
Claudio, Antoanetta, Marinella, Giorgio
«Rumanía, 1996. Con Gheorghe, mi marido, y 3 hijos, dejamos nuestro País, como muchos otros compatriotas, buscando trabajo y un futuro mejor para nuestros hijos. Nos fuimos a ciegas, no sabíamos ni siquiera donde habríamos dormido la noche en que llegaríamos a Turín. Durante una semana nos alojaron unos amigos rumanos, luego alquilamos una casa. Completamente vacía. Durante una semana dormimos en el suelo sobre un acolchado, ¡menos mal que estábamos en verano!
El miedo nos atenazaba. Nuestros hijos, que en Rumania asistían normalmente a la escuela, ahora, ¿podrían seguir estudiando? ¿Habríamos tomado la decisión correcta? ¿Encontraríamos trabajo? Después de poco tiempo, tuvimos que dejar el alojamiento donde vivíamos: el riesgo que corre el dueño de casa alquilando a personas clandestinas es muy alto. Otro momento difícil para nosotros: ¿dónde iremos?

Vallo Torinese
“Le preguntaremos al Padre Vincenzo”, dice una amiga mía. Es un sacerdote de una parroquia que está a las afueras de Turín: en Vallo. Su primera respuesta es negativa, pero mientras estamos allí buscando una solución, suena el teléfono: es el padre Vincenzo que dice que encontró la vivienda justa para nosotros. ¡La alegría es desbordante! Y más todavía cuando en los días siguientes, este sacerdote, sin esperar nuestro ingreso en su parroquia, nos trae artículos de primera necesidad y esto se repetirá semanalmente. Al final dejamos la casa de Turín y nos vamos a Vallo.
Ya pasaron 13 años desde aquella época, pero recordaré siempre el recibimiento que nos hicieron en aquellos primeros días. Éramos una familia numerosa, en aquel momento teníamos 3 hijos, ahora 4, pero desde el primer momento sentimos que nos recibían y aceptaban con amor, como si fuésemos de su familia.
Cuando llegamos – con pocas cosas, 3-4 bolsos – una casa de la parroquia ya estaba pronta para nosotros. Había una cocina con todo lo necesario, el living y los dormitorios con las camas ya prontas. Ver esa casa, fue algo maravilloso. Inesperadamente hermosa, los niños, que eran pequeños, se enamoraron enseguida de ella y la sentimos como si fuera nuestra.
Me sentía a tal punto en mi casa que me preguntaba si había nacido en Vallo o en Rumania. ¿Qué había hecho para merecerme todo este amor? No debe haber sido fácil para la comunidad recibir y, en el primer momento proveernos de todo lo necesario. Alguno se preocupaba por nuestro permiso de estadía, otro nos traía la verdura de la huerta para que pudiéramos ahorrar y otros nos daban consejos; y también había algunos que aceptaban que los libros de nuestros hijos fueran pagados en cuotas.
Pasado un año desde que nació la última hija, llega para mi la noticia de un trabajo fijo. Pero… ¿a quién le dejaba la niña? Una persona se ofreció a ocuparse de ella durante mi ausencia, sin pedir nada a cambio, y sigue haciéndolo aún ahora.
Todas estas cosas, y muchas otras que no dije, suscitaban dentro una pregunta. Pero, ¿por qué estas personas se comportan de esta forma? Con el tiempo comprendí: habían descubierto Dios Amor y trataban de responder a su amor, amando.
Probé también yo. Ahora trato de responder a este Amor de Dios, que se manifestó a través de todas estas personas de mi comunidad, amando a los hermanos que encuentro cada día».
0 comentarios