Juan Pablo II acababa de llegar a Asís, ese 24 de enero del 2002. En seguida se había dirigido a la Plaza san Francesco donde acogió a los Representantes de las Religiones del mundo junto con sus Delegaciones. Después del saludo pronunciado por el Papa y la introducción del Cardenal François Xavier Nguyên Van Thuân, los Representantes leyeron, en sus respectivos idiomas, los testimonios por la paz. Aquí proponemos el de Chiara Lubich, que junto con Andrea Riccardi representaba a la Iglesia católica.. “Para nosotros cristianos Jesús es el Dios de la Paz. Por esto la Iglesia católica hace de la paz uno de sus primordiales objetivos. “Nada se pierde con la paz. Todo se puede perder con la guerra” exclamaba Pío XII. Pacem in terris era el título de una encíclica de Juan XXIII. “Nunca más guerra” repetía Pablo VI en la ONU. Y Juan Pablo II, después de los terribles acontecimientos del 11 de septiembre, indica la vía para alcanzarla: “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”. Toda la Iglesia católica trabaja para la paz. Lo hace recorriendo muchos caminos. Son muy eficaces los diálogos sobre la vía trazada por el Concilio Vaticano II. Estos, generando fraternidad, garantizan la paz. Se realizan ya sea a nivel universal, en las Iglesias particulares, como también a través de grupos y Asociaciones, Movimientos eclesiales y Nuevas comunidades. La Iglesia desarrolla el primero entre sus mismos hijos e hijas, encendiendo esa comunión necesaria a todos los niveles, que es causa segura de paz. Actúa un segundo irreversible diálogo, con las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales, que acrecienta la paz en la gran familia cristiana. Realiza otro diálogo con las grandes Religiones del mundo, haciendo leva, también, en la llamada “regla de oro”, presente en los diversos Libros Sagrados, que en el Evangelio se expresa así: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos” (Mt 7, 12). Esta “regla de oro”, subrayando el deber de amar a lo propios hermanos y hermanas, genera porciones de fraternidad universal en las cuales reina la paz. Y finalmente el diálogo y la colaboración en los más variados campos con todos aquellos que, aún no teniendo un referente religioso, son hombres y mujeres de buena voluntad por lo que también con ellos se puede construir la paz. Varias expresiones, por tanto, de un único gran diálogo, creador de esa fraternidad que puede llegar a ser, en este tan difícil momento histórico, el alma de la vasta comunidad mundial, que paradójicamente hoy gente del pueblo y gobernantes empiezan a augurar». 24 de enero del 2002
Vivir la alegría para poder donarla
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