Movimiento de los Focolares

Gennadios Zervos: místico apóstol de la unidad

Oct 30, 2020

Después de algunos días del fallecimiento del Metropolita, publicamos el recuerdo que de él escribió Mons. Piero Coda, docente de Ontología Trinitaria en el Instituto Universitario Sophia de Loppiano (Italia), del que fue Rector de 2008 a 2020.

Después de algunos días del fallecimiento del Metropolita, publicamos el recuerdo que de él escribió Mons. Piero Coda, docente de Ontología Trinitaria en el Instituto Universitario Sophia de Loppiano (Italia), del que fue Rector de 2008 a 2020. “Tuve una visión: una puerta estaba abierta en el cielo…”. Con estas palabras, extraídas del libro del Apocalipsis, el Metropolita Gennadios Zervos, Arzobispo Ortodoxo de Italia y Malta, amaba describir con mirada sapiencial el encuentro entre el Patriarca Atenágoras y Chiara Lubich. Porque –decía ya Atenágoras– si la puerta está abierta, estamos llamados a atravesarla juntos, y así compartir el estupor y la alegría del don divino de la Unidad. No encuentro palabras más apropiadas para describir la llama que había encendido el corazón e iluminaba la acción del Metropolita Gennadios. Así era este extraordinario e infatigable apóstol de la Unidad entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente, que hemos conocido en el Concilio Vaticano II y con quien hemos seguido vinculados hasta hoy. Había llegado a Italia en aquel lejano año 1960, desde su Grecia natal, enviado por el Patriarca Atenágoras.  Fue discípulo humilde y fervoroso de la bimilenaria tradición de la Iglesia de Oriente, personificada en la profética figura del Patriarca Atenágoras y en la cual se había formado desde la época de sus estudios en la histórica Escuela teológica de Chalki. Había compartido esa experiencia con quien sería luego el Patriarca Bartolomé; y había abrazado el carisma de la unidad donado por el Espíritu Santo a Chiara Lubich para la Iglesia entera de nuestro tiempo, más allá de las distinciones confesionales. De esa forma vivió, como protagonista activo y discreto, la entusiástica estación inaugurada por la reconciliación entre Roma y Constantinopla, en la conclusión del Vaticano II, sellada con el histórico abrazo entre el Papa Paulo VI y el Patriarca Atenágoras en Jerusalén.  Proseguiría luego por ese camino, con paciencia y sin titubeos, y llegaría a ser un aporte único, en Italia, para fomentar el recíproco conocimiento de las dos Iglesias hermanas.  Nutriéndose siempre, a manos llenas y con íntima alegría, de la luz del carisma de la unidad. Con ese espíritu el Metropolita Gennadios animó su ministerio en la Diócesis Ortodoxa de Italia y Malta, conduciéndola con amplitud de mirada como Arzobispo –el primero después de cuatro siglos– hacia un magnífico florecimiento en la constante búsqueda de la comunión con la Iglesia católica y en diálogo sincero con todos.  Por último, como si fuese la preciosa herencia que quiso dejarnos, promovió intensamente la Cátedra ecuménica Patriarca Atenágoras-Chiara Lubich en el Instituto Universitario Sophia, en sinergia con el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla:  “signo –remarcó el día de la inauguración– de nuestro infinito amor por estos dos extraordinarios protagonistas del diálogo del amor”. Soy testigo, y no dejo de sorprenderme siempre, con inmensa gratitud, del amor que profesaba por esa última criatura.  Veía en esa Cátedra el instrumento indispensable para que el ‘milagro’ llovido del Cielo –así se expresaba sobre ese evento–, el encuentro entre Atenágoras y Chiara  –en donde Chiara se había construido un puente vivo entre el Patriarca de Constantinopla y el Papa de Roma, Paulo VI– pudiera dar un nuevo impulso, que él consideraba incluso imprescindible, al camino hacia la plena y visible unidad. Solía repetir: «el amor entre Atenágoras, Chiara y Paulo VI es una realidad tan potente que nadie puede borrarla ya, porque se trata de la presencia de Jesús en medio de ellos”. Con inmensa gratitud recogemos este pensamiento que él, como testigo que fue, nos transmite.  Lo recordamos emocionados con las palabras del Patriarca Bartolomé, quien ha querido celebrar los muchos y luminosos carismas que el Metropolita tenía y de los que hemos gozado y que ahora con plena luminosidad contemplamos: “entre ellos los más grandes fueron la humildad y la dulzura, la paz y la sabiduría, y los mayores de todos el amor por la Madre Iglesia y la fe en ella”.

Piero Coda

 

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