«El Espíritu Santo que une criaturas y Creador genera una convivencia humano-divina.
Pentecostés, haciendo de la “multitud de los fieles un sólo corazón y una sola alma”, provocó como espontánea consecuencia de la unidad, la comunidad de vida. Por este motivo, la convivencia cotidiana en medio de las distracciones y rumores resulta una convivencia divina, en donde los hermanos nos sirven para subir a Dios. Es más, cada hermano que encontramos nos da un suministro de vida divina porque, amándolo por Cristo, nos da acceso a Dios. Y así la marcha de la vida no resulta más, como se dijo, una marcha hacia la muerte, sino un crecimiento hacia la juventud eterna.
«Vivir el Espíritu de Dios, es dejar vivir al Espíritu Santo en sí. Y entonces en la medida en que se ama a Dios, se ama a los hermanos que son su representación (…). Y en la medida en que se comunican los dones del Espíritu Santo éstos se multiplican. Para desarrollarse y arder, la caridad debe expandirse, es sangre y quiere circular, es fuego y quiere irrumpir. Como la vida natural es constante circulación de calor, comunicado de una célula a otra, así desde la primera célula encendida por el Creador ha habido un continuo pasaje y un asiduo aumento de calor en el tiempo y en el espacio. Así la vida sobrenatural es una constante comunicación de calor –la gracia, la caridad- desde el sol que es Dios, a las almas que participan de Dios. Los hermanos son canales de transmisión de la gracia; son en cierto modo sacramentos de Dios. Si se excluye a los hermanos, el Espíritu Santo no pasa más, la vida se detiene. Y se comprende: el amor que pasa de mí al hermano y del hermano a mí es Dios que circula.
«El origen de todo este milagro hay que buscarlo en la encarnación y por lo tanto, en la caridad. Por lo tanto el hombre, siendo a imagen y semejanza de Dios, (…) es Dios que vive –encarnado por decir de alguna forma- en límites humanos. Si es así, debe ser visto y tratado por mí como si tratara de la esfinge de Dios. Recíprocamente, yo debo comportarme como un representante de Dios; de esto deriva mi dignidad vicaria y las obligaciones de mi forma de actuar.
«El hombre es hechura de Dios y lleva en cada célula del cuerpo y en cada pliegue del espíritu la marca de fábrica, que es la fábrica de lo Eterno. De tal artífice ha recibido una huella inconfundible, por eso el hombre es una obra maestra en sí. Él lleva en cada molécula la prueba de la existencia del Dios que lo trajo al mundo. El Espíritu Santo es el agente de tal divinización. Él es el principio activo de la encarnación de Dios. Todos los seres humanos participan de algún modo de la unión con Dios y es ese mismo amor que hace del hombre un Dios y de Dios un hombre».
Igino Giordani en: La divina aventura, Città Nuova, 1993, (Garzanti, 1953)
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