Su tarjeta de presentación está todavía viva en la memoria de tantos: un auto viejo en el que viajaba con Dina, su esposa, recorriendo las calles de Loppiano. Abierto, enérgico, con una broma siempre lista y la profundidad del alma de los viejos sabios, Giacomo Mignani conjugó la edad avanzada con una humanidad cada vez más refinada. Por lo tanto siempre joven, ¡también con 91 años!
Nacido en diciembre de 1913 en la provincia de Bérgamo, en el Norte de Italia, Giacomo vive los dramas de la guerra que marcan profundamente a su familia con la muerte de uno de sus hermanos. El matrimonio con Dina, celebrado en 1947, presenta enseguida fisuras, como el mismo contaba: «Cuando me casé no estaba preparado y por eso, después de dos meses ya el matrimonio estaba en crisis. Con Dina nunca peleábamos: porque no nos hablábamos. Salía siempre con mi perro que era todo para mí. Era un cristiano de domingo, pero en la temporada de cacería, no iba a Misa».
En 1964 Dina conoce los Focolares, durante una Mariápolis, y Giacomo nota algunas pequeñas y grandes atenciones que Dina nunca había tenido con él, hasta el día en que lo invita a participar en un encuentro del Movimiento en Milán, antes de ir a un retiro a Roma. «Quise ir para entender qué le habían hecho».
Es durante ese domingo que la vida de Giacomo tiene lugar un vuelco: escucha hablar de un Dios que es amor y no un juez malo, como él siempre había pensado. «Él (Dios) mi ama, me da una mano! Me pareció ver la película de mi vida: no quería a mi esposa, la maltrataba, y la culpa era mía (…) Sentí un fuerte deseo de ver a mi esposa tanto que me pareció una eternidad esperar hasta el día siguiente… Tomé la bicicleta y, habiendo sido soldado, volé hasta mi casa. Me esposa me abrió la puerta. La besé. Después de dieciocho años, y así empezó nuestro matrimonio».
En su casa, siempre cerrada, se abren de par en par puertas y ventanas y Giacomo está siempre dispuesto a correr al lado de quien tiene necesidad, realizando tantos pequeños servicios. En 1976 se traslada a Loppiano, y como una lógica consecuencia de su deseo de poner a Dios en primer lugar, se pone a disposición de los demás: «Mi esposa y yo recibimos tres gracias. La primera fue descubrir que Dios es Amor; la segunda haber salvado nuestro matrimonio; la tercera venir a Loppiano».
Incansable trabajador, vivió por la Cooperativa de Loppiano como por su familia: son miles los visitantes que lo recuerdan en la vieja cantina, apoyado a uno de los barriles donde contaba su historia y los últimos avances de la empresa, pero también animaba a las personas que atravesaban por alguna situación difícil, dando esa sonrisa que cambió a mucha gente, no sólo durante un día, sino para toda la vida.
El 21 de octubre de 2004, precisamente el mismo día en que 13 años antes había muerto Dina, Dios lo tomó consigo, con delicadeza, mientras estaba durmiendo en un sofá de la casa con su acostumbrada pipa en la mano. Y podemos apostarlo, llegó corriendo allá arriba con su viejo automóvil cargado con los rostros de todas las personas que amó y apoyó.
Paolo Balduzzi
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