Movimiento de los Focolares

Cuaresma: tiempo de conversión

Mar 1, 2017

Conversión y liberación, en primer lugar, de nosotros mismos. En estos momentos nos dejamos guiar por algunos pensamientos de Mons. Klaus Hemmerle (1929-1994), Obispo emérito de Aachen (Alemania)

Klaus_Hemmerle_BishopsKlaus Hemmerle tuvo un rol esencial en el nacimiento, junto con Chiara Lubich, de la comunión entre obispos que adhieren a la espiritualidad de la unidad. Los fragmentos que transmitimos a continuación fueron tomados del libro: “Klaus Hemmerle,  luce dentro le cose” (Klaus Hemmerle, la luz dentro de las cosas”), Città Nuova, Roma, 1998. «Aún después de la radical conversión de nuestra vida, que ocurrió una vez para siempre en el Bautismo, todos nosotros tenemos incesante necesidad de convertirnos. También en el caso en que el bautizado no se aleje de Dios, los pretextos que la sociedad alega y las tentaciones de la vida cotidiana nos invaden de modo tal que nos encierran en nuestro propio yo, de forma que esa palabra irrepetible por la cual el bautizado se convirtió gracias a Cristo, se empaña, se altera, se quiebra. La herida  que la vida de Dios  sufre en nosotros,  necesita de una constante curación» (pág. 82) «Perdona nuestro pecados como nosotros  perdonamos a nuestros deudores. Jesús es realista, conoce nuestras debilidades. No nos juzga, pero tampoco dice que da lo mismo la forma en que tú vivas. Nos llama al arrepentimiento, a la con-versión, a recomenzar incesantemente. Nos perdona, nos enseña a perdonar a los demás. La amistad con Él se empantana, si nuestra vida no es una incesante conversión» (pág. 73) «Para cada uno de nosotros, hoy, existe una cruz que llevamos encima.  Pero debe ser llevada ¡hoy mismo! De lo contrario, es la cruz la que nos lleva, y entonces nos sentimos infinitamente oprimidos, atormentados, anulados, y ni siquiera nos damos cuenta de que fue la cruz la que nos arrastró. Pero si nosotros tenemos el coraje de cargar la cruz, entonces ella se transforma en la cosa más preciosa del mundo» (pág. 89) «Cuando los discípulos ven en Jesús al Dios grande y poderoso, no logran encontrarlo. Deben arrodillarse en el suelo, mirar el polvo: Jesús está allí, que lava los pies a los suyos. El don de sí mismo, el “abajamiento”, el servicio, la toma de conciencia madura de la banalidad de las necesidades humanas, el hacerse pequeños, la capacidad de renunciar a algo, la fortaleza en darse totalmente, el no aparecer, el esconderse, todo esto que no tiene nada que ver con el brillo de Dios, es el rasgo más luminoso y central de nuestro culto a Dios, es Eucaristía» (pág. 101) «Yo,  sigo fracasando siempre, no puedo hacer otra cosa que vivir del perdón de Dios. Pero este perdón se demuestra en el perdón al hermano, tiene en este perdón su esencia, repercute en la comunidad con la que estamos vinculados recíprocamente con la misericordia que nos hace nuevamente libres, para ser juntos hijos del Padre con el Señor, el único Señor, en medio de ellos». (pág. 74)    

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