«La revolución social, el inicio de una nueva era, empezó con una chica quinceañera. Pero una revolución integral tal, que comprende no sólo el cuerpo, sino también el espíritu, no sólo el tiempo, sino también la eternidad. Esta chica se llamaba María
Una hebrea de una aldea sin importancia, de donde se pensaba que no podía salir nada bueno: Nazaret.
En el principio de esta gran transformación había una mujer. Vivía en un tugurio, conocía las miserias de una familia que vivía hacinada en una gruta y sobrevivía entre sacrificios. Participaba de la profunda sed y hambre de justicia social de su pueblo.
En el seno de esta chica germinó el artífice de la revolución social. El hijo de Dios estaba por nacer como hombre, como hijo de María. La pureza perfecta se encarnó con sangre pura de la misma pureza, en su persona todo era digno, en ella no podía existir la sombra del pecado original.
Ahora bien esta chica, que por sí misma ejemplificaba la más sorprendente revolución, siendo la más humilde criatura fue elegida para la más alta de las misiones, siendo la más desconocida de las mujeres tenía que llegar a ser la más invocada por las generaciones.
Esclava humilde y, al mismo tiempo de corazón fuerte. Se apoya en la potencia de Dios, es la mujer perfecta: la mujer completa. Sin mancha ni temor. Dispuesta al sacrificio, pero segura de la justicia, toda amor y por lo tanto totalmente libre.
Su belleza envolvió con una nueva luz a la mujer, que se reveló a partir de su destello. La Virgen a ensalzado por los siglos a la mujer, ha puesto bajo una luz divinizante la función de la madre. Su dulce maternidad es tan universal que en todos los tiempos los pueblos la han llamado Nuestra Señora. Después de que el Padre puso entre nosotros a la Madre, la convivencia adquirió un clima de familia, y estar allí es una fiesta.
Dado que la degeneración de la humanidad empezó con una mujer, cuando el Creador quiso purificar a los hombres eligió nuevamente a una mujer, y empezó por ella. Eligió a María de Nazaret, una mujer sin mancha».
Igino Giordani en: Le Feste, Società Editrice Internazionale, 1954.
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