«No fue un congreso, sino una experiencia y, utilizando una expresión más precisa y mejor enmarcada en el contexto del evento, lo definiría una experiencia de tikkun, la reparación, como explica la tradición hebraica», escribió Roberto Catalano, del Centro para el diálogo interreligioso de los Focolares a su regreso de Salerno.
Las tres jornadas de “estudio, escucha, oración” (24-26 de noviembre), tocaron varios temas, desde el antisemitismo a lo largo de los siglos, al Reconocimiento de Israel, la Shoah, el cambio en las relaciones hebraico-cristianas a partir del Concilio Vaticano II, y el Camino hacia el Tikkun Olam. Todas las ponencias eran a dos voces: cristiana y hebraica. Estas jornadas fueron las primeras de este tipo en Europa y marcaron un paso adelante en la «reparación de relaciones entre la tradición hebraica y la cristiana que en estos dos mil años conocieron momentos trágicos», sigue Catalano. «Las relaciones entre hebreos y cristianos se vieron afectadas durante siglos por este pasado que guió la historia hacia tragedias de la humanidad culminadas en la Shoah. Recientemente, como sabemos, la declaración conciliar Nostra Aetate y, además, personas como Juan Pablo II y el card. Martini, varias veces mencionado por hebreos, sobre todo retomaron la línea de una relación y contribuyeron de parte cristiana a un decidido acercamiento».
El congreso había sido pensado inicialmente para obispos y delegados diocesanos para el ecumenismo y diálogo interreligioso, se abrió luego a todos los coordinadores de diálogo, y no sólo, hebreos y cristianos, laicos y religiosos. Los presentes eran más de 400, entre los cuales unos 50 sacerdotes: los cristianos procedentes sobre todo de Italia; los hebreos de Italia, Israel y EEUU.
«El congreso de Salerno fue un paso relevante de este camino. Se habló con extrema transparencia de parte y parte sin hacerles concesiones a la historia y con realismo optimista. Impresionaba ver sacerdotes católicos, obispos y cardenales sentados a lado de rabinos. Las kippah hebraicas se mezclaban con las birretas rojas de los obispos. La fraternidad fue la reina de estos días: la impresión era la de haber empezado un proyecto común. Hablando con Joseph Levi, rabino jefe de Florencia, comentábamos que incluso hace sólo diez años hubiera sido impensable un momento de este tipo.
La historia va adelante y, contrariamente a lo que los medios de comunicación nos quieren vender o a lo que trágicamente sucede en varias partes del mundo en estos tiempos, la tikkun del mundo empezó o, tal vez avanza porque se enriqueció de una dimensión nueva, la contribución común de cristianos y hebreos. Es necesario el deseo de trabajar juntos en la fraternidad: recomponer esa familia a la que todo pertenecemos. Lo afirmó de forma muy eficaz Nostra Aetate: “Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra, y tienen también un fin último, que es Dios” (NA 1)».
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