P. Luis But: Empeño y fidelidad a un ideal

 
Ordenado sacerdote en 1959, narra su historia vinculada con pequeñas comunidades parroquiales. La resume con una frase: “Cincuenta años al servicio de Cristo y de su pueblo”.

Ordenado sacerdote en 1959, narra su historia vinculada con pequeñas comunidades parroquiales. La resume con una frase: “Cincuenta años al servicio de Cristo y de su pueblo”.
Me fascinaba la figura de Juan XXIII y la línea social tercermundista. Providencialmente, en 1963, un retiro espiritual predicado por el P. Raggio centró mi vida en una visión de Dios Amor y me dio el sostén de una compañía sacerdotal que me mantuvo en el Ideal de la unidad.

Mi primera parroquia fue en Villa Hernandarias, donde fundé la Agrupación Scout para los niños y se desarrolló la primera escuela de capacitación laboral para jóvenes y adultos llamada “Escuela de Capacitación Técnica Juan XXIII”. Estuve allí cinco años. Regresé para celebrar el 40º aniversario de la Escuela y me asombró la madurez y desarrollo adquiridos. Y cuando volví, una vez más, para una misa por los 50 años de mi ordenación, se presentó una patrulla de Scouts de los primeros tiempos, compuesta ya de padres y abuelos que quisieron continuar con esta obra para bien de sus hijos y nietos.

Después de aquellos cinco años en Villa Hernandarias, el obispo me nombró párroco de San José de Feliciano, la parroquia más pobre y alejada de la diócesis, a 270 km de Paraná, donde nadie quería aceptar ser párroco.

Con una bicicleta comencé mi apostolado. Había muchos niños en situación de abandono y junto a las autoridades y los vecinos armamos un hogar en un rancho al fondo de la Iglesia. Fue un comienzo humilde que permitió a los niños encontrar acogimiento y una maduración humana y cristiana. Como el juez delegó a varios de ellos a mi nombre, yo cobraba el salario familiar como familia numerosa. El hogar creció a través de los años; llevé adelante dos escuelas parroquiales de nivel primario que, en los trece años que estuve, se completaron con una secundaria, hoy manejada por laicos.

Durante la década del setenta tuvo una especial relevancia la “Operación Feliciano”. Muchos jóvenes de Argentina y Uruguay dedicaban un mes de vacaciones para traer mercaderías, visitar y ayudar a las familias más necesitadas. Fue una experiencia muy positiva, que dejó un fermento de vida nueva. En ese tiempo, Chiara Lubich asignó una Palabra de Vida a la labor de la parroquia: “Entre ellos nadie sufría necesidad”. En tanto a mí me dio como consigna las palabras de san Pablo a su discípulo Filemón: “Grande fue mi gozo y mi consuelo por tu caridad”.

Con el desafío de construir una nueva Iglesia, en 1983 me nombraron párroco de Santa Elena, una ciudad de unos 15.000 habitantes cuya única fuente de trabajo era un frigorífico regional con más de mil obreros. En esa época, a través del Movimiento Parroquial, surgió un padrinazgo entre la parroquia de Adliswil (Suiza) y las parroquias de San José de Feliciano y Santa Elena.

En su primera visita, el párroco de Adliswil y dos personas de su comunidad exclamaron: “Estamos en otro mundo”. Se inició un proyecto de mutuo conocimiento y ayuda, con esta premisa: “Ayúdense y en la medida que ustedes trabajen, nosotros trataremos de ayudarlos”. Así surgió el lema propuesto por un joven: “Seamos los albañiles de Cristo”. La respuesta más significativa fue que unos 600 obreros del frigorífico, algunos otros empleados y jubilados se comprometieron a dar el 1% de sus sueldos. A eso se sumaron los fondos que empezaron a enviar desde Adliswil, no sólo para la nueva iglesia (cubrieron el 30 % de los gastos), sino también para otras necesidades, especialmente el hogar de niños de Feliciano. En 1985 comenzó la construcción y cinco años después fue consagrada por monseñor Estanislao Karlic.

Desde Adliswil también aportaron para una escuela en Feliciano y otra en Santa Elena. Veinticinco años después, se calcula que Adliswil ya ha donado más de un millón de dólares destinados a la construcción de salones-capillas para la catequesis y sus reuniones en diferentes barrios, la construcción y mantenimiento de las cuatro escuelas primarias, y los tres colegios que la parroquia fue creando para la atención gratuita y la educación de los niños y jóvenes. Allí asisten casi 3 mil alumnos y dan trabajo a unas 160 personas entre profesores, maestros y personal directivo y de servicio, mientras que los comedores escolares atienden a unos mil alumnos. También una buena parte de esa ayuda contribuyó al sostenimiento del Seminario Arquidiocesano de Paraná.

Un año después de la inauguración de la parroquia (1991) y en plena fiebre de las privatizaciones le llegó el turno al frigorífico, que cerró y dejó a más de mil obreros sin trabajo, aquellos que tanto habían aportado para la Iglesia.

Formamos entonces una comisión llamada COPRODE (Corporación en Pro del Desarrollo de Santa Elena), para canalizar las gestiones y reclamos ante las autoridades nacionales y provinciales. Como presidente del primer período hice interminables viajes a Buenos Aires y Paraná. Múltiples y siempre fallidas promesas nos llevaron a realizar uno de los primeros grandes cortes de la ruta nacional 12, donde miles de habitantes de Santa Elena, junto a la imagen de su santa Patrona, reclamaron justicia y trabajo. En respuesta, el Gobierno Provincial nos cedió unas 2.000 hectáreas de campo que pertenecían al frigorífico. Sólo pudimos contar con una ayuda de CARITAS, de AMU (Acción por un Mundo Unido) y de algunas instituciones particulares.

Se concretaron algunas mejoras y se realizaron algunas experiencias productivas: verduras, frutillas, algodón y otros productos que nos daban la pauta de una posible y concreta reconversión laboral. Sin embargo, con la falta de recursos prometidos hubo que entregar el campo con todas las mejoras realizadas. Sin embargo, no perdimos la fe en Dios Amor, que escucha a los más desamparados.

No olvido, tampoco, los miles de bautismos, confesiones, comuniones, casamientos, encuentros y tantas vivencias espirituales vividas en más de 50 años de sacerdocio, y en especial la unión con otros sacerdotes que comparten este Ideal. Pero también estoy convencido de que esta fe se concreta en cada cosa que hacemos, aún pequeña, por el bien de nuestros hermanos. El peligro es olvidar lo esencial por el afán de lo material, pero sabemos el secreto que es recomenzar siempre poniéndolo a Él en primer lugar.

(Publicado en Revista Ciudad Nueva, octubre 2012)