Durante el verano de 1949, Chiara Lubich, con sus 29 años, vive una experiencia de luz y de vida. Dejar aquel “paraíso” en la montaña no es fácil pero advierte que Dios la quiere inmersa en los dolores de la Humanidad, “enjugando el agua de la tribulación” en aquellos que más sufren. Con ese espíritu brotan de ella estas palabras: «Tengo un solo Esposo en la Tierra, Jesús Abandonado. No tengo otro Dios fuera de Él En Él está todo el Paraíso con la Trinidad y toda la Tierra con la Humanidad. Por eso lo suyo es mío y nada más. Es suyo el Dolor universal y por lo tanto, mío. Iré por el mundo buscándolo en cada instante de mi vida. Lo que me hace daño es mío. Mío el dolor que me acaricia en el presente. Mío el dolor de las almas a mi lado (ése es mi Jesús). Mío todo lo que no es paz, gozo, bello, amable, sereno…, en una palabra: lo que no es Paraíso. Porque también yo tengo mi Paraíso pero es el que está en el corazón de mi Esposo. No conozco otros. Así será por los años que me quedan: sedienta de dolores, de angustias, de desesperaciones, de melancolías, de separaciones, de exilio, de abandonos, de tormentos, de… todo lo que es Él y Él es el Pecado, el Infierno. Así enjugaré el agua de la tribulación en muchos corazones cercanos y – por la comunión con mi Esposo omnipotente – también lejanos. Pasaré como Fuego que consume todo lo que ha de caer y deja en pié solo la Verdad. Pero hace falta ser como Él: ser Él en el momento presente de la vida». De: Chiara Lubich, El Grito, Ed. Ciudad Nueva (Págs. 60 – 61)
Ser “prójimos”
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