
Foto: www.genverde.it
Todo comenzó con una batería verde, en el Centro internacional de Loppiano, en diciembre de 1966. Un regalo poco común para un grupo de chicas. El instrumento se convirtió en el símbolo de una revolución permanente para contribuir a realizar un mundo más unido y fraterno. Así nació el Gen Verde: brío, capacidad, palabras, gestos y profesionalidad
en sinergia para decir con la música que
la humanidad tiene todavía y siempre una oportunidad, que se puede elegir la paz en lugar de la guerra, la comunicación en cambio de los muros, el diálogo en vez del silencio. En casi 50 años de actividad, el conjunto ha llegado a plazas, teatros y estadios de todo el mundo con más de 1500 espectáculos y eventos, cientos de giras, 69 álbumes en 9 idiomas. A la fecha son 147 las cantantes, músicos, actrices, bailarinas y técnicos que han formado parte del Gen Verde, cuyo aporte profesional ha dado vida a producciones artísticas diversificadas cuyos géneros van desde conciertos en vivo hasta musicales, sin olvidar la actividad didáctica y formativa dirigida a los jóvenes, a través de talleres y cursos específicos.
Se requiere mucho trabajo para preparar un proyecto, días intensísimos para vivirlo,
pero después ¿qué queda? Lo preguntamos a los protagonistas de algunos lugares donde llegó la iniciativa en muchos países del mundo. De lo que nos relataron emergen
algunas características comunes. La primera: el concierto actual que presentamos en las giras
“Start Now” motiva a
relacionarse con los demás desde una forma distinta de vivir, basada en la confianza, la apertura, la atención al bien común. Este estilo prosigue también después, en lo cotidiano. La segunda: el valor de ser los primeros en cambiar el mundo alrededor de sí, porque
“Juntos somos más fuertes. Podemos soñar en grande si hacemos las cosas juntos”. Alguien lo llamó
“espíritu de fraternidad”. La tercera característica, podríamos llamarla
compartir: el impulso, el deseo de
comunicar al otro la experiencia vivida, de contagiar e
involucrar a todos en la empresa de mejorar el mundo, allí donde está cada uno.
“Logramos relacionarnos mejor con la gente y a veces influir también en otras personas para que hagan como nosotros”, nos cuenta un chico. Y un profesor, hablando de sus alumnos con quienes participó el en proyecto, dijo:
“Han sabido demostrar que tienen una profunda humanidad que quizás yo había subvalorado en estos años. Ya no los veo como chicos a veces inmaduros, sino como personas capaces de comprometerse”. El deseo de difundir esta forma constructiva de afrontar la realidad ha hecho florecer
distintas iniciativas. En
Palermo, en el sur de Italia, por ejemplo, ya están trabajando para una segunda edición de
Start Now 2018. En
La Spezia, en el norte, los jóvenes que participaron en el proyecto inventaron una tarde de
“lavacar” a favor de Nigeria y un “
baile con disfraces de los años Sesenta” para recoger fondos para un dispensario en Man, en Costa de Marfil. Una conexión, Via Skype antes de la fiesta, con los amigos del país africano les hizo sentir la fraternidad.
En Huétor Tájar (España), el espíritu de
Start Now animó la tradicional “carrera de solidaridad”:
“Comprendimos –escribe una chica
– que la vida es más bella si va acompañada por la sonrisa y la alegría”. Siempre en España, en
Azpeitia, nos pidieron que presentáramos el proyecto en su Universidad.
Son pequeños pasos con grandes horizontes, que hacen que todos se sientan parte de un coro donde no puede faltar la voz de ninguno. Y todavía muchos otros efectos, aquí y allá en el mundo, suscitados al compartir el proyecto
Start Now. No son fuegos artificiales que después se apagan dejando sólo el recuerdo y la nostalgia, sino
una chispa que se enciende, que contagia y se expande. Chiara Favotti
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