Movimiento de los Focolares

Cárceles: “Los jóvenes del comité externo”

May 10, 2016

Testimonio contado ante la presencia del Papa Francisco, por Caterina y Raffaele, jóvenes romanos de los Focolares, presentes en la Mariápolis que se realizó en Villa Borghese (Roma).

20160510-03«Sentíamos la exigencia fuerte de sumergirnos en las heridas de nuestra ciudad. Nos involucró en esta tarea Patrizia, profesora y colaboradora de la revista Città Nuova, quien estaba escribiendo un libro sobre los menores, hijos de detenidos y que recién había conocido el comité Break the Wall. Se trata de 7 detenidos que, entre las distintas actividades que realizaban en su sección, estaban tratando de que se hiciera algo más para los niños que los fríos encuentros que se realizaban en el locutorio. Querían realizar fiestas, eventos para que los niños se divirtieran y tuvieran un lindo recuerdo de sus padres que por estar presos, estaban separados de ellos. Entre nosotros y los detenidos del Comité, las educadoras y la directora de la sección se estableció en seguida una relación de confianza y colaboración. El primer encuentro con los detenidos fue en la Navidad de 2014. Nos impresionó la normativa de la policía carcelaria de dejar, por motivos de seguridad,  todas nuestras pertenencias antes de entrar por el portón. Se referían a los objetos personales, pero para nosotros esto sonó como un llamado simbólico a dejar atrás todos nuestros prejuicios. Los detenidos no podían creer que tantos jóvenes pudieran emplear la mañana de un sábado para estar allí con ellos. A partir de esa fiesta empezamos un camino que no era tanto de voluntariado sino de una relación verdadera y profunda construida con los mismos detenidos. Alguno, escuchándonos hablar de lo que hacíamos, nos dijo que éramos muy valientes. Para nosotros, en cambio, se trataba de tener confianza en el otro, aunque hubiese cometido un crimen, y así transmitir la esperanza de que es posible cambiar y recomenzar. Recordamos la alegría de uno de ellos que estaba feliz de poder emplear sus talentos en algo legal, sin sacar ningún provecho de la acción, como ocurría en cambio con las actividades ilícitas. Para él que no tenía hijos, trabajar para los niños, hacía que se sintiera pleno y satisfecho. El año pasado nos encontramos con los detenidos del Comité, para planificar un nuevo evento. Una carta de ellos de agradecimiento confirmó el entusiasmo y la alegría de aquel encuentro, en el que pudimos sentarnos juntos, como si no estuviéramos en una habitación dentro de una cárcel. También merendamos juntos, porque nos recibieron cálidamente, como si fuéramos viejos amigos. Ahora nos llaman “los jóvenes del Comité externo”. En esa ocasión se abrieron y nos contaron los efectos concretos de estar detenidos en la vida cotidiana. Por ejemplo, nos decían que quien está en la cárcel no logra enfocar el panorama, los ojos deben volver a adquirir la capacidad de mirar lejos, pues pierden la costumbre de mirar el horizonte. Uno de ellos nos saludó con un mensaje: “A los jóvenes les digo que continúen dedicándose a estas actividades porque a menudo quien está adentro lo único que necesita es ver que desde afuera existe interés hacia nuestros problemas, para tener una segunda oportunidad. A menudo la cárcel corta los puentes y el abandono crea monstruos. Por esto, de mi parte les agradezco”. En marzo pasado, en ocasión de la fiesta del padre, organizamos juegos y actividades con las que animamos la mañana o la tarde. Media jornada muy sencilla, permitió que esas familias, por lo general divididas, vivieran bellos momentos juntos y que esos niños conservaran lindos recuerdos de la relación tan delicada y difícil con sus papás. Algunos de nuestros amigos estaban presentes en la visita que el Papa Francisco realizó a la cárcel el Jueves Santo del año pasado y participaron en la celebración de la S. Misa y nos contaron sobre la profunda emoción que vivieron. Fue para ellos un momento precioso. «La cárcel – nos dicen a menudo-, además de la libertad elimina las emociones». Pero en este tiempo tal vez algo cambió: existe la alegría de encontrarse y de colaborar sin prejuicios. En ellos hemos descubierto el rostro de Jesús prisionero, de Jesús marginado. Cada vez que salimos de la cárcel de Rebibbia, sentimos que aprendimos el valor de querer cambiar, de admitir los propios errores, de recomenzar. Experimentamos el amor personal de Dios y de su inmensa Misericordia».  

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