Salvatore no tenía ni siquiera 14 años, pero se acuerda perfectamente, cuenta él mismo, «como si fuese ayer, mi encuentro con Jesús. Había conocido el focolar. Hombres realizados, capaces de entusiasmar a un muchacho. Me sentía atraído y con mi hermano, cualquier excusa era buena para ir a la casa de ellos. Era la presencia de Jesús entre ellos lo que me atraía. ¿Un fruto de ese período? El deseo, de encontrarme con Jesús Eucaristía todos los días»
A los 20 años llega el amor por Adriana. «Decido declararme, seguro de que ella me correspondía. Y sin embargo….no. Fue un golpe feo. No sabía imaginar mi futuro si no compartía mi vida con ella. La tentación era la de encerrarme en mí mismo. Pero había aprendido a no detenerme, y a tener una mirada y un corazón siempre abiertos. Y esto no dejé de hacerlo. Después de algunos años, me volví a encontrar con Adriana a mi lado y comenzó con ella la aventura de nuestra vida».
Casados ya desde hace algunos años, con los tres hijos ya adolescentes, Adriana y Salvatore están sumergidos en una vida comprometida, entre la familia, el trabajo, el voluntariado. Y, sobretodo para Adriana, comienza la época del malestar. «Lenta y sutilmente va creciendo en mí, un estado de aridez, que se caracteriza por una profunda falta de estima de mí misma. Llegué a probar la amarga sensación de la pérdida de los afectos, a tal punto de desear en algún momento, no querer vivir más. Sin embargo todo me exigía seguir adelante: el trabajo durante horas detrás de un mostrador agolpado de gente, tratando, de todos modos, de amar a cada uno y después en casa: cocinar, limpiar, recibir bien a los hijos y atenderlos. La relación con Dios se redujo a una lucecita cada vez más lejana. Un día tomé conciencia de esta ausencia de Dios en mí y sentí un gran temor, que me sacudió profundamente. ¡Le pedí que se hiciera presente!. Casi lanzándole un desafío, Lo reencontré fielmente como Amor en una relación más íntima cultivada durante las caminatas de las primeras horas de la mañana que comencé en esos días, y que me ayudaron a volver a encontrar el equilibrio interior».
¿Y con los hijos? Se siente el desapego. Salvatore cuenta una experiencia vivida con el hijo mayor. «Desde jovencito quiso ser músico. Aprendió a tocar la guitarra y más adelante, si bien nunca quizó ir al conservatorio, empezó a frecuentar los ambientes musicales de nuestra ciudad –Nápoles-, y ya con veinte años, se vinculó a músicos de un cierto calibre. Las perspectivas sin embargo, no eran muchas. A los 24 años, decide darle un cambio a su propia vida viajando a Londres. ¡Es un balde de agua fría! Él, que no sabe ni una palabra de inglés, va a una ciudad tan grande y desconocida, sin saber dónde vivir y cómo ganarse la vida. El día de su partida, lo acompaño al aeropuerto, lo dejo en el embarque y lo veo desaparecer. Siento que mi corazón se desgarra y siento también un tumulto de sensaciones contrastantes. Temor por su vida, dolor por el desapego, conciencia de tener que respetar sus elecciones. En esa imagen del avión que despega me parece que se encierra lo que Dios me pide que viva: deja ahora que lo que es carne de tu carne, se separe de ti y tome el vuelo. Antes de ser hijo tuyo, es Mi hijo, ¿crees que no pienso Yo mismo en su bien?»
Ahora el muchacho vive establemente en Londres y trabaja como músico. «Hace dos años fuimos a verlo; fue la ocasión para asistir, en el teatro considerado como el templo de la danza moderna y colmado por más de 2000 personas, a un espectáculo de la banda que él integraba y con la cual tuvo la oportunidad de viajar por el mundo».
Y ahora, se preguntarán, ¿qué momento estamos viviendo? «Una reencontrada libertad, también en la elección de dejar nuestra ciudad y trasladarnos a otra ciudad, estando al servicio del Movimiento de los Focolares en el mundo»
(A.e S. L. – Italia)
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