Movimiento de los Focolares

Justicia, un ejercicio continuo

Dic 10, 2014

Desde Argentina, la experiencia de un funcionario judicial, que trata de conciliar fraternidad y justicia. ¿Cómo poner a la persona en el centro?

20141210-01«Desde hace veinte años trabajo en el ámbito de la justicia penal en la provincia de Santa Fe. Mi trabajo no es una buena tarjeta de presentación en la Argentina de hoy, cuyas relaciones están llenas de heridas y las instituciones y sus funcionarios son objeto de continuas sospechas, con razón o sin ella.

La espiritualidad de la unidad, desde mi primera experiencia en los Focolares con los gen, le dio sentido a mi presencia en este ámbito, donde vienen en evidencia el delito, la violencia, el no-amor, más que “el amor, que es la plenitud de la ley”, como dice San Pablo. En estos años llenos de continuos desafíos, traté de orientar mi formación profesional, la ética, mi carrera, mis relaciones sociales al servicio de las personas. Ciertos pasos difíciles dados en esta dirección, marcaron un momento decisivo en mi trayectoria.

Cuando, con mi esposa, decidimos adoptar a un niño, no quisimos aprovechar de la amistad con personas que hubieran podido ayudarnos a completar más rápidamente los trámites de adopción, pasando por encima de otras parejas de esposos, que de pronto estaban solos en el dolor de la suspensión. Cuando por fin nos llamaron, la funcionaria de turno, que me conocía, se quedó muy sorprendida por nuestra actitud mantenida durante largos años de espera. Con la llegada de nuestra hija, adoptiva, tuvimos la confirmación de que los planes de Dios son perfectos y se realizan si hacemos simplemente Su voluntad.

Una vez tuve que ocuparme de un proceso en el que el imputado estaba dispuesto a tomarse la justicia por su mano, si no hubiera obtenido un fallo favorable. Durante el proceso, yo recibía continuamente preocupantes comunicaciones anónimas que me alertaban acerca de la peligrosidad del imputado y sus estrechos vínculos con el poder local. A pesar de todo, permanecí fiel a las exigencias jurídicas del proceso y varias veces tuve que advertir seriamente al imputado de sus obligaciones del punto de vista procesal. Finalmente el fallo no fue a su favor, sin embargo con su abogado se construyó una relación de confianza que perdura hasta hoy. Terminado mi trabajo en esta causa, esa persona vino a saludarme. Quería decirme que reconocía sus actitudes violentas, y que, en algunas situaciones, en las que sentía el impulso de ser violento, le pedía a su hijo que encontrara las soluciones a problemas que para él eran irresolubles.

Dado que los procesos son documentados en forma escrita, los distintos trámites producen montañas de papeles que no son fáciles de consultar. Es así que, a menudo, los acusados y sus familiares sufren sintiéndose impotentes. En estas circunstancias el hecho de crear espacios para compartir, permite evidenciar la dignidad de cada uno, primer paso hacia la esperanza en una vida mejor.

A veces, el solo hecho de escuchar a una persona con la mente y con el corazón, puede darnos una luz que va más allá de la praxis procesal del interrogatorio formal de un detenido, para permitir que el imputado pueda comunicar su drama, y a su vez el funcionario de justicia pueda tener un conocimiento adecuado de los hechos para así llegar a tomar una decisión realmente humana. Esto me pasó muchas veces, como cuando decidí pedir una consulta psiquiátrica para un detenido que había escuchado profundamente. Existía, de hecho, el peligro que el detenido intentara suicidarse y mi decisión determinó un reequilibrio de la situación.

Ustedes lo saben mejor que yo: siempre y en cada lugar lo que marca la diferencia es el amor, también en el ejercicio de la justicia».

(M.M. – Argentina)

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