«Desde los primeros instantes, muchos de nosotros, como la inmensa mayoría del pueblo mexicano, nos abrimos paso entre el estupor y la emergencia, para atender al llamado de ayuda que fluía de cada zona de la Ciudad de México y de otras localidades del interior del País que sufrieron la misma contingencia. Un profundo sentido de solidaridad ha cobijado cada zona afectada. Los hoteles han abierto gratuitamente sus puertas a quienes han perdido sus hogares, médicos y psicólogos ofrecen consultas gratuitas; no falta la familia que ofrece sopa caliente. Nos conmueven los voluntarios que trabajan arduamente y sin descanso, hora tras hora; son ciudadanos que horas antes eran lo mismo oficinistas que vendedores ambulantes, amas de casa y obreros. Se constata una vez más que tras la tragedia, emerge el verdadero fulgor de la identidad mexicana, que no pierde su esperanza, que se sabe contagiar de alegría y entusiasmo hasta en sus horas más oscuras. Los ríos de personas ayudando, de cada pequeña y creativa manera, es ver un pueblo vivo que se levanta como un gigante, de entre los escombros. Miembros de nuestra comunidad han dirigido sus ayudas en especial hacia Puebla, Morelos, Chiapas y Oaxaca, donde las ayudas fluyen con mayor lentitud. Una familia de Ciudad de México estableció un centro de acopio en su casa y luego se trasladó al estado de Morelos para ofrecer alimento y enseres a los más necesitados. Los jóvenes de la ciudadela El Diamante han acudido a Contla, localidad del estado de Puebla duramente afectada por el terremoto. Ahí han removido escombros, descargado y entregado víveres, y han consolado a quienes han caído en desgracia. Para llegar a esa comunidad, de difícil acceso, han tenido que cruzar un río y pasar una profunda barranca con un improvisado puente de cuerda. En otro frente, el grupo de Economía de Comunión en Puebla ha iniciado actividades de ayuda en San Antonio Alponocan, otra comunidad de aquella entidad. Finalmente y con el objetivo de coordinar las ayudas, hemos establecido en Ciudad de México un comité de emergencias que ha comenzado a operar un plan de acción para levantar un censo de daños y necesidades y organizar la comunión de talentos y bienes. En estos momentos de dificultad, tenemos presentes, para nuestro ánimo y consuelo, las palabras que María de Guadalupe hizo guardar a San Juan Diego en el Tepeyac: “Pon esto en tu corazón, mi pequeño hijo: no temas. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No te encuentras bajo mi sombra, a mi cobijo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás tú en el pliegue de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Necesitas algo más?”. Como Movimiento de los Focolares, redoblamos el llamado al amor y la fraternidad, base de la reconstrucción material y espiritual de nuestro amado País». Ciudad de México, 25 de septiembre de 2017
Confiar en el amor de Dios
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