Del 1 de noviembre al 13 de diciembre de 1998, Chiara Lubich realizó un viaje a Alemania, con significativas etapas en Aquisgrán, Münstertal, Augsburgo y Berlín, donde fue invitada por la comunidad evangélica. Proponemos algunos fragmentos de su intervención, el 19 de noviembre en Berlín en la Iglesia de la Memoria, en los que indica la ley del amor como el mejor camino que conduce a la unidad de los cristianos y hacia el diálogo con los creyentes.
«(…) El hecho es que, si nosotros cristianos, ahora, en el alba del tercer milenio, damos nuevamente una mirada a nuestra historia de 2000 años y en particular a la del segundo milenio, no podemos dejar de permanecer todavía desconsolados al constatar cómo ésta ha sido a menudo un sucederse de incomprensiones, de luchas. Y éstas han roto en muchos puntos la túnica indivisible de Cristo, que es su Iglesia. ¿Culpa de quién? Ciertamente de circunstancias históricas, culturales, políticas, geográficas, sociales… Pero también por la disminución entre los cristianos de ese elemento unificador típico de ellos: el amor. Es así. Y entonces, para poder intentar remediar hoy tanto mal, debemos tener presente el principio de nuestra fe común: Dios Amor que nos llama también a nosotros a amar. En estos tiempos, es precisamente Dios Amor quien, en cierto modo, nuevamente debe volver a revelarse también a las Iglesias que componemos. De hecho, no podemos pensar en amar a los demás si no nos sentimos profundamente amados, si no está viva en todos nosotros, los cristianos, la certeza de que Dios nos ama. Y Él no sólo nos ama como cristianos singularmente, nos ama también como Iglesia; y ama la Iglesia por cómo se ha comportado en la historia según el designio que Dios tenía sobre ella, pero también – y aquí está la maravilla de la misericordia de Dios – la ama aunque no haya correspondido, permitiendo la división, pero sólo si trata de restablecer ahora la plena comunión con las demás Iglesias. Esta convicción tan consoladora es la que ha hecho que Juan Pablo II, confiando en Aquél que saca del mal el bien, a la pregunta: “¿Por qué el Espíritu Santo ha permitido todas estas divisiones?”, aun admitiendo que haya podido ser por nuestros pecados, ha añadido: “¿No podría ser (…) que las divisiones hayan sido (…) un camino que ha conducido y conduce a que la Iglesia descubra las múltiples riquezas contenidas en el Evangelio de Cristo? Quizás, de otro modo – continúa diciendo el Papa – tales riquezas no se habrían podido poner de relieve…” Por lo tanto, creer que Dios es Amor también para la Iglesia. Pero, si Dios nos ama, nosotros no podemos permanecer inertes frente a tan divina benevolencia; como verdaderos hijos debemos corresponder a su amor también como Iglesia. Cada Iglesia a lo largo de los siglos, en cierto modo, se ha petrificado en sí misma por las oleadas de indiferencia, de incomprensión, incluso de odio recíproco. Por eso hace falta en cada una un suplemento de amor; más aún, sería necesario que la cristiandad fuese invadida por un torrente de amor. Amor hacia las otras Iglesias, por tanto, y amor recíproco entre las Iglesias, ese amor que lleva a que cada una sea un don para las otras, puesto que se puede prever que en la Iglesia del futuro la verdad será una y una sola, pero expresada de maneras distintas, observada desde distintas perspectivas, embellecida por muchas interpretaciones. No es que una Iglesia u otra deberá “morir” (como alguien quizá pueda pensar), sino que cada una deberá renacer nueva en la unidad. Y vivir en la Iglesia futura en plena comunión será una realidad maravillosa, fascinante como un milagro, que suscitará la atención y el interés del mundo entero». Leer más Centro Chiara Lubich
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