Movimiento de los Focolares

7 de diciembre: luz y donación a Dios

Dic 7, 2015

En la fecha que recuerda el nacimiento del Movimiento de los Focolares, proponemos un texto de Chiara Lubich, del 2003, en el que hace una lectura retrospectiva del significado de aquel 7 de diciembre de 1943, cuando “un carisma del Espíritu Santo, una luz nueva, en ese día bajó a la tierra”.
ChiaraLubich_GiovanniPaoloII

(C) CSC Audiovisivi

«Acabamos de atravesar el umbral del sexagésimo año de vida de nuestro Movimiento.
Una celebración desbordante de dones más que preciosos: durante el primer encuentro de las focolarinas, la vigilia de nuestra fiesta, el 6 de diciembre, un cálido y sentido estímulo de parte de S.E. mons. Stanislaw Rylko, que nos representa a la Iglesia, con luminosas palabras sobre nuestro carisma. Después, traído por él, un largo, paternal y afectuoso mensaje del Santo Padre.
Y más todavía: el día 7, la sorpresa de las sorpresas; un inesperado cuanto gratísimo llamado telefónico del Papa mismo a mi focolar, con las felicitaciones y el reconocimiento pornuestro sexagésimo año de vida al servicio de la Iglesia y de la humanidad.
¿Qué nos dice todo esto?
Creo que se necesitará tiempo para comprender el significado de lo que ha sucedido el 6 y 7 de diciembre; sobre todo para meditar las palabras del Santo Padre en su mensaje, para vivirlas; como por ejemplo, la nueva y moderna definición de nuestra vocación:
“Apóstoles del diálogo”, de la cual, a primera vista, ya se intuyen sus numerosas repercusiones.
Se necesitará tiempo, y nosotros nos proponemos, ya desde ahora, dedicarnos a ello en el futuro inmediato.
Hoy sabemos que nos encontramos ante una Obra nueva, que hace 60 años no existía.
Una Obra extra bendecida por los representantes de Dios en la tierra (sobre todo los últimos Papas), que hemos visto nacer, crecer y desarrollarse en todo el planeta.
Una realidad eclesial ante la cual nosotros, focolarinos – sumamente conscientes de que su primero y principal autor ha sido el Espíritu Santo, del cual nos sentimos colaboradores,aunque siempre nos sintamos indignos e imperfectos – parafraseando el Cantar de los Cantares, nos atrevemos a repetir, con gozo y gratitud: “ Nuestra viña, justamente la nuestra, está ante nuestros ojos. Podemos contemplar sus sarmientos en toda la tierra y los racimos que siguen alimentando a un pueblo nuevo” (cf. Cant. 8, 12).
Y hoy, mirando hacia atrás, podemos comprender qué podía decirnos, hace varios decenios, ese 7 de diciembre de 1943, año del  nacimiento de nuestro Movimiento; afirma que un carisma del Espíritu Santo, una nueva luz, descendió esos días a la tierra; una luz que en la mente de Dios tenía que saciar la sed abrasadora de este mundo con el agua de la Sabiduría, calentarlo con el amor divino y hacer nacer así este pueblo nuevo, alimentado por el Evangelio.
Esto, ante todo.
Pero como Dios es concreto en su manera de obrar, proveyó inmediatamente a asegurase el primer ladrillo para el edificio, esta Obra que le iba a ser útil para realizar sus planes.

Y pensó en llamarme a mí, una chica como cualquiera. Y de allí nació mi consagración a El, mi “sí” a Dios que muy pronto fue seguido por muchos otros “sí” de jóvenes, mujeres y hombres.
Por eso aquel día nos habla de luz y de entrega a Dios de algunas criaturas, como instrumentos en sus manos para sus fines.
Luz y entrega de sí a Dios, dos palabras extremamente útiles en aquel tiempo de desorientación general, de odio recíproco, de guerra. Tiempo de tinieblas, en el que Dios parecía estar ausente del mundo con su amor, con su paz y guía, y parecía que nadie se interesara por Él.
Pero luz y entrega a Dios son dos palabras que también hoy el Cielo quiere repetirnos, cuando en nuestro planeta se prolongan tantas guerras y sobre todo, lo más espantoso de todo, ha aparecido el terrorismo.
Luz que significa Verbo, Palabra, Evangelio, aún tan poco conocido y, sobre todo, demasiado poco vivido.
Entregas a Dios hoy más que nunca necesarias y oportunas, ya que, si por las causas que animan al terrorismo se enrolan hombres y mujeres dispuestos a dar la vida, ¿qué debemos hacer nosotros, cristianos, seguidores de un Dios crucificado y abandonado, para que nazca un mundo nuevo, para nuestra salvación y para darnos aquella Vida que no conocerá ocaso?»

Castel Gandolfo, 11 de Diciembre de 2003 (7 de DICIEMBRE de 1943 – 7 DICIEMBRE de 2003) Publicado en: Chiara Lubich, In unità verso il Padre, Roma de 2004, pag. 130-132.

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