«Christopher Dawson, en The Making of Europe, escribe: “La influencia del cristianismo en la conformación de la unidad europea es un impresionante ejemplo de como el curso de la historia es modificado y determinado por la intervención de nuevos influjos espirituales. De igual modo, en el mundo antiguo, vemos que la artificial civilización material del Imperio Romano tuvo necesidad de alguna inspiración religiosa, de algo más profundo que el culto oficial…”. Esta inspiración religiosa llegó y fue el cristianismo.
[…] Se podría decir que las divisiones religiosas, sancionadas por la norma: cuius regio eius religio, fueron pensadas sobre todo para consentir las divisiones políticas, los aislamientos nacionales y, finalmente, las guerras. En la unidad religiosa los conflictos eran considerados fratricidios y se hacía lo posible para eliminarlos. Después, en la división de los cristianos, los conflictos pasaron a ser gloria nacional. Sin embargo, como la conciencia cristiana y europea no había muerto, esas guerras en Europa, a más de un espíritu le han parecido guerras civiles. Porque la conciencia de la común unidad europea nunca ha desaparecido.
No basta una burocracia común
El ruso Soloviov escribió que la Iglesia, así como unificó a Europa con los Francos, después con los Sajones, hoy debería reunificarla con la justicia social, superando las divisiones de clase, de casta y raza. Es decir, eliminando las mayores causas de conflicto.
Justicia social significa esa comunión de bienes espirituales y materiales, que la concepción cristiana, que considera a los hombres como hijos del mismo Padre e iguales entre ellos, propone y suscita en favor de la paz, del bienestar y de la libertad. Pensar que se puede lograr este orden racional sólo con la lucha de clases equivale a repetir el error del militarismo germánico, eslavo, etc., que pretendió unificar a Europa sólo con las armas.
El cristianismo quiere decir una unificación en la libertad y en la paz, con la eliminación de las guerras y de todos los motivos de fricciones.
El aporte de la religión, en este sentido, no está tan dirigido a la estructuración de las instituciones sino a la formación de los espíritus.
De la religión surgen hoy día dos impulsos unificadores: 1) El progresivo sentido de Cuerpo místico. 2) El ecumenismo que ha renacido, por lo que la unidad de la Iglesia provoca la unidad de los pueblos.
Dos impulsos que, mientras rectifican corrientes y eliminan pasiones, de las que proviene la vivisección de Europa, suscitan energías espirituales capaces de dar un alma a esta unidad política; de infundir una inspiración sobrenatural a esta operación humana; de hacer que se vuelva popular la instancia de la unidad. Si se limitara sólo a factores económicos y políticos fracasaría.
No basta un ejército común o una burocracia común para dar vida a una Europa unida. No por nada los políticos tienden a insertar ideologías, es decir, tienden a darle un alma al cuerpo. Europa ya tiene un alma: el cristianismo, su esencia y su génesis».
(Città Nuova n. 5 del 10.3.1972 pp.23-23)
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