«Por mi formación profesional como militar y además por mi carácter demasiado rígido, encontraba muchas dificultades en la relación con mis hijos. Estaba consciente de que tenía que corregir mi actitud, pero no sabía por dónde empezar. Las palabras del Evangelio me invitaban a poner el amor como base de la educación de mis hijos y por lo tanto tenía que dar un viraje en mi relación con ellos, un viraje no a medias, sino radical. Intentando y volviendo a intentar continuamente, poco a poco se abrió el camino de la comunicación con los hijos. Traté de entrar en su mundo, de prestar más interés a sus inquietudes y aspiraciones. Pude conocer sus problemas, nos alegramos y sufrimos juntos y de esta forma se anularon las distancias, incluso con el más difícil de ellos. Mi papel como padre asumió entonces otra dimensión: para ellos ahora soy también consejero, amigo y hermano». (F. U. – Perú)
«Tengo 29 años y vengo de Sri Lanka. En mi país trabajaba como cocinero y luchaba por una mayor justicia entre las distintas clases sociales, pero este compromiso se veía con sospecha y por lo tanto me vi obligado a dejar mi tierra para venir a vivir en Europa, donde todo es distinto para mí. Al llegar, me sentía tremendamente solo y lleno de rabia hacia todos. Pero en el campo para refugiados, en medio de tantos desconocidos, alguien me habló de algunos jóvenes cristianos con mi mismo ideal: contribuir a mejorar el mundo. Estaba sorprendido al ver que otros tenían ese mismo sueño. Fue muy alentador y empecé a mirar a mi alrededor, a ser más amable con los demás, a saludar: nacieron relaciones realmente humanas entre la gente, con gran sorpresa del trabajador social. Yo soy budista y a través de la relación con occidentales cristianos aumentó también mi fe. Una máxima de Buda dice: “Compartir mente y espíritu con muchos otros”». – (S. – Sri Lanka)
«Tomando la decisión de ir a Lourdes como colaborador de Unitalsi al servicio de los enfermos, creía que experimentaría un peregrinaje lleno de sorpresas, con “efectos especiales”. En realidad Dios, aceptando mi buena voluntad y estas intenciones no completamente desinteresadas, se sirvió de esta circunstancia para hacerme entender lo que Él quería, es decir que mi servicio a los enfermos es seguramente importante para ellos, pero también y sobre todo yo “necesito de ellos”. Porque – y digo esto como síntesis de la experiencia hecha en Lourdes – si yo soy afortunado en donar lo que recibí gratuitamente por Dios, los enfermos te compensan con lo máximo que pueden darte: puede ser una sonrisa, un gesto de gratitud, un cálido saludo…». – (M.G. – Italia)
Una escuela del Evangelio: una cita que se repite cada dos meses y que involucra a todo el pueblo, incluido el párroco y el Fon, el rey, la autoridad del lugar. ¿El programa? Profundizar un versículo del Evangelio, captando las facetas que se aplican mejor a la vida cotidiana, para tenerlo como hilo conductor hasta la próxima reunión. En cada reunión, dentro del espíritu de comunión, tratan de compartir cómo lograron ponerlo en práctica y se dan recíprocamente nueva fuerza para ir adelante con el experimento. Esta dinámica, comenzada en Fontem– la ciudadela de los Focolares de Camerún- por voluntad del Fon se reproduce también en Akum, otro pueblo de Camerún. En el comienzo, la participación es sobre todo femenina. Pero poco a poco participan cada vez más los hombres, quienes están realmente impresionados (aunque no lo admiten abiertamente) del cambio de las esposas. Tratemos de captar algo de sus propios relatos.
«Me llamo Suh Nadia – dice una chica-. Con algunos compañeros de escuela nos pusimos de acuerdo para unirnos a la oración mundial de los jóvenes de los Focolares que se llama Time-out. Al principio éramos seis, luego doce. En determinado momento lo supo el director, quien me llamó a la dirección. Pensaba: ahora nos va a castigar porque por algunos minutos interrumpimos el estudio. Me llené de valor y traté de explicarle la importancia que tenía esta oración. De hecho, aunque en Camerún hay paz, existen muchos países alrededor que están sufriendo por la guerra, por lo tanto debemos rezar por ellos. El director, después de haberme escuchado, me agradeció y me dijo que se ocuparía de modificar el horario de las clases para que todos los estudiantes puedan unirse a nosotros».
