«Una celebración como esta solo se ha visto aquí en ocasión de l visita de Juan Pablo II (1983)», escribe Filippo Casabianca, desde El Salvador. 24 de mayo 2015, un día memorable para El Salvador. Un país de 6 millones de habitantes en una minúscula superficie de 21 mil km2, que ha tenido entre sus hijos una de las personalidades eclesiales más significativas del continente Americano: Mons. Arnulfo Romero, del cual se celebraba la Beatificación. La causa había sido abierta por su sucesor, Mons. Rivera y Damas, en el décimo aniversario de su asesinato (24 marzo 1980); el mismo año en el que llegaron al País centroamericano los primeros focolarinos, los italianos Marita Sartori y Carlo Casabeltrame, para encontrarse con algunos padres franciscanos. Fue en esa década que se realizaron “mariápolis” cada año, pese a la inseguridad por la guerra civil que arreciaba. Los focolarinos llegaban desde México para sostener las nacientes comunidades. La fundación de la primera sede del focolar fue en 1989, con el País sumergido en la guerra, lo cual representaba un peligro para las focolarinas extranjeras. Aunque ahora que el País se ha estabilizado políticamente, no ha encontrado todavía el camino de la reconciliación y vive sumergido en una polarización destructiva. A esto se ha agregado el flagelo de la inseguridad por la proliferación de bandas delictivas (maras) que se disputan el territorio y el de la pobreza de grandes sectores. Los miembros del Movimiento de los Focolares, a lo largo de los años, han actuado en múltiples iniciativas de apoyo a familias, con la “Acción Familias Nuevas” y con la “Economía de Comunión”. Emprendimientos educativos a favor de niños de familias carenciadas y apoyo a un párroco para proveer espacios de integración a la juventud, en un pueblito con altos índices de delincuencia. La conciencia del momento histórico que vive el País está a flor de piel. El mensaje de Mons. Romero es visto como una medicina que podría sanar los corazones endurecidos y dar ánimo para emprender la gran tarea de la reconciliación entre los salvadoreños. “Es un reto seguir su ejemplo –nos decía Maribel, joven maestra–; para mí lo es en mi ambiente escolar donde puedo ayudar a mis alumnos a cultivar la paz y la justicia en sus corazones”. Mientras que para Amaris “la fiesta debe ceder el paso a la reconciliación, que es perdonar y pedir perdón para sanar heridas que aun están abiertas”. En las comunidades del Movimiento, el compromiso por el diálogo y la reconciliación ha estado siempre presente; pero ahora adquiere la connotación de un mandato, a la luz del testimonio de Mons. Romero “que ha sabido llorar con quien llora y alegrarse con quien tenía motivo para estar feliz –sostiene Flora–. Su beatificación es el reconocimiento de su vida radicada en el amor”. En el mensaje al actual Arzobispo de San Salvador, mons. José Luis Escobar Alas, el Papa define a Romero como uno “entre los mejores hijos de la Iglesia”, atribuyendo al nuevo Beato los lineamientos típicos del buen Pastor, “porque (Dios) concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara”. El Papa reconoce, además, su ejemplaridad e invita a encontrar en la figura de Romero “fuerza y ánimo para comprometerse en la búsqueda de un orden social equitativo y dignificante”.
Aprender y crecer para superar los límites
Aprender y crecer para superar los límites
0 comentarios