Su respuesta me tomó por sorpresa: “Prueba a dar tú el primer paso. Mañana, cuando respondas al teléfono, explica con sencillez a quien te escucha que tienes una deficiencia auditiva e invita a las personas a hablar lentamente y vocalizando”. Estas palabras me obligaron a enfrentarme sobre todo conmigo misma, pues no quería que se supiera que era sorda; de hecho quería mostrarme “normal” como todos los demás. Al día siguiente cuando el teléfono sonó, al mismo tiempo una voz en mi corazón me dijo “da el primer paso”. Por primera vez en mi vida respondí al teléfono invitando a hablar de forma clara porque tenía un déficit auditivo. Para mi sorpresa, la persona que me hablaba desde la otra parte del teléfono fue muy amable y comprensiva y, desde ese momento, esto me animó a llevar a cabo mi trabajo con más seguridad. Mis colegas, viendo mis dificultades y los esfuerzos que hacía para superarlas, trataron también ellos de ayudarme, respondiendo inmediatamente a las llamadas. Fue como tirar un guijarro en el agua que provocó un efecto en cadena. Recuerdo que fui a casa y le dije a mi mamá: “¡Funcionó!” Aquel día marcó un cambio radical en mi vida: entendí que tenía que aceptar mis límites día tras día y, tratando de dar el primer paso, siendo “la primera en amar” a los demás como Dios hizo con nosotros, encontraría una relación con el mundo y con las personas, además de una paz interior y una nueva libertad. El sufrimiento me ha llevado cerca de Dios, quien me ayuda siempre a ponerme a disposición de los demás. Después de un tiempo, sentí el deseo de darle mi vida en el camino del focolar. Las dificultades no faltaron, como la de aprender la lengua italiana para recibir mi formación. Pero he experimentado que no hay nada imposible para Dios. Aún ahora no es fácil. Por ejemplo, con las amigas con las que vivo en el focolar, hemos tenido que dar cotidianamente pequeños pasos. Quien hablaba casi murmurando, ahora se esfuerza en pronunciar bien las palabras de manera que pueda leerle los labios. ¡Al final vence el amor recíproco! Recibí de mi padre, fallecido hace nueve años, un mensaje personal que tenía que abrir después de su muerte, en el que estaba escrita esta frase: “Mi noche no conoce oscuridad”. Esta es mi experiencia diaria: cada vez que opto por amar y servir a quien está a mi lado, no existen tinieblas y experimento el amor que Dios me tiene».
Ir hacia los que están solos
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