentro de mí. Lo que más me impresionó fue constatar que siempre se buscaba lo que nos une y no lo que nos separa. Compartir con otros este modo de vivir me ayudó mucho en mi servicio a los presos. Hay quien me dice: “¿Cómo puedes trabajar, visitar a asesinos, violadores, etc., si luego cuando salen, la mayoría no se acuerda de quién los acompañó en su proceso? La espiritualidad de Chiara Lubich, en cambio, me ayuda a ver en cada uno de ellos el rostro de Jesús crucificado y abandonado, con la convicción de que nosotros sólo sembramos la semilla del Evangelio, sin esperar nada en cambio. Esta convicción me fortalece, me sustenta y no me hace sentir sola. Me impide caer en la tentación de abandonar este servicio y, al final, siempre recibo más de lo que doy. Desde hace tiempo hemos comenzado a llevar todos los meses la hoja de la Palabra de Vida a los presos y a sus familias. Al cabo de un tiempo, cuál sería nuestra sorpresa al saber que en el grupo de internos del “Régimen especial” compartían la Palabra cada mes y la ponían en práctica. Así, formaron una pequeña comunidad con un joven al frente y las experiencias que hacen son maravillosas, como cuenta Y.: “En los años de la juventud, cometí crímenes que me valieron la cadena perpetua. Me encuentro en la cárcel de la ciudad de Guantánamo (no lejos de la conocida cárcel estadounidense de altísima seguridad). Encontré la fe en Dios a través de personas del Movimiento de los Focolares que desde hace varios años vienen regularmente a visitarme. También escribí la historia de mi encuentro con Dios y cómo renació en mí la esperanza de la Vida que no termina. Todos los días me comprometo a poner en práctica la Palabra de Vida del mes». Un día nos decía por teléfono: “Tengo fiebre y un fuerte dolor de cabeza; tenía necesidad de escucharte y aproveché este momento de permiso para hacerlo. Hablar con ustedes es un bálsamo para mí”. Le aseguramos que rezamos por él, que Jesús vino a salvarnos para siempre, más allá de cómo ha sido nuestra vida terrena. Nos dice que está seguro de eso y agrega que “es lo que todos los días me da la fuerza para seguir amando a todos”». (Carmen, Santiago de Cuba)
Confiar en el amor de Dios
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