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«Pocas veces como en este tiempo nuestro planeta ha sido y es atravesado por la desconfianza, por el temor, incluso por el terror: basta recordar el 11 de septiembre de 2001 e, incluso más cerca, el 11 de marzo de 2004, sin olvidar los cientos de atentados que en estos últimos años han nutrido la crónica cotidiana.
El terrorismo: una calamidad tan grave como -por lo menos- las decenas de guerras que siguen ensangrentando nuestro planeta.
¿Y cuáles son sus causas? Muchas. Pero no se puede dejar de reconocer que una de las más profundas es el desequilibrio económico y social que existe en el mundo entre los Países ricos y los Países pobres. Desequilibrio que genera resentimiento, hostilidad, venganza, favoreciendo de este modo el fundamentalismo que germina más fácilmente en un terreno semejante.
Ahora bien, si las cosas están así, para que el terrorismo se apague y desaparezca, la guerra ciertamente no es una respuesta, es necesario buscar los caminos del diálogo, caminos políticos y diplomáticos. Pero no es suficiente; hace falta generar más solidaridad entre todos en el mundo, y una comunión de bienes más equilibrada. Sin dejar de lado que son aún más numerosos los temas candentes que interpelan la política, tanto en la dimensión nacional como en la internacional. Incluso en el mundo occidental el modelo mismo de desarrollo económico está ahora indudablemente en crisis, una crisis que exige no solamente algunos limitados ajustes, sino un replanteo global para superar la recesión en curso.
El avance irrefrenable de la investigación científica no puede continuar sin que se garanticen la integridad y la salud de la especie humana y de todo el ecosistema.
El reconocimiento de la función esencial de los medios de comunicación en el mundo moderno debe encontrar reglas eficaces frente a las exigencias específicas de promoción de los valores y de la defensa de las personas, de los grupos y de los pueblos.
Otra cuestión fundamental surge de la necesidad de defender y valorizar la riqueza que se origina por las distintas proveniencias étnicas, religiosas, culturales, incluso en el horizonte de los irreversibles procesos de la globalización en acto.
Estos desafíos, que se nos presentan como algunos de los más grandes de la actualidad, reclaman con insistencia la idea y la práctica de la fraternidad, y teniendo en cuenta la extensión del problema, de una fraternidad universal».
Centro Chiara Lubich: Discurso integral
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