La ciudad de Atlanta, en Georgia, es la novena área metropolitana de los Estados Unidos, sede de la Coca Cola y ciudad natal de Martín Luther King. I have a dream, yo tengo un sueño, gritaba en el ‘63 el líder de la no violencia, pidiendo la igualdad entre blancos y negros, y esperando que un día se realizara el credo de la nación norteamericana “que todos los hombres fueron creados iguales”, como se lee en la Declaración de Independencia de 1776. Desde entonces se dieron muchos pasos, por lo menos formalmente. Lo atestigua Celi Fuentes Montero, costarricense, “blanca” que vivió durante 20 años en Los Ángeles y ahora está en el focolar de Atlanta. «Había oído que en el sur de los Estados Unidos ocurrían episodios de discriminación, pero me parecía que eran relatos exagerados. Pero lamentablemente tuve que creer que realmente eran verdaderos». Es una historia reciente. En el 2015, justamente en Atlanta, se produjo el asesinato de un joven afro desarmado. También hubo violencia en Baltimore, en Ferguson y se manifestó el crecimiento del movimiento Black Lives Matter (La Vida de los negros es importante), que denuncia pobreza y malestar de las comunidades negras y también la violencia de la policía. Recientemente en Luisiana y en Minnesota… En una de las muchas protestas, en la ciudad de Dallas, el odio acabó con la vida de 5 policías e hirió a otros 7. La tensión se palpa también en Atlanta, donde la población afroamericana supera el 50%. Allí la comunidad de los Focolares, que refleja la demografía, se ha comprometido a tejer redes de reconciliación y a reconstruir desde adentro el tejido social. «Nuestros amigos afroamericanos temen salir de casa – continúa Celi Fuentes- porque dicen que tienen miedo de poner en riesgo su vida. Cuando los choques eran más frecuentes, una amiga sentía miedo de ir a hacer las compras. “Pero como creo en el mundo unido, me llené de ánimo y salí para amar a todos los que encontrara”, me dijo. En el supermercado se encontró con una mujer blanca que presentaba un producto y se detuvo a escucharla. La mujer comprendió su gesto y se intercambiaron un abrazo». Es una situación latente, que a menudo se agudiza con el “tam tam” de las redes sociales. Después de años de lento progreso, del “Civil Rights Movement” de los años ’60, en el sur se experimenta aún disparidad social y económica. «Algunos de mis amigos jóvenes afroamericanos se sienten desfavorecidos con respecto a los jóvenes blancos, en el momento de acceder a la Universidad o al mundo laboral». «Cuando llegué a Georgia me puse a buscar trabajo junto con una amiga negra – cuenta Celi- . Fuimos a una agencia de empleo- ella está más calificada que yo para este trabajo específico – pero a mí me dijeron que me llamarían en un futuro próximo mientras que a ella le dijeron que volviera a estudiar y a prepararse mejor. Estaba clara la discriminación por el color de la piel. Me sentí desanimada: abrí los ojos ante este problema que muchos viven cada día. Este dolor de mi amiga era mío. En lo que a mí respecta, trato de poner mi granito de arena para construir puentes más allá de la tensión que experimentamos». «Con muchos amigos afroamericanos musulmanes trabajamos juntos en pequeñas acciones que movilizan cada vez a más personas. Preparamos la comida o las frazadas para los que no tienen techo de nuestra ciudad, o preparamos también las mochilas cuando la policía los hace cambiar de lugar. Alguno de nosotros movilizó a su parroquia, que está situada en una zona rica de la ciudad, para cubrir lo que precisan 300 personas. Son cosas mínimas, pero testimonian el amor concreto, tanto que los musulmanes dicen: antes dialogábamos, ahora somos hermanos. Entre nosotros el tema de la raza está superado. El día en que hubo un tiroteo, estábamos en el encuentro de la Palabra de Vida. Nos comunicamos recíprocamente nuestros miedos, la incomprensión, nos dijimos uno al otro “¡estoy aquí por ti!”». «En el corazón tengo mucha esperanza – concluye Celi. Es verdad que somos pocos en medio de estos problemas y la tensión racial es uno de ellos, pero no el único. Se me ocurre pedir ayuda a Dios para entrar más profundamente en esta cultura para dar, juntos, nuestra típica contribución, la de la unidad, allí donde existe tanta división».
Sanar las heridas que encontramos en los demás
Sanar las heridas que encontramos en los demás
0 comentarios