Muchos son los migrantes venezolanos que abandonan su tierra y se mudan a Perú, como en otros países de América Latina, en busca de mejores condiciones de vida. Irene Indriago Castillo es una psicóloga clínica y cognitiva venezolana que trabaja con el Movimiento de los Focolares y trabaja en Perú como asesora organizacional internacional. Le preguntamos cuál es su experiencia humana y profesional en este ámbito. ¿Cuáles son los dolores que los migrantes traen con ellos y cuáles son sus esperanzas? Las personas que llegan a Perú a menudo han dejado Venezuela con pocos medios económicos, separándose de bienes materiales y de sus seres queridos. Después del viaje y el paso de los controles migratorios, comienza un proceso para ellos que llamo “de la ilusión a la desilusión”: casi no tienen recursos económicos, pero les gustaría obtener mejores condiciones de vida lo antes posible, encontrar una casa y también un trabajo para ayudar las familias que se quedaron en Venezuela. Lamentablemente, estas expectativas pronto se vienen abajo y comienza un itinerario doloroso. Sufren por la separación de las familias de las que no tienen noticias, por la pérdida de su vida cotidiana y los espacios en los que se sentían seguros. A menudo viven en condiciones menos favorables que en Venezuela. La adaptación es por lo tanto difícil, a veces trae dificultades incluso en las parejas. Se mueven en un mar de incertidumbres que socavan su fuerza emocional y espiritual. Solo aquellos que vienen con un objetivo claro y una fe fuerte pueden superar estas circunstancias en menos tiempo.
¿Cuáles son sus mayores y más urgentes necesidades? La principal necesidad es económica para poder mantener. Deben legalizar su presencia en el país de destino y asistencia en caso de enfermedades. También es muy importante que logren mantenerse en contacto con la familia en Venezuela. Y necesitan ayuda y relaciones de apoyo para manejar la frustración, la incertidumbre y el dolor. Muchos son los menores que llegan, ¿cuáles son los traumas más grandes que experimentan y cómo tratan de ayudarlos? Los niños y adolescentes no escapan del shock emocional, aun sabiendo que el objetivo de la migración es lograr una mejor calidad de vida. No tienen las mismas herramientas que los adultos para procesar los cambios. En los talleres que hago con ellos, me di cuenta de que, para todos, la decisión de venir al Perú fue tomada por los padres, ellos no fueron interpelados. Aunque entendieron la perspectiva de mejorar las condiciones de vida, no todos querían venir. Ven poco a sus padres, viven preocupados, se comunican menos, no tienen amigos. No todos pueden ingresar a las escuelas peruanas de inmediato, pero quienes asisten a menudo reciben palabras ofensivas de sus compañeros de clase. Su tristeza, ira y miedo se manifiestan con comportamientos que a veces los padres no comprenden, como la rebelión, el llanto, el aislamiento. Es esencial prestarles atención, abrir la comunicación y apoyar la formación de grupos de pares para que se sientan contenidos. ¿Crees que todavía hay espacio para la esperanza de reconstruir un futuro en estos niños y jóvenes? Mientras haya vida, hay esperanza. Necesitamos promover la resiliencia como una herramienta que fortalece cognitiva y emocionalmente a aquellos que están atravesando los grandes desafíos de la vida. El país anfitrión, en el marco de los derechos humanos, debe garantizar el acceso a la salud, la alimentación y la educación. Es esencial brindar apoyo para construir nuevas relaciones afectivas, mantener la comunicación familiar y establecer puentes de adaptación a los nuevos lugares y fortalecimiento espiritual. Así formaremos personas con valores más estables, con una visión del futuro y con las herramientas necesarias para tomar decisiones que les permitan realizar sus sueños.
Anna Lisa Innocenti
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