Movimiento de los Focolares

María, maestra de vida

Feb 10, 2018

160 años después de la primera aparición de la Virgen de Lourdes, la reflexión de Igino Giordani sobre el significado de un evento que hoy nos sigue interpelando.

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Foto: Pixabay

La Virgen se le presentó a Bernardette bajo el aspecto que la humanidad más esperaba: la Inmaculada Concepción, cuya pureza resplandece sobre una montaña de basura; lo que quiere decir que es Ella quien purifica el mundo de la podredumbre en la que con todos sus valores se estaba descomponiendo. María, la hija del pueblo, nacida en una aldea humilde de gente pobre, se aparece a Bernardette, una hija de obreros, de una humilde aldea de montaña, en un momento en el que la reciente proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, realizada por Pío IX en 1854, había puesto en la más cruda evidencia el contraste entre el Ideal de la pureza, encarnado por la Madre de Dios y transmitido a la doctrina y la práctica cristiana, y la realidad de la degradación en el vicio y en las pasiones desenfrenadas promovidas por corrientes filosóficas materialistas y positivistas y favorecida por una política interesada en demoler la ética de la Iglesia para demoler la dignidad de la persona. El urgente valor de esa aparición se consolidó enseguida por los milagros de la gruta de Lourdes, con los cuales la Madre divina ayudó a innumerables hijos de esta tierra a recuperar la salud el cuerpo y la pureza del alma. Y su valor se amplió y creció después de que se comprendió la urgencia de los cristianos, quienes vieron que esa agua liberaba del mal físico y al mismo tiempo del moral: María, agua que brota de lo Eterno, purifica la sangre humana para liberarla de toda fealdad. El Papa (Pío XII), en su Encíclica por el centenario, puso en evidencia la actualidad de esta acción restauradora, mediante la cual la Virgen, quien es la Pureza sin mancha, se eleva cada vez más contra la corrupción de las costumbres y de las ideas, llevada adelante con instrumentos como el arte, la política y el ejemplo. María, vestida de blanco y azul, representa el Ideal de la Vida contra la Muerte, de la que todo vicio es precursor. Nueva Eva, ante la primera que cedió ante el Adversario desde el primer encuentro. Por los méritos del Hijo, Ella posee desde su concepción el privilegio de la “Inmaculatización”. Con Ella entró en la vida humana un elemento nuevo: la pureza absoluta, la humanidad sin mancha, esa sanidad divina de la que el ser humano tenía más necesidad para frenar su descomposición moral e intelectual. La Inmaculada Concepción significa por lo tanto la más radical –divina- intervención para provocar un vuelco en el curso de la historia, encaminada a la disolución. El significado de las apariciones y de los milagros es fácil de entender y fue expresado por una jovencita tosca y sin cultura, y es universal ya que se ha difundido entre las gentes de todas las condiciones, lugares y categorías. La pureza es una condición esencial, preliminar, de vida y de convivencia, para todos y para siempre, pero especialmente para nuestros tiempos, cuando se cree que se exalta el valor fisiológico de la carne degradándola a perversiones que van contra la naturaleza humana. Maestra de vida, la Iglesia la ofrece a los pueblos, como un ideal de belleza sin sombras, la Inmaculada, aquella que, Virgen y Madre, nos transmite a Dios y nos da a Jesús, quien es, “Camino, Verdad y Vida”, y es la Salud de todo ser humano. Igino Giordani, Il significato di Lourdes, Città Nuova, n.3, 5.2.1958, p.5.

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