Entrevista a Lucia Abignente quien, junto con Giovanni Delama, reconstruye la historia de las primeras Mariápolis en el libro “Una ciudad toda de oro”, que será publicado en septiembre por la editorial Città Nuova. La primera se desarrolló hace 70 años en las Dolomitas trentinas. Era el verano del ’49 y Chiara Lubich, quien compartía su elección de vivir el Evangelio con algunas compañeras de Trento, fue a pasar un período de descanso a Tonadico de Primiero. Fue un momento decisivo en la historia del Movimiento de los Focolares: una experiencia mística que permitió a Chiara comprender el proyecto de Dios sobre la Obra naciente: la Obra de María. Desde entonces experiencias similares, llamadas Mariápolis, se repitieron cada año durante el verano, y con el tiempo se replicaron en todo el mundo. En la historia de las Mariápolis son especialmente significativos los primeros diez años, del ’49 al ’59. ¿Nos explica por qué? Esos años marcaron los orígenes de las Mariápolis, aquellos donde la fuerza del carisma de la unidad, donado por Dios a Chiara para la Iglesia, produjo frutos nuevos. Se experimentó una fortísima comunión, participativa, enriquecedora, entre personas de todas las edades y extractos sociales provenientes de distintos países del mundo (en el ’59 participaron en total 12.000 personas de 27 naciones). Se trató de una intensa experiencia de Dios, un camino de santidad recorrido juntos como hermanos. Se delineó en ella la realidad del pueblo de Dios que el Concilio Vaticano II puso después en evidencia. ¿De dónde viene el nombre Mariápolis? El nombre surgió sólo en el ’55, con los años fue creciendo esta convivencia que se configuró como una ciudad, un pueblo que se sentía bajo la mirada de María El amor evangélico vivido entre todos generaba la presencia de lo divino. Se realizan las palabras de Jesús: “Donde dos o más están unidos en mi nombre yo estoy en medio de ellos” (Mt. 18, 20). Es una realidad de luz que inspira el título del libro. ¿Cuáles son básicamente los rasgos de estas citas que con modos diferentes se desarrollan todavía hoy? Los resumiría en una palabra, comunión, o mejor, comuniones. La comunión en la Eucaristía, renovada cotidianamente; la comunión en la Palabra del Evangelio; la comunión con los hermanos. Y ésta característica es la que imprime un fuerte timbre a la experiencia del ’49 y que volvemos a encontrar los años siguientes. De allí brota el compromiso de seguir viviendo esta experiencia en los lugares de la vita cotidiana, para cooperar con el designio de Dios sobre la Creación y sobre las realidades sociales que nos acogen. ¿Qué fue lo que le impresionó de los relatos que quienes participaron en las primeras Mariápolis? Encontrándome esos testigos pude constatar que la experiencia de la Mariápolis no es un recuerdo sino una realidad que sigue viva todavía hoy. De los testimonios escritos pude captar la autenticidad de una vida vivida como cuerpo, a la búsqueda de la unidad. Las Mariápolis han producido también frutos de amplio alcance… Sobre todo la revista “Ciudad Nueva”, que nació durante la Mariápolis para mantener vinculados a los participantes después de que regresaban a sus casas. Después las Mariápolis “permanentes”, que son ciudadelas internacionales estables de las que Chiara ya hablaba en el ’56. Los caminos de diálogo encaminados con personas de otras iglesias cristianas, ya presentes en Fiera en el ’57, y con otras figuras carismáticas dentro de la Iglesia católica; son vías de comunión que se desarrollaron con el Concilio Vaticano II y con el Magisterio que siguió. Además hicieron visibles las primicias del compromiso del Movimiento en la realidad política y social. En las Mariápolis “permanentes” conviven personas de edades, países, culturas y denominaciones cristianas distintas, que ponen en práctica el Evangelio. En esta Europa fragmentada por los nacionalismos y populismos, ¿Qué mensaje proviene de estas ciudadelas? Es muy significativo lo que el Papa Francisco dijo en la ciudadela de Loppiano hace un año sobre la “mística del nosotros”, que permite caminar juntos a lo largo de la historia. Es una realidad que ya estaba muy viva en las primeras Mariápolis. En el ’59 por ejemplo, a pesar de los ecos de la guerra, italianos y alemanes, y personas de distintas nacionalidades, superando toda barrera, consagraron sus pueblos a María, quisieron hacerlo juntos, como un acto de amor recíproco que expresara la realidad de ser un único pueblo.
Claudia Di Lorenzi
0 comentarios