Movimiento de los Focolares

Estar cerca de los que sufren

Abr 20, 2020

El siguiente escrito de Chiara Lubich toca un argumento que también la actual pandemia ha puesto muy en evidencia: el  dolor. Nos ayuda a captar en él una misteriosa presencia de Dios a cuyo amor no se le escapa nada. Esta mirada genuinamente cristiana infunde esperanza y nos estimula a hacer nuestro cada dolor, el que nos afecta directamente,  como también el dolor de los que nos rodean.

El siguiente escrito de Chiara Lubich toca un argumento que también la actual pandemia ha puesto muy en evidencia: el  dolor. Nos ayuda a captar en él una misteriosa presencia de Dios a cuyo amor no se le escapa nada. Esta mirada genuinamente cristiana infunde esperanza y nos estimula a hacer nuestro cada dolor, el que nos afecta directamente,  como también el dolor de los que nos rodean.  (…) ¡El sufrimiento! Ese que a veces afecta totalmente a nuestras personas, o el que nos roza y mezcla lo amargo con lo dulce en nuestros días. El sufrimiento: una enfermedad, una desgracia, una prueba, una circunstancia dolorosa… ¡El sufrimiento! ¿Cómo hemos de ver este hecho, (…) que está siempre dispuesto a aparecer en cualquier existencia? ¿Cómo definirlo? ¿Cómo identificarlo? ¿Qué nombre darle? ¿De quién es la voz? Si miramos el sufrimiento con ojos humanos, estamos tentados de buscar su causa en nosotros, o fuera de nosotros, en la maldad humana por ejemplo, o en la naturaleza, o en otras cosas (…) Y todo eso puede ser también verdad, pero, si pensamos solo de este modo, olvidamos lo más importante, porque nos olvidamos de que detrás de la trama de nuestra vida está Dios, con su amor, que todo lo quiere o lo permite por un motivo superior, que es nuestro bien. Por eso los santos, cada acontecimiento doloroso que los hiere lo toman directamente de la mano de Dios. Es impresionante ver cómo nunca se equivocan en esto. Para ellos, el dolor es la voz de Dios y basta, porque–sumergidos como están en las Escrituras–, comprenden qué es y qué debe ser el sufrimiento para el cristiano; captan la transformación que realizó Jesús, ven cómo Él lo transformó de elemento negativo en elemento positivo. Jesús mismo es la explicación de ese dolor que padecen: Jesús crucificado. Por eso resulta incluso afable y hasta una cosa buena; por eso no lo maldicen, sino que lo soportan, lo aceptan, lo abrazan. Además, si también nosotros abrimos el Nuevo Testamento encontraremos su confirmación. ¿No dice Santiago, en su carta: “Consideren como perfecta alegría, hermanos míos, el estar rodeados por toda clase de pruebas”[1]? Así pues, sufrir es incluso motivo de alegría. Jesús, después de habernos invitado a tomar nuestra cruz para seguirlo, ¿no afirmó acaso que “el que pierda su vida” –y esto es lo máximo del sufrimiento–  “la encontrará”[2]? El dolor es por tanto esperanza de salvación. Para Pablo, además, el padecimiento es incluso un orgullo, más bien el único orgullo. “En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!”[3]. Sí, el sufrimiento, para quien lo considera desde el punto de vista cristiano, es una gran cosa; es incluso la posibilidad de completar en nosotros la pasión de Cristo, para nuestra purificación y para la redención de muchos. ¿Qué decirles entonces hoy a aquellos entre nosotros que se debaten en el sufrimiento? ¿Qué les deseamos? ¿Cómo comportarnos con ellos? Acerquémonos a ellos ante todo con sumo respeto porque, aunque todavía ellos no lo sepan, en este momento están siendo visitados por Dios. (…) Asegurémosles también nuestro continuo recuerdo y nuestra oración, para que sepan tomar directamente de las manos de Dios lo que les angustia y les hace sufrir, y puedan unirlo a la pasión de Jesús para que adquiera su máximo poder. Ayudémosles además a tener siempre presente el valor del sufrimiento. Y recordémosles ese maravilloso principio cristiano de nuestra espiritualidad, por el cual un dolor amado como rostro de Jesús crucificado y abandonado se puede transformar en alegría.

Chiara Lubich

Extraído de una conferencia telefónica, Rocca di Papa, 25 de diciembre de 1986 (Cf. “Juntos en camino”, pp. 197-200 Ed. Ciudad Nueva, Buenos Aires 1993)   [1] St 1, 2 [2] Mt 10, 39. [3] Gal 6, 14.

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