La paz es el resultado de un proyecto: un proyecto de fraternidad entre los pueblos, de solidaridad con los más débiles, de respeto recíproco. De ese modo se construye un mundo más justo, se arrincona la guerra come una práctica bárbara que pertenece a la fase oscura de la historia del género humano. Pasaron muchos años desde la primera publicación de este escrito, que resulta aun muy actual, en un momento en el que el mundo está desgarrado por conflictos atroces. La historia, nos dice Giordani, podría enseñarnos mucho.
La guerra es un homicidio en gran escala, disfrazado de una suerte de culto sagrado, como el sacrificio al dios Baal. Y la razón de ella es el terror que inspira, la retorica tras la que se esconde y los intereses que implica. Cuando la humanidad haya progresado espiritualmente, la guerra sera incluida entre los ritos cruentos, las supersticiones de los hechiceros y los fenómenos de barbarie.
La guerra es para la humanidad lo que la enfermedad para la salud, o el pecado para el alma. Es destrucción y vergüenza; ataca al alma y al cuerpo, a los individuos y a la colectividad.
Einstein afirmaba que el hombre tenia necesidad de odiar y destruir, y la guerra lo satisfacía. Pero no es asi. La mayorfa de los hombres, pueblos enteros, no manifiestan esa necesidad. O, en todo caso, saben contenerla. La razón y la religión condenan la guerra.
Todas las cosas apetecen la paz, segun Tomas de Aquino. En efecto, todas apetecen la vida. Solo los locos o los enfermos terminales pueden desear la muerte. Y la guerra es muerte. El pueblo no la quiere; la quieren algunas minorías que con la violencia se aseguran provechos económicos o, también, la satisfacción de las peores pasiones. Más que nunca hoy, los costos, las muertes y la destrucción definen a la guerra como una “masacre inútil”. Masacre y, además, inútil. Una victoria de la muerte sobre la vida, verdadero suicidio de la humanidad.
[…] “La inteligencia humana, destinada a otras finalidades, ha inventado y puesto en marcha hoy instrumentos de guerra capaces e despertar el horror en el ánimo de toda persona honesta, sobre todo porque no atacan solo ejércitos sino que a menudo también a poblaciones civiles, niños, mujeres, ancianos, enfermos… además de destruir construcciones sacras y obras de arte. ¿A quién no espanta la idea dde que nuevos cementerios se sumen a los ya numerosos del reciente conflicto y que nuevas ruinas humeantes de barrios y ciudades aumenten las destrucciones anteriores? ¿Quién no tiembla al pensar que la destrucción de nuevas riquezas, inevitable consecuencia de la guerra, pueda agravar la crisis económica que sufren los pueblos, especialmente las clases más humildes?” [1]. […]
Esa inutilidad fue confirmada por Pío XII en 1951: “Todos manifestaron con la misma enérgica claridad el horror ante la guerra, y la convicción de que ésta no es un medio válido para dirimir conflictos y restablecer la justicia. A ello pueden ayudar solamente acuerdos consensuados de manera libre y leal. Para admitir razones que justifiquen una guerra popular -en el sentido que respondan al deseo y las voluntad de los pueblos- sólo podría considerarse injusticias tan mayúsculas y destructivas de los bienes esenciales que alteren la conciencia de toda nación” [2].
Así como la peste apesta y el hambre genera hambruna, la guerra provoca muerte. Además, destruye también los instrumentos de la vida. Es una industria temeraria, una fábrica de ruinas.
Solamente un alterado mental puede pensar que de una masacre obtenga beneficios, salud de una grave hemorragia o energía de una pulmonía. El mal produce mal, así como la palmera dátiles. La realidad demuestra, también en este campo, la inconsistencia práctica del maquiavélico aforismo según el cual “el fin justifica los medios”.
El fin puede ser la justicia, la libertad, el honor, el pan; pero los medios provocan tal destrucción de alimentos, libertad, justicia, dignidad, además de vidas humanas -entre las de niños, mujeres, ancianos e inocentes de toda clase- que anulan trágicamente los mismos fines.
En síntesis, la guerra no sirve de nada, fuera de destruir vidas y bienes.
Igino Giordani, La inutilidad de la guerra, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2003, pag. 9
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Fotos: © Pixabay y CSC Audiovisivi
[1] Pio XII, “Mirabile illud”, 1950.
[2] Discurso al Cuerpo Diplomático, 1-1-1951.
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