«Si se puede comprender al sacerdote, en su grandeza y en su pequeñez, en su mandato y en su fragilidad, solamente mirando a Cristo; si el sacerdote hace presente en la historia el despojo que Cristo ha actuado en sí mismo, entonces ninguna otra palabra logrará expresar tan bien la existencia sacerdotal como la de S. Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”, (Gal 2,20). Esta palabra, es verdad, vale para cada cristiano, igual que el texto de Chiara Lubich concierne a todos los cristianos. En el bautismo, en efecto, ya ha ocurrido el hecho decisivo para nuestra persona. Ya no se es aquel yo que se afirma a sí mismo contra Dios y por lo tanto tiene que morir. En cambio, es el yo que, muerto con Jesucristo en Dios, Le hace sitio, al propio Dios, al propio Jesucristo, dentro de si. Mi “yo” le pertenece a Jesucristo. En cada instante, morir de nuevo en Él, de modo que Él pueda vivir en mí: éste es el verdadero modo de encontrarse a si mismo, de realizarse a sí mismos. Decir “tu” a Jesús cada vez que digo “yo”: éste es el camino de la santificación que tiene su principio en el bautismo. Es así que puedo estar en continua contemplación, en continua unión con Dios; y al mismo tiempo ésta es la condición que Él, Dios, el Amor que en Cristo se dona a la humanidad, puede donarse en esta época, puede comunicarse a los hombres de hoy. Por esto, no existe un modelo más válido que María. Ella, mira solamente a Dios y a su voluntad y acogiéndolo dentro todo de sí, Lo da a los otros, Lo dona al mundo. La “gratia plena” es al mismo tiempo la “theotokos”, generadora de Dios. Ahora, si el sacerdote es el que por mandato y autorización está constituido para “agere en persona Christi”, entonces este mandato y esta autorización no pueden limitarse a poner aquellos actos sacramentales para los que, en sentido estrecho, han sido otorgados. Estos actos sacramentales, estas realizaciones del poder sacerdotal se volverán testimonio en la medida en que el sacerdote corresponderá con toda su vida a aquellos actos. Por tanto, cuanto más profundamente el sacerdote vivirá su cristianismo, su bautismo, – es decir, cuanto más será, en el sentido anteriormente explicado, “mariano” – tanto más resplandecerá en él Cristo Sacerdote. ¡Sé completamente sacerdote siendo completamente cristiano! ¡Vive totalmente Cristo Sacerdote viviendo totalmente María, su donación, su servicio! El sacerdote deberá donarse completamente a El. No deberá existir otra cosa que lo sacie, ni posesión, ni exigencia, ni nada de qué disponer. Esas células del corazón humano que podrían ser reservadas para las más bonitas, nobles y sagradas exigencias humanas, deberá tenerlas libres, solo para Jesucristo. Sus manos deberán estar tan vacías sin tener nada más que a Él y poder donar luego Él mismo a los otros. Estar unido con Jesús solo y tener por lo tanto una gran libertad para poder estar cerca de todos y acercar a Jesús a todos». (Continua) Klaus Hemmerle: El sacerdote hoy/1 /2 /3
Aprender y crecer para superar los límites
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