“En los otros veo y descubro mi misma Luz, mi verdadera Realidad; en los otros, mi verdadero yo (a veces enterrado o secretamente camuflado por vergüenza). Y tras encontrarme a mí misma, me reúno conmigo resucitándome.” Chiara Lubich, La resurrección de Roma. “La misericordia es el cemento con el que hemos aglutinado nuestra civilización durante siglos. Sin conocer y amar la misericordia no es posible entender la Biblia, la Alianza, el Éxodo, el libro de Isaías, el evangelio de Lucas, ni tampoco a Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Francesca Cabrini, don Bosco, las obras sociales cristianas, la constitución italiana, el sueño europeo, la vida y el amor después de los campos de concentración, las familias que viven unidas hasta el final. La misericordia hace que nuestras relaciones sean maduras y duraderas; transforma el enamoramiento en amor, la simpatía y la sintonía emocional en proyectos fuertes y grandes; da cumplimiento a los “para siempre” que pronunciamos en la juventud, e impide que la madurez y la vejez se conviertan en una simple y nostálgica narración de sueños rotos. La misericordia vive de tres movimientos simultáneos: el de los ojos, el de las vísceras (el racham bíblico) y el de las manos, la mente y las piernas. En primer lugar, el misericordioso es capaz de ver con más profundidad. La primera misericordia es una mirada que reconstruye, en el interior de la persona misericordiosa, la imagen moral y espiritual de aquel que le suscita misericordia. Antes de “ocuparse de él” con actos, el misericordioso le ve con una mirada distinta: ve el “todavía no”, más allá del “ya” y de lo que “ya ha sido” que todos ven. La misericordia es, antes que una acción ética, un movimiento del alma, que permite ver al otro en su diseño original, anterior al error o la caída, y amarle con el fin de recrear su naturaleza más verdadera. Permite reconstruir dentro del alma la imagen rota y recomponer la trama interrumpida. Ver que existe una solidaridad humana más profunda y verdadera que cualquier delito. Creer que ningún fratricidio puede anular la fraternidad. Después de Caín, ver de nuevo al Adam. Mientras la pureza aparece en la impureza, la belleza en la fealdad, la luz en la oscuridad, el cuerpo también se mueve y la carne se ve involucrada. Las vísceras, las entrañas, se conmueven. La misericordia implica a todo el cuerpo, es una experiencia total, parecida al alumbramiento de una nueva criatura. Si no existiera la misericordia, la experiencia del parto sería totalmente inaccesible para nosotros, los varones. Sin embargo, podemos intuir algo de este misterio, el mayor de todos, cuando volvemos a dar la vida con la misericordia. La misericordia se siente, se sufre, es trabajosa. Es una experiencia encarnada, corporal. Por este motivo, los que conocen la misericordia también conocen la indignación. No podemos ser misericordiosos sin sufrir visceralmente por la injusticia y el mal que nos rodea. Con las mismas entrañas que se mueven hoy con indignación y rabia por los niños muertos de asfixia en un camión o ahogados en un brazo de mar y mañana por la traición de un amigo necesitado de perdón. (leer más) de Luigino Bruni Publicado en el diario italiano Avvenire el 06/09/2015
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