Una vida de marinero R.: «Debido a la guerra, cuando tenía 5 años, perdí a mi padre, la casa y el bienestar. Sufrí por las injusticias sociales que se reflejaban en mi familia, suscitando en mí sentimientos de rebelión. Soñaba con poder ser libre, en un mundo de verdadera fraternidad. A los 20 años, terminados los estudios náuticos, lleno de entusiasmo, me embarqué en una nave como aprendiz oficial, pero, a bordo, la realidad era muy distinta a mis sueños. Las relaciones entre los compañeros de equipo eran duras y suscitaban dureza; también a Dios lo sentía lejano e indiferente a la condición de los hombres. Atravesaba la soledad más cruda. Durante un permiso, conozco a M., y se abre para mí un horizonte inesperado de felicidad. Con el matrimonio dejo el mar; nuestra vida de pareja está llena de expectativas recíprocas que, sin embargo, muy pronto naufragan en la incomprensión y en la incapacidad de acogernos con nuestros límites y nuestras diversidades, llegando al choque. La desilusión es grande y en lugar de la esperanza entra la turbación: nos separamos. Es el derrumbe de todo. Me siento oprimido por una sensación de fracaso, de angustia, de desesperación. Una persona amiga mi lleva a la ciudadela del Movimiento de los Focolares, Loppiano. Descubro otro rostro de Dios: lo descubro cercano, Amor. �entonces, hay esperanza! –me digo. Una ola de gratitud y alegría me invade. Quisiera comunicarla a M. Pero no sé como acercarme. Mientras tanto, doy los primeros pasos por el camino de la fraternidad: entrando en contacto con otras personas que comparten este espíritu, experimento que la fraternidad no es una utopía». En el amor la respuesta M: «En la oscuridad en la que me encontraba, también yo entré en contacto con el ideal de la unidad, con ese amor del cual me sentía sedienta y del que no conocía la fuente. Las palabras del Evangelio: “Ámense como yo los he amado”, llegaron a mí con una fuerza revolucionaria que transformó mi vida. En Jesús descubrí que el amor es don total de sí». Surge un amor nuevo R: «Cuando me llegó la carta de M. En donde me comunicaba su alegría por este descubrimiento, me parecía soñar. Después de cuatro años de separación, fui a visitarla al hospital donde estaba internada. Llegué sin previo aviso y en la penumbra de la habitación nuestras miradas se encontraron. “Te daré un corazón nuevo”, dice la Escritura: en el silencio surge un amor nuevo, que ahora tiene toda otra dimensión, la de estar dispuestos a amarnos como Jesús nos ha amado. Esa promesa que se lee en el Evangelio “Donde dos o tres están unidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”, se realiza también para nosotros: Jesús, el Resucitado en medio nuestro, se ha convertido en luz, alegría, fuerza en todos estos años de matrimonio, una presencia que ha impregnado las relaciones con nuestros 6 hijos, ya todos grandes, y con tantas otras familias y personas con las cuales hemos compartido un gran trayecto de vida». Sacado de Historias de fraternidad – espacio para el diálogo entre antiguos y nuevos ciudadanos en www.loppiano.it
Hacerse prójimos
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