Estamos en Budapest, en un barrio con 4000 habitantes. Un pedazo de mundo secularizado donde más de la mitad es católica sólo por haber recibido el bautismo. La población, formada sobre todo por jóvenes sin ninguna formación religiosa ni moral, está completamente abandonada a sí misma. El régimen comunista, que obstaculizaba toda forma de asociación, además de difundir la cultura atea, no había construido en ese barrio infraestructuras que permitieran el poderse encontrar para hacer deporte y otras actividades recreativas. Mucho menos un espacio para la iglesia.
Iniciar de la unidad – Después de un mes de búsqueda, los dos sacerdotes encargados por el obispo de reavivar la comunidad cristiana del barrio, encontraron alojamiento en una casa prefabricada, cuyas paredes dejaban pasar toda clase de ruidos, también los pleitos y las no raras blasfemias de los vecinos. ¡Una empresa ardua para ellos! La única certeza era vivir en primera persona como verdaderos cristianos, poniendo en práctica el mandamiento del amor recíproco y mereciendo la presencia de Jesús que dice: “donde dos o más…” Será Él el párroco: Jesús en medio de ellos.
La Misa dominical, celebrada en la única sala de reuniones del lugar (la del partido), a pesar de haber puesto invitaciones en todos los caseríos, recoge sólo un centenar de personas, la mitad niños. Los dos entienden que no pueden atraer a las multitudes y apuntan a ese pequeño grupo de personas. En las celebraciones litúrgicas, en los pequeños grupos de catequesis para niños y para adultos y en todos los otros grupos de encuentro subrayan el verdadero motivo del reunirse: vivir el amor fraterno, crear un clima de acogida del otro, de servicio, viendo en cada uno la presencia de Jesús.
Una verdad del Evangelio que enseguida atrae y es puesta en práctica. Las personas que vienen por primera vez no sólo regresan, sino que traen a otras. Y cuando se organizan fiestas o paseos, la finalidad debe ser siempre el amor fraterno para poder gozar de la presencia de Jesús en medio.
A la escuela de la Palabra – La comunidad se forma y crece a la luz de la Palabra de Dios. Se apunta a ella, antes vivida en primera persona y después donada para ser puesta en práctica por muchos y regresar encarnada en las experiencias que se comunican. Es una dinámica que produce frutos, un lenguaje que todos comprenden y son muchos los que se ven involucrados. Los adultos descubren y experimentan que la Palabra ilumina en modo concreto los hechos de todos los días, cambian radicalmente las relaciones humanas, suscita la comunión, da vida a una comunidad cristiana donde todos, sacerdotes y laicos, entran en Su escuela. También los niños de la catequesis se ven involucrados en la vida de la Palabra y hacen las primeras experiencias que los llevan a tener una relación personal con Jesús. El catecismo se convierte en una interesante aventura de convivencia con Él. Se vuelve una costumbre hacer los ejercicios espirituales durante los momentos fuertes del año litúrgico, y de este modo los dos sacerdotes se retiran por cinco días fuera de la ciudad con los adultos y los jóvenes más comprometidos, y después tres días con los demás. Los ejercicios son una experiencia concreta de Evangelio vivido, un entrenamiento para después proseguir en casa, en el trabajo, la misma vida de donación fraterna. Se profundiza en la espiritualidad colectiva.
Vivir y hacer vivir la comunión – Viendo las necesidades concretas de la parroquia, espontáneamente tantos se sienten responsables en las varias tareas. Dan vida a grupos de trabajo con un estilo nuevo, moviéndose en armonía: hay grupos que trabajan en el campo asistencial o en campo litúrgico, otros se encargan de la armonía de los ambientes parroquiales, otros más se dedican a los jóvenes, se encargan del deporte, están comprometidos en la catequesis y mantienen el contacto con otros habitantes del territorio. Las personas redescubren la fe ya no más como una doctrina desarraigada de la vida, sino como una luz que desde lo alto ilumina y conduce la existencia, que da sentido y transforma las realidades que están alrededor, la familia, la sociedad, y llena de alegría.
Entre los frutos: hay padres de familia, antes indiferentes, que han redescubierto la fe a través de sus hijos, y jóvenes que quieren conocer la comunidad por el cambio de sus padres. Lo mismo sucede entre colegas de trabajo y entre compañeros de escuela.
Una comunidad en crecimiento – Los miembros de la comunidad, de un centenar pasan a ser alrededor de 800 y los que frecuentan regularmente la catequesis de 80 a 350. Se debe construir una iglesia, que le dedican a la Santísima Trinidad, con el deseo de vivir el amor trinitario que Jesús ha traído a la tierra.
Apertura a las otras Iglesias y religiones – También personas de otras iglesias cristianas e incluso hebreos y musulmanes se han sentido atraídos por el testimonio de vida de parientes o conocidos. Un musulmán que acompaña a su esposa a la Misa dijo: “Yo no tengo en este barrio una mezquita, pero en medio de ustedes siento la presencia de Dios, puedo rezar y me siento más cercano a mi fe musulmana”.
Las dificultades: un trampolín de lanzamiento – Hay también días difíciles. Ha sido sustituido uno de los sacerdotes y en el seno de la comunidad han nacido algunas tensiones entre personas y grupos, pero de este dolor la comunidad en su conjunto se ha consolidado y la comunión entre todos ha echado raíces más profundas. A quien pregunta cuál es el secreto de tanta vitalidad responden: Jesús en medio nuestro. Pero agregan también que esto se verifica cuando, aceptando la desunidad, las debilidades y los errores de cada uno, se trata de ir más allá, transformando el dolor en amor. Porque Jesús ha resucitado pasando a través de la muerte.
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