
Chiara Lubich y Juan Pablo II (C) CSC
A tres años de su desaparición, sale la primera biografía de Chiara Lubich, escrita por Armando Torno para
Città Nuova: un libro que elige conscientemente un tono no hagiográfico para describir la que, sin duda, es una de las existencias más extraordinarias del Novecientos. Una narración llana, construida mediante los testimonios de las focolarinas y los focolarinos que estuvieron más cerca de su fundadora. Una historia que, a propósito, pone en el mismo plano los acontecimientos humanos y las experiencias místicas de Chiara; respetando, de este modo, su carácter reservado, su capacidad de ser el centro de todo y al mismo tiempo de desaparecer como persona.
La encontré personalmente sólo una vez, el 8 de marzo de hace algunos años, en el Quirinal, donde llegó para recibir un
importante reconocimiento por parte del Presidente de la República Italiana. Entró sonriendo, como siempre, sin preocuparse si ninguno de los presentes la reconocía ni le rendía homenaje. A mí, que me le había acercado emocionada, me dedicó una sonrisa tímida y dulce, y rechazó con sencillez mi intento de hacerle saber a los responsables de la ceremonia que ya había llegado.

Chiara Lubich, Jerusalén 1956 (C) CSC
La biografía respeta su actitud humilde y recatada, profundamente disponible al contacto humano pero del todo indiferente a la popularidad, y a la distinción que sin embargo merecía. Se evidencia la importancia de Chiara en la historia del Novecientos sobre todo en la cronología comparada, muy bien hecha, que se encuentra en el apéndice del volumen, que describe la riqueza de formas de asociación por ella creadas dentro del mundo católico, su extraordinaria capacidad de construir momentos de encuentro y de verdadero diálogo con representantes y fieles de otras religiones, y la fecundidad espiritual que marcó su vida interior. Una fecundidad que siempre compartió con las hermanas y los hermanos más cercanos, y después con todos aquellos que se demostraban disponibles a la escucha, consciente de que los tiempos que estaba viviendo exigían compartir inmediatamente lo que ella, instrumento de Jesús, llegaba a comprender iluminada por el Espíritu Santo. Eran iluminaciones que nacían de la lectura de la Sagrada Escritura: “Cada vez que Chiara abría el Evangelio descubría en él palabras de vida eterna que nunca antes había encontrado”. De este modo,
Chiara se anticipó a descubrimientos que más tarde haría la cultura católica: el ingreso en el lenguaje espiritual de la
palabra amor, hasta aquél momento reservada sobre todo a discursos mundanos; la idea de la
espiritualidad de la unidad, que se transforma en una apasionante forma de diálogo entre las religiones y en una respuesta a la
“noche cultural” de la humanidad. Sin preocuparse nunca por que recordaran su papel de promotora. La propuesta de una
nueva evangelización, según sus palabras, “no significa solamente que el mundo secularizado tiene necesidad” sino que también es necesario que “la evangelización se haga de forma nueva”. Y a la búsqueda de esas nuevas formas dedica todas sus energías: los encuentros, también los que aparentemente son secundarios, se transforman, gracias a ella, en nuevos caminos y nuevos proyectos, expandiendo cada vez más la red de personas involucradas en su ideal: la santidad a la mano de todos. Su Movimiento se abre a todos los ámbitos, según una óptica universal, reservando especial atención a la cultura y a los medios, mientras que su vida interior le da un nuevo impulso a los estudios teológicos. Pero ciertamente
el aspecto más novedoso que ha marcado su vida es precisamente su ser mujer, una mujer que le da un matiz profundamente femenino a toda su obra: basta pensar en el nombre más popular del Movimiento por ella fundado (oficialmente se llama Obra de María) que evoca el focolar, es decir el hogar, un espacio tradicionalmente femenino. Empieza rodeándose de mujeres, que posteriormente sabrán abrirse a la necesaria presencia masculina, dispone que quien presida el Movimiento sea siempre una mujer.

Chiara Lubich con los fon de Fontem y de Fonjumetaw en el 2000 - (C) CSC
También la espiritualidad de la Obra asume una forma femenina, representando
la presencia mística de María en su Iglesia. De esta forma, con su extraordinaria experiencia, Chiara –que le habla a las asambleas de los obispos, es escuchada por los Papas, es acogida con honores por los Jefes del Gobierno de los países que visita- realiza aquello que los tiempos le exigen a la Iglesia: reconocer la importancia del papel de las mujeres. Pero
lo obtiene sin reivindicar derechos, sin ninguna aspereza. Lo obtiene demostrando saberse merecedora de esa autoridad que se le reconoce, como lo ha sido para las grandes santas en la historia de la Iglesia. Su importancia para el catolicismo del Novecientos es también la prueba de una revolución femenina realizada en el silencio y en la modestia. Queda la tarea de tomar acto de ello.
de Lucetta Scaraffia (©El Osservatore Romano del 25 de marzo de 2011)
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