Hace más de 50 años ni siquiera nosotros conocíamos la proveniencia de nuestro amor. Nos bastaba sabernos encaminados en una aventura sin fin, sorprendidos de que nuestras diversidades estuvieran tan balanceada, y fueras tan agradables y complementarias haciéndonos sentir, si bien diferentes, maravillosamente iguales. Sentíamos que estábamos dispuestos a todo, convencidos de que nadie se amaba como nosotros. Porque nosotros habíamos inventado el amor. No había pasado ni un año desde nuestro fatídico Sí y ya alguna sombra había empezado a oscurecer nuestro horizonte. El trabajo, el cansancio, la rutina,… Lo sabemos, el enamoramiento a un cierto punto se acaba. Y fue entonces que alguien nos reveló que Dios es la fuente de cada amor. que Él es el Amor. Habríamos tenido que saberlo, porque al pronunciar el pacto nupcial Él estaba ahí con nosotros, es más, a partir de ese momento se estableció en medio nuestro. ¡Pero estonces nosotros no sabíamos que Su presencia formaba parte del “paquete”! Sólo después entendimos, que Él se nos dona totalmente, pidiendo a cambio solamente un pequeño precio cotidiano: que nos amemos con Su mismo amor. ¿El enamoramiento se acaba? En su lugar tiene que entrar el amor. Si la fe es una virtud, por decir de alguna forma, interior, el amor es su expresión externa, visible. El amor es la virtud más grande de todas, más que la fe, más que la esperanza, porque en la otra vida no habrá necesidad de esas virtudes, el amor en cambio permanece también en el Paraíso. Es el amor que hace de dos una sola carne, una sola entidad, intocable e indisoluble, un “nosotros” abierto a lo Absoluto. El amor tiene que alcanzar la paradoja de hacerse nada para hacer vivir al otro. Sólo asi nuestro amor puede reflejar su designio originario. El “nosotros” de la pareja es el primer fruto de la fecundidad de nuestro amor. La complementaridad de lo masculino y lo femenino se expresa en mil gestos cotidianos, de servicio recíproco, de ternura, hasta la plena intimidad de los cuerpos. Se actúa en el compartir el espacio, el tiempo, los compromisos, en un nosotros que ha de aprender a salir, hacia los hijos primero que nada y después hacia los demás. Un nosotros que es el típico modo que tienen los esposos de evangelizar, poniéndose delante de los demás como un ejemplo entre tantos, y no como un modelo de familia ideal, que no existe. Nuestra única oportunidad es el amor, aunque nos sintamos imperfectos, aunque nos parezca que nos hemos equivocado en todo, lo importante es creer que en el momento presente podemos ser la persona justa para el otro y que lo sintamos en el momento en el que decidimos amarlo así como es, sin pretender que cambie. Viviendo las tres palabras ‘mágicas’ que nos enseña el Papa Francisco: permiso, gracias, disculpa. Dicen que la familia hoy está atravesando la más trágica de sus crisis. No nos quedemos recordando los lindos tiempos que pasaron. El momento favorable es hoy. Es en la familia donde se enciende la vida. Es ahí donde se aprende a compartir, alegrías y sufrimientos, a conocer la enfermedad, a afrontar la muerte. El amor la hace el lugar de lo imposible. De ello dan testimonio muchas familias que acogen hijos, incluso con discapacidades, es más que los adoptan precisamente porque son así, que hospedan a padres ancianos, que abren su casa a los migrantes, que cooperan para rescatar a los hijos que han quedado atrapados en las dependencias. En estos más de 50 años la vida nos ha enseñado muchas cosas, aprendimos a gozar, a rezar, a acoger, a esperar. Nos hemos equivocado muchas veces, pero con Su gracia y en el perdón, hemos recomenzado. Volviendo a poner en las manos de Dios nuestro amor. Y Él, como en las bodas de Canán,nunca ha dudado en cambiar nuestra pobre agua un vino generoso, haciéndolo prodigiosamente disponible también para quien estaba a nuestro alrededor. Y ahora, a pesar de que han transcurrido los años y la pasión se ha atenuado, y se ponen en evidencia los límites de nuestros carácteres, seguimos confiando en beber de su inagotable fuente, felices de sentirnos compañeros y cómplices hasta el final.
Favorecer la comunión
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