Siete kilómetros hacia el interior de la selva, se llega a pie o con una furgoneta (el baka) que supere los barriales de agua y fango que se forman durante la estación lluviosa. En la aldea de Glolé, uno de los 18 del Cantón (en la región de Tonkpi, en Man, en el noroeste de Costa de Marfil), no hay electricidad y consecuentemente tampoco hay televisión, ni Internet. Tampoco hay comercios Muchos de sus habitantes han quedado impresionados por el ideal de la fraternidad de Chiara Lubich. Lo viven cotidianamente a partir de la palabra del Evangelio que ponen en práctica, y también gracias a una estructura social y política que los mantiene unidos, que gradualmente se ha visto iluminada y enriquecida por esta experiencia. Gilbert Gba Zio, es un líder comunitario natural, catequista, jefe de una de las familias: «Un día nos preguntamos qué podíamos hacer por nuestra pequeña aldea», contó en el reciente encuentro de Economía de Comunión en Nairobi (Kenia). «Veíamos que la Palabra del Evangelio vivida podía darnos las indicaciones». Éstas son algunas de las cosas que se han concretado a raíz de esa pregunta. La casa del “extranjero” (huéspedes) – Localmente conocida como “Kwayeko”, “Donde nosotros hay lugar”, en Glolé no es una forma de decir. «Aquí frecuentemente llegan personas de paso –cuenta Gilbert. Es gente que camina kilómetros, y se ve obligada a dormir por el camino antes de llegar a sus propias aldeas. Todas las veces le cedíamos la propia cama al huésped. También esto está en el Evangelio, pero nos dijimos: “¿No podemos hacer algo más?” “¿Por qué no construimos pequeñas casitas, así, cuando alguno llega podemos ofrecerle un techo para dormir?”. Empezamos, entre cantos de alegría, a fabricar los ladrillos. En el grupo había obreros y construimos 12 pequeñas casas compuestas por una habitación y un pequeño salón. Ahora, a los extranjeros que llegan les podemos decir: “Tenemos una casa, vengan a dormir”. La comida nunca falta; somos campesinos. Así hemos dado los primeros pasos».
La casa de la salud – Las dificultades de acceso a la carretera asfaltada en la estación de las lluvias, y los siguientes 30 kilómetros para llegar a la ciudad de Man, el centro urbano más cercano, hacían casi imposible la atención de urgencia en caso una necesidad médica. «Un día una mujer tenía que dar a luz de emergencia –sigue contando Gilbert-. La llevamos con una carretilla hasta la calle asfaltada para buscar un vehículo. Gracias a Dios la mujer se salvó; pero lograrlo fue duro. Era necesario por lo tanto, construir una casa de la salud y poner a trabajar a algunas “comadronas”. Pero ¿dónde encontrar el dinero? Acá existe la “aparcería”: el propietario de un campo se lo cede a otro para que lo cultive durante una estación y el fruto de la cosecha se divide por la mitad. Nuestra comunidad tomó un cafetal: los hombres limpiaron el terreno, las mujeres cosecharon el café. Con ese dinero compramos el cemento y construimos la casa de la salud».
Niños desnutridos – «Había niños que morían en la aldea y no sabíamos cómo salvarlos. En la ciudadela Victoria del Movimiento de los Focolares, hay un Centro de Nutrición que podía encargarse de ellos. Les explicamos el problema y empezamos a llevar a los niños. Estaban sorprendido al ver que allí los niños se curaban sin medicinas. Nos enseñaron cómo darles de comer. Un día la responsable nos dijo: “Si quieren podemos ir donde ustedes”. Estábamos de acuerdo. ¡En nuestra cultura el niño le pertenece a toda la aldea! Nos explicaron cómo evitar y curar esta enfermedad. Empezamos a cambiar nuestras costumbres alimenticias y aprendimos a conservar los alimentos, para nutrir a nuestros niños en tiempos de carestía». Banco del arroz – «Conservábamos el arroz en pequeños graneros, pero a menudo nos visitaban los ladrones y los ratones. Entonces decidimos construir una bodega y cada uno mandó allí lo que tenía. Al principio éramos 30 personas. Hoy también los campesinos que no forman parte del grupo se han asociado y 110 personas llevan sus sacos de arroz para conservarlos en este banco. En los meses de marzo y abril, durante la siembra, vienen a buscar lo que necesitan para arar; dejan aparte lo necesario para sus hijos. En el momento oportuno, cuando el precio está bueno, toman el arroz para la venta. Cada uno, según su propia conciencia, dona una parte de la cosecha y lo deposita en el banco como aporte para las necesidades de la comunidad y para los vigilantes del banco». Una aldea no basta – «¿No pueden venir donde vivimos nosotros con ‘su negocio’?», preguntan desde las aldeas cercanas. Hoy día son 13 aldeas que viven como en Glolé. «La unidad es nuestra riqueza», afirma Gilbert. «Un día alguien del extranjero quería ayudarnos a construir el pozo para la aldea. Pero no llegamos a un acuerdo. Si hubiésemos insistido, el pozo hubiera producido la división a la aldea. Preferimos no aceptar ese regalo y mantener la unidad entre nosotros». Cfr. “Economia di Comunione – una cultura nuova” n.41 – Injerto de la redacción de la Revista Città Nuova n.13/14 – 2015 – Julio 2015 Cfr. Nouvelle Cité Afrique Julio 2015 Cfr. EdC Online Costa de Marfil (Nairobi): Congreso de Economía de comunión 2015
Pequeños actos, gran impacto
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