«Llegar a Tierra Santa a fines de julio, con esas noticias dramáticas que pasan los noticiosos, fue, como alguien lo definió, “una auténtica locura”. La idea del “focolar temporáneo”, o sea un Focolar de un mes en Palestina, era un proyecto que había nacido en primavera, cuando todo parecía estar tranquilo. Más adelante, pocas semanas antes de salir, la situación se precipitó: “¿Qué hacer?”, nos preguntamos. “Es éste, en cambio, el momento más oportuno para ir y testimoniar que el amor es más fuerte que el miedo”. Seguramente la presencia de los Focolares presentes en el territorio, desde hace ya decenios, era y es nuestra seguridad. Por lo tanto, el 30 de julio nos instalamos en Belén, en un pequeño apartamento. Despertarse en la ciudad donde nació Jesús, causa una fuerte impresión. “¿Es un sueño?, nos preguntábamos. Comenzamos con visitas a las familias, a los sacerdotes, a los jóvenes: todos estaban sorprendidos y felices de ver que dos focolarinos de Italia habían de verdad llegado y otro más que se unió a ellos proveniente de Jerusalén. Hubo algunos encuentros fuertes, como la Mariápolis en Nazaret, que contó con un buen número de asistentes (a pesar de la situación), a través de una carta y fotos se hicieron presentes nuestros amigos que viven en Gaza, que no podían estar físicamente presentes. Después, del 8 de agosto, en pleno conflicto, hubo un encuentro interreligioso en Jerusalén, con árabes cristianos y amigos judíos y musulmanes, todos juntos. El objetivo era el de rezar y pedir la paz. Fue una hora de ‘luz intensa’ en medio de la noche de la guerra, con momentos intensos y emotivos. Un rabino sorprendió a todos con una conmovedora oración por los niños de Gaza. Los participantes en total fueron alrededor de 80. Un pequeño milagro, dada la situación.
Nos sentimos profundamente cambiados por tres elementos: el dolor, el amor y la oración. Lo primero es el dolor por las historias que nuestros amigos nos contaban: la aspiración de un Estado, el ansia de una paz verdadera y duradera; desde tener agua hasta la libertad de moverse, y un futuro mejor para sus propios hijos y, sobre todo la aspiración de vivir en armonía y en paz con todos los vecinos. El segundo elemento es el amor: ¡cuánto amor recibimos en estas tres semanas!. Mucho más del que hemos dado. Y el tercero, la oración: momentos largos, a veces también días enteros pasados en silencio rezando por todos: por el que muere y por el que dispara; y oración para que llegue el perdón recíproco en esta tierra embebida de sangre. La característica de toda la experiencia fue la de vivir en medio de la gente, mezclados entre todos. No en un cómodo apartamento en una gran ciudad: aprendimos a racionar el agua que estaba escaseando, por ejemplo. Esta es prácticamente la vida de los palestinos. Queríamos y estamos probando el significado de pasar los “check-point” (puestros de control), lo que significa sonreír y saludar a un soldado que tiene en su espalda una ametralladora; o también ser amable con una abuela que, bajo el sol, trata de vender, plantitas de menta. En todo esto hemos experimentado la presencia de Dios. Y en Tierra Santa, a Dios lo sientes caminar a tu lado nuevamente, por estas calles. Una experiencia vivida junto con aquellos que están aquí para contribuir a que se realice el sueño de Jesús: ‘que todos sean una sola cosa’ (Jn 17, 21). Esa oración por la cual Chiara Lubich dio su vida. Un día se llegará al mundo unido también aquí en Tierra Santa: será el mundo del perdón recíproco, la verdadera agua que saciará esta sed de paz. Y ese día, todos juntos, debemos estar aquí para seguir amando» Luigi Butori (Italia)
Tener confianza
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