Ahora toma la palabra Evangeline: «Yendo a casa de mi tía, me di cuenta de que los vecinos maltrataban a una chica que estaba con ellos, que, para escapar, se había ido a dormir a la iglesia. Mientras la acompañaba a su casa casa el párroco trató de convencer a la familia para que la trataran bien. Pero apenas se fue el párroco, los dos comenzaron a gritarle. Ella lloraba fuerte. Me acerqué a ella, la escuché con amor y decidí hablar con su familia. Aunque mi tía me desanimaba, yo pensaba en lo que nos dice el Evangelio y entonces al día siguiente fui a conversar con esta familia. La señora me dijo que ella no era hija de ellos, sino que era una joven que trabajaba con ellos como enfermera. “Precisamente porque ella los ayuda – dije- tendrían que tratarla como a una hija”. La mujer no me prestaba atención pero el marido sí me escuchaba: “¿Quién eres?”, me preguntó, “¿Quién te envía?”. Cuando supo que había ido a esa casa por mi propia iniciativa, me agradeció y me prometió que no la iban a maltratar más. Después viendo que la chica no tenía casi nada de ropa para ponerse, le llevé algunos vestidos míos».
Verónica normalmente cocina también para su suegra. Un día la suegra le dice que por un problema en los ojos no logra ni siquiera ver lo que come y que tal vez sea mejor que no le lleve más la comida. Verónica consigue una consulta en el hospital y la noche anterior va a dormir con ella. En esa ciudad viven dos hijos de la señora, pero ellos no manifiestan interés por su madre. Los médicos deciden operarla enseguida y así Verónica, a pesar de sus compromisos de trabajo, se queda con ella en el hospital durante una semana. Volviendo a casa, ni siquiera los otros hijos de la señora se preocupan por su madre, de modo que Verónica sigue yendo a cuidarla y le lleva comida, sin importarle que los hijos van a ver a la madre sólo cuando está ella para aprovechar también ellos de la comida. «Es la cuarta vez que vengo a estas reuniones de ‘nueva evangelización’ – concluye Verónica- sólo trato de poner en práctica lo que aprendo aquí».
«Me quedaban solo 2000 francos cameruneses (frs) (unos 3 euros) y tenía que hacer las compras», cuenta Marie refiriéndose a la frase del Evangelio ‘Den y se les dará’. «Para ahorrar había ido al mercado que queda lejos, a seis millas. Me habían quedado 700 frs. Cuando, ya de regreso, me di cuenta de que no había comprado aceite. Decidí comprarlo cerca de mi casa: mis 700 frs me iban a alcanzar justo. Estaba por cruzar la calle cuando una chica me tocó el hombro y me pidió que la ayudara a comprar unas especias. Una voz dentro de mí me dijo: ¡dar!. Así fue que le pagué las especias: 250 frs. Con lo que me quedaba podía comprar medio litro de aceite. Pero un hombre que conozco me pidió que le comprara la sal: eran 100 frs. Finalmente se me acercó un muchacho y también él me pidió que le pagara las especias: otros 200 frs. Miré la plata que me quedaba en la mano: ya no me alcanzaba para comprar el aceite. Volviendo a casa le pedí a mis hijos que calentaran los recipientes para ver si salía todavía un poco de aceite, pero estaban completamente vacíos. Entonces les dije que fueran a la tienda a preguntar si nos podían dar un poco de aceite a crédito, pero no tenían. Tampoco mi vecina tenía para prestarme. ¿Cómo iba a hacer para cocinarle a mis hijos? En ese momento llegó el hijo de una querida amiga mía con una canasta en la cabeza. “Vine a verte”, me dijo, “Mi madre no pudo visitarte por la muerte de tu madre y ahora ella te manda esta canasta”. La abro y había nueces de coco, pescado seco y …. 5 litros de aceite!»
Las dos voces se entrelazan en un creciente sufrimiento y esperanza, conmoción y maravilla. Hasta hacerles descubrir el secreto que los lleva a recomponer la unidad que parecía rota irremediablemente. Fili empieza el relato: «Me casé con Nacho hace 24 años y tenemos dos hijos. Yo soy la sexta de once hermanos. Había dolores en mi familia, como el hecho de que mi padre tenía otra mujer y otros hijos y esto me hacía sufrir mucho».
«También yo siendo pequeño – interviene Nacho – sufrí por la ausencia de mi padre y la poca atención de mi madre. Quien se hacía cargo de mí era mi abuela materna. Cuando me casé con Fili estábamos enamorados, pero con un vacío existencial muy grande, en el que cada uno se identificaba con el otro. Unimos nuestras soledades, pero no nos conocíamos interiormente y muy pronto nos dimos cuenta de que no sabíamos amar ni tampoco qué era el amor».
«Nuestros problemas empezaron desde el inicio del matrimonio –prosigue Fili-. Yo era muy celosa y posesiva, al punto que Nacho continuamente tenía que cambiar de trabajo». «Su actitud – prosigue Nacho – me provocaba rencor, ira y frustración y las discusiones entre nostros no terminaban nunca. En este ambiente tan poco acogedor nacieron nuestros hijos. Tanto yo como Fili, sentíamos un gran amor por ellos, pero no habiendo amor entre nosotros dos, pensábamos suplirlo con cosas materiales, en cambio habríamos debido darles escucha, ternura. Así pasaron 15 años. Desilusionado por esta situación, me fui de la casa. Lo había hecho otras veces, pero todo intento de volver y reconstruir nuestra relación fracasaba. ¿Qué hacer, me preguntaba, cuando una relación está completamente rota?».
Continua Fili: «De hecho, para mí era imposible reconstruirla, tanto que acepté que volviera, sólo porque veía el sufrimiento de los hijos que tenían necesidad de él». «Un sábado en la noche – prosigue Nacho – estaba viendo en la TV un programa de boxeo. No me parecía interesante y por eso cambié de canal. Estaban dando un programa religioso y por curiosidad me quedé viéndolo. Había una mujer (después supe que era Chiara Lubich) que hablaba del Amor. Al final de su discurso, pasaron algunas imágenes de la ciudadela del Movimiento de los Focolares de México, que estaba cerca de nuestro pueblo, pero no la conocía».
«Así, al día siguiente – interviene Fili – fuimos a la Misa a El Diamante (que es el nombre de la ciudadela) con toda la familia. Me impreionó la forma como nos recibieron, era como si nos conocieran desde siempre. Faltaba sólo una semana para la Mariápolis, un encuentro que se iba a realizar allí, y decidimos ir. La propuesta del primer día era la frase del Evangelio: “Perdona hasta setenta veces siete”. Me pregunté: ¿pero cómo es posible perdonar siempre? La explicación la obtuve cuando me hablaron de Jesús en el abandono. Él no sólo había perdonado, sino que había dado la vida por nosotros. Me di cuenta de que ante tal amor, mis dolores eran muy perqueños. No fue fácil volver a empezar, pero la Palabra “Perdona setenta veces siete” siempre me ayuda a hacerlo».
«También para mí – confiesa Nacho – esa Mariápolis transformó mi vida. Aprendí a tener confianza en ese Dios para quien todo es posible. Con Fili aprendimos a amarnos en la diversidad. Poco a poco nos volvimos a enamorar el uno del otro. Descubrimos una plenitud de amor nunca antes experimentada, ni siquiera cuando éramos novios, porque ahora nos amábamos en la libertad, en Dios».
Teresa Ganzon y su marido compraron en 1989 la mayoría de las acciones del Bangko Kabayan, cuando el banco tenía una sóla sucursal, mientras que ahora se ubica como uno de los más grandes bancos rurales de Filipinas.
Lideran también en la Economía de Comunión, una red internacional de más de 800 empresas comprometidas en practicar la Doctrina Social de la Iglesia. En una rueda de prensa durante su reciente viaje a Filipinas, el Papa condenó la corrupción, diciendo incluso de dar una patada “donde no llega el sol” a los funcionarios corruptos.
¿Cuáles son los principales puntos de fricción para una empresa dirigida según los principios de la Doctrina Social católica en Filipinas?
«El problema principal del que hablamos es el respeto. Pagar los impuestos es un signo de contradicción para nosotros, especialmente entre las pequeñas y medianas empresas. El soborno y la corrupción están en crecimiento y lamentablemente son conductas comunes en algunas oficinas públicas, de modo que para un empresario parece que el único modo de que su propia empresa sobreviva es hacer como todos y considerar estos procedimientos como “costos normales”».
Ésta actitud es contraria a la Doctrina Social y al papa Francisco. ¿Cómo enfrentan la corrupción congénita?
«Una empresa de Economía de Comunión defiende la adhesión a un estándar ético y es consciente de que tiene una vocación para cambiar el modo como se hacen las cosas, para estar más alineada con los valores cristianos. Hace algunos años, estábamos dispuestos a dar un cierto tipo de préstamo, que, estábamos seguros, habría tenido una gran demanda e iba a dejar buenos márgenes de ganancia. Pero cuando nos encontramos delante de un burócrata del Gobierno que nos pidió un porcentaje sobre los intereses, tuvimos que pensar en otro tipo de préstamo. En Filipinas, el pago de los impuestos por parte de las empresas, grandes y pequeñas, es algo que casi no existe. Hemos recibido un premio que nos certifica como una de las primeras cinco empresas contribuyentes, en una región donde existen algunas industrias manufactureras mucho más grandes que nuestro banco»
Por lo tanto, ¿renunciaron a una oportunidad de negocio antes que ceder a la corrupción?
«Sí, pero fue entonces que descubrimos la microfinanza. Ésta nos orienta a las necesidades financieras de un segmento de la sociedad considerada “fuera del ámbito de los bancos”. Hemos desarrollado así un programa de microcrédito y descubrimos un segmento de la sociedad mucho más amplio para servir, si bien no es tan fácil como el precedente».
La crítica del Papa sobre la financia especulativa, ¿cómo fue recibida por vuestra empresa?
«Él habla de tener mayor empatía hacia las personas más necesitadas de la sociedad, y para nosotros, que estamos en el área del microcrédito, sus palabras nos ayudan a ser más determinados. Es un campo de negocios muy difícil, porque implica mucho trabajo de campo y los jóvenes, cuando solicitan trabajo en un banco, imaginan que vienen a trabajar en un ambiente muy cómodo, en una empresa con aire acondicionado. Después de algunos meses, deciden que no quieren seguir haciendo un trabajo que requiere tanto esfuerzo. Para nosotros, encontrar a las personas justas que permanezcan y amen su trabajo, precisamente por la empatía con los pobres, es un gran desafío.
No alcanzamos los estándares de eficiencia tan fácilmente, pero, si alguien quiere permanecer en el mercado, no podemos hacer otra cosa que buscar por lo menos los estándares de un buen servicio. Pero el mensaje del Papa es muy claro: el verdadero negocio al cual no podemos renunciar es el servicio vital hacia los pobres».
Desde la izquierda: Natalia Dallapiccola, Peppuccio Zanghì, Luce Ardente
«Cuando Luz Ardiente empezó a dar testimonio del Ideal de la unidad entre los monjes budistas, Giuseppe Maria Zanghì, Peppuccio para muchos, quien falleció en estos días, lo definió “Un nuevo san Pablo para el budismo”.
Escribe Luigi: sabiendo cuanto era difícil, para un monje, hacer parte de un movimiento cristiano y extranjero, tenía mis dudas con respecto a la posibilidad de que se concretara su afirmación. Exactamente 20 años después, puedo decir que esas palabras se están realizando.
Todo empezó en 1995, cuando un monje budista apareció por primera vez en el centro del Movimiento de los Focolares. En ese entonces se llamaba Phramaha Thongrattana Thavorn. Había llegado a Roma para acompañar a uno de sus discípulos, Somjit, quien estaba haciendo la experiencia como monje por un breve periodo antes de casarse, siguiendo así la tradición de todos los jóvenes budistas. En esa ocasión, Phra Mahathongrat, que significa ‘oro fino’, conoció a Chiara Lubich quien lo impresionó profundamente. Ella también quedó impactada por esta persona y, bajo su pedido, le dio un nombre nuevo: Luz Ardiente.
En todos estos años, desde que lo conozco, -continua Luigi- nunca había notado en él una fuerza y entusiasmo tan fuertes como en estos días, al anunciar la fraternidad universal, el ideal de ‘mamá Chiara’ (como la sigue llamando). Hoy, en una ceremonia importante, a la que Luz Ardiente me invitó, ante más de 120 monjes, entre los cuales estaban las más altas autoridades budistas de la región, Luz Ardiente pidió la palabra, dando espontáneamente, pero con mucha claridad, el testimonio de su experiencia con Chiara Lubich y con el Focolar, diciendo abiertamente que él es un miembro de la gran familia de Chiara esparcida en más de 120 naciones con millones de miembros.
Los monjes escucharon, para nada molestos: a algunos les pareció divertido, a otros les llamó la atención, algunos quedaron perplejos, como es normal en cualquier ‘comunidad religiosa’. Antes, durante y después de la ceremonia, Luz Ardiente quiso saludar a cada uno, dejando a un lado, a menudo, las reglas, y manifestó el máximo respeto y cariño hacia los monjes más ancianos.
En estos días, Luz Ardiente ama repetir: «Para mí ha llegado el momento de decir a todos los budistas cuánto bien mamá Chiara hizo a mi vida como monje. Yo siento que ella sigue dándome un impulso interior y una fuerza para llevar a todos el ideal de la fraternidad entre las personas».
La muerte de Peppuccio – quien trabajó mucho para el diálogo interreligioso – , el inicio del proceso de beatificación de Chiara, son momentos fuertes e importantes, no sólo para nosotros cristianos, sino para todos los miembros del Movimiento.
Después del 14 de marzo de 2008, día en el que Chiara dejó esta tierra, Luz Ardiente dijo: «Chiara ya no pertenece sólo a ustedes cristianos. Ahora ella y su ideal son un legado para la humanidad entera». En estos días, que definiría especiales, hechos como éstos atestiguan que aquellas palabras de Peppuccio se están realizando ante nuestros ojos